1. Gaspar Fisac Orovio. En Francisco Pérez Fernández, “Hombres de mi tierra”, Boletín de Información Municipal, Ciudad Real (agosto de 1968), p. 44.

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Gaspar Fisac Orovio
Daimiel (Ciudad Real).
1859 -
Ciudad Real.
1937.
Médico.

Era don Gaspar un hombre sencillo y directo, ameno y conversador, amante de la vida y de la gente. Nacido el día de Reyes del año 1859, era el tercer hijo del matrimonio formado por el carpintero daimieleño Juan Vicente Fisac Valverde y de la maestra María Francisca Orovio Santa Cruz (natural de Torralba de Calatrava).

Nuestro protagonista emprendió la carrera de Medicina en la Universidad de Madrid concluyendo sus estudios con la presentación en 1882 de la tesis titulada Profilaxis pública y privada para evitar la propagación del cólera morbo donde mostraba la importancia de la higiene en la expansión de la enfermedad. El primer destino de aquel joven médico fue como director de Sanidad Marítima en Alcudia (Islas Baleares) donde permaneció durante apenas dos años antes de regresar a su tierra natal como médico titular y forense.

Desde septiembre de 1884 hasta julio de 1921 cuido de la salud de sus paisanos convirtiéndose, en palabras de Francisco Pérez, en el “médico de pueblo” por la sabiduría y diligencia que demostraba en el tratamiento con los enfermos que superaba el ámbito profesional para acercarse, en continuo ejercicio de empatía, a la psicología del paciente. El trato afable y humano fue un recurso habitualmente utilizado para acabar con aquellas dolencias del espíritu contra las que los remedios curativos tradicionales poco podían hacer.

En Daimiel contó con la autorización de la Diputación provincial para llevar a la práctica su proyecto sobre inoculación preventiva del cólera ante los indicios de aparición de la epidemia como sucedió en el verano de 1885; si bien la población daimieleña no escapo al azote del temible cólera, la aplicación de las medidas profilácticas e higiénicas evitó el contagio y la multiplicación de víctimas, dejando una lección aprendida para ocasiones posteriores, si bien la pervivencia de costumbres ancestrales ante el elevado índice de analfabetismo e incultura perjudicaba la asunción de tales prácticas.

Aunque contaba con una larga lista de pacientes, todavía encontraba tiempo para dedicarse a una actividad que le apasionaba como era la investigación sobre epidemias y enfermedades contagiosas, algunas endémicas en la zona. Su recompensa la encontraría en forma de reconocimiento en 1905 con la obtención del premio Calvo de la Real Academia de Medicina por su trabajo titulado Origen, evolución y remedios de la epidemia de sarampión. A partir de entonces ejerció como representante provincial en multitud de congresos: Madrid, París, Lisboa, Barcelona, San Sebastián, etcétera, donde dejo constancia de sus investigaciones en forma de ponencias, comparecencias, libros y memorias, donde el tratamiento de la tuberculosis constituyó el núcleo central de su trabajo cada vez más celebrado fuera y dentro de nuestras fronteras, y siempre desde su ciudad natal.

Destacamos cuatro títulos donde se subraya el compromiso adquirido con la localidad y sus habitantes: Epidemia de sarampión de Daimiel (1904), Topografía médica de Daimiel y su partido (1905), Inmunidad de los yeseros y caleros contra la tuberculosis pulmonar (1907) y Tratamientos de la tuberculosis e inmunidad de yeseros y caleros (escrita en 1913, es una ampliación de la anterior).

En 1887 contrajo matrimonio en Córdoba con María Concepción Clemente, natural de Moral de Calatrava. Tuvo seis hijos, a partes iguales: tres varones y tres mujeres, a los que consiguió inculcar su interés y curiosidad por la ciencia y el conocimiento, piedras angulares de su incansable carácter que le llevó a cursar estudios de Derecho y Filosofía y Letras ambos en la Universidad Central en Madrid entre los años 1894 y 1898.

Fue elegido delegado provincial de la Asociación y Cuerpo de Médicos titulares desde donde animaba a sus compañeros revitalizando y dignificando la actividad, con especial atención a los olvidados y mal pagados médicos rurales.

Siempre anduvo muy preocupado por las condiciones de higiene y salubridad de la población por su repercusión en la propagación de infecciones y epidemias, obligando a los municipios a respetar las disposiciones vigentes en estas materias. En este sentido resultan muy interesantes sus estudios que, sobre la inmunidad de los caleros y yeseros para contraer la tuberculosis, presentó en París, recibiendo generalizados elogios por los profesionales de la medicina mundial. Observó que los caleros y profesionales afines no enfermaban de tuberculosis y su interés –confirmado en su hipótesis de partida–, consistió en averiguar como el aire cargado de sales calizas que respiraban era la causa de su inmunidad, por ello la línea de investigación también seguida por otros facultativos apuntaba que los compuestos de yeso y cal podían prevenir, e incluso curar, la tuberculosis y otras infecciones respiratorias. No faltaron detractores que terminaron por darle la razón, demostrada por la ciencia, la experiencia y la estadística.

Don Gaspar poseía fuertes convicciones religiosas que se plasmaron, por ejemplo, colaborando en la fundación de la Adoración Nocturna local. La literatura siempre le cautivó, por ello escribía poesía, aunque el periodismo fue su campo más fecundo colaborando activamente con la prensa, sobre todo con el periódico El Eco de Daimiel, fundado por su hermano Deogracias quién, debido a las obligaciones profesionales y políticas, y a su delicado estado de salud, en ocasiones se veía obligado a presentar al facultativo como director del prestigioso medio. La muerte de Deogracias con 32 años, a causa de la tisis o tuberculosis, impulsó el interés previo de Gaspar por la epidemiología.

Entre sus inventos destaca un aparato ideado para preservar la higiene de las pilas de agua bendita. Consistía en un recipiente que se colocaba sobre la pila, con sus caras laterales perforadas por las que surgía un tubo con forma de semicírculo que descendía hacia el recipiente mayor. El tubo presentaba varios orificios capilares que daban paso al agua gota a gota según la vuelta que se diera a una llave oculta bajo una tapa en forma de concha. Así, en lugar de sumergir la mano en la pila de agua estancada se podían mojar las puntas de los dedos en los hilos de agua corriente, calculando que dos o tres litros bastarían para sostener la salida durante diez o doce horas.

La formación y curiosidad científicas era una cualidad común a la familia Fisac, como también mostraría su primo el farmacéutico Joaquín Antonio Fisac y Ramo (cuya figura merece un buen repaso). Gaspar y Joaquín aunando los esfuerzos teóricos y prácticos, fueron capaces de inventar un inhalador que constituyó una gran novedad en la farmacología de la época: el “pulvi-inhalador Fisac”. El aparato fue el resultado de las investigaciones del médico Gaspar Fisac materializadas por el farmacéutico Joaquín Fisac. El aparato consistía en un recipiente de cristal de forma esférica, dentro del cual se depositaba una mezcla de sales a base de sulfato de cal y óxido de calcio. El invento se patentó en 1910 con el número 47.881, y constituyó una gran innovación farmacológica gozando de notable prestigio entre la sociedad científica del momento.

En 1921, cuando todavía se sufrían los estertores de la epidemia de gripe de 1918, fue destinado al Hospital provincial de Ciudad Real donde, ya sexagenario, completaba sus días con el periodismo, la lectura y el paseo sosegado. El consistorio daimieleño, reunido en pleno el día 3 de septiembre, a través de las palabras del concejal Juan José Sánchez, subrayaba “las relevantes dotes de ciencia, celo y pericia, competencia, autoridad, normalidad, etc. etc., que adornan al sr. Fisac y cuyas dotes puso siempre a contribución en el cumplimiento de esos deberes y en servicio de su profesión en bien de la humanidad doliente”, acordó por unanimidad agradecer sus servicios y admitir la renuncia al cargo que desempeñó durante tanto tiempo. Su puesto lo cubriría con carácter interino Gustavo Lozano.

Moriría en plena contienda el 8 de septiembre de 1937, camino de cumplir los ochenta años de edad. Su memoria la revivimos con estas palabras, agradecido por el homenaje de sus paisanos para los que ejerció como orgulloso “médico de pueblo”.

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