vera-y-estaca
Alejo Vera y Estaca
Viñuelas (Guadalajara).
1934 -
Madrid.
1923.
Pintor.

Nació Alejo Vera y Estaca en la pequeña población de Viñuelas (Guadalajara), cuenta su historia que motivado el nacimiento por la casualidad, ya que su madre, Norberta Estaca -natural del vecino municipio de Valdepiélagos-, quien viajaba por el lugar en la diligencia que la llevaba a Madrid, el 14 de julio de 1834, sintió las apreturas del parto en la población, allí se detuvo y nació el muchacho, quien en Viñuelas recibió las aguas del bautismo y en donde se mantuvo la familia hasta que el niño gozó de la salud suficiente para continuar viaje.

Alejo Vera llevó el nombre de Viñuelas, y el de Guadalajara, a correr mundo en sus documentos, pues nunca renunció a su lugar de nacimiento, ni a la provincia.

Se inició en la pintura en la Real Academia de San Fernando, de Madrid, gracias al patronazgo de don Acisclo Miranda y Forquet, político en su tiempo y consejero en el Banco de España. Gracias al cual pudo viajar a Roma en 1858, a fin de conocer la pintura de aquellos maestros, especializándose en temática religiosa, permaneciendo en la capital italiana por espacio de casi veinte años, dándose a conocer a su retorno como pintor “de estilo pompeyano”. 

En Roma, al patronazgo de don Acisclo Miranda le sustituiría el Gobierno español, quien le dotaría de una de las numerosas becas de estudio que le permitieron continuarlos. Dejando de aquella etapa innumerables muestras de su arte, como el “Entierro de San Lorenzo”, que colgó del Museo de Arte Moderno del Palacio de Museos y Bibliotecas, después de que lo hiciese de las paredes del Prado; o “Santa Cecilia y San Valeriano”, que también obtuvo medalla de la Academia en 1862. 

De aquellos tiempos es también el famoso lienzo que tituló “El tocador de una Pompeyana”, al que siguió “Una comunión en las catacumbas”, que fue adquirido por el Senado español para ornar la biblioteca de la Cámara Alta del Reino.

A su regreso de Roma ocupará un puesto como profesor en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, entre 1874 y 1878, al tiempo que ejercerá en la Escuela de Artes y Oficios.

Su nombre será popular gracias a una de sus más conocidas obras: “El último día de Numancia” (1880), merecedora de la primera medalla de la Academia de Bellas Artes. Su Numancia, fue considerada obra maestra para el conjunto de la crítica artística: “Henos en presencia de Numancia, magnífico lienzo de don Alejo Vera, pintor notable y en otro tiempo místico: Cercados los numantinos por el Ejército de Escipión Emiliano, y hallándose después de una tenaz y desesperada resistencia, en la imposibilidad de probar nuevas salidas ni combates con buen resultado, no teniendo otro recurso que el de rendirse a discreción, resolvieron antes perecer e incendiar la ciudad, prefiriendo…”. Dirían los entendidos. Obra que será adquirida por la Diputación de Soria.

Fue sin duda uno de los más aventajados alumnos de Federico de Madrazo, pues con Madrazo se iniciaría en la pintura, cuando desde joven dio muestras de que podía prosperar en este arte. Pintura, la de Federico de Madrazo, tan destacada en el siglo XIX, puesta en relieve por cuantos lo siguieron, y que algunos estudiosos del arte dieron en llamar pintura historicista, que nos trazaba el recuerdo de algunas situaciones históricas, en la que destacaron hombres como Moreno Carbonero, Muñoz Degrain o uno de los amigos de nuestro hombre, y con quien compartió estancia en la Roma universal, Eduardo Rosales. A Rosales, quien hizo el viaje a Italia con Alejo Vera, lo pensionaba el rey consorte, don Francisco de Asís de Borbón.

Alejo Vera se especializó en las escenas de los primeros años del cristianismo, el imperio romano o las glorias griegas. Con antelación a su San Lorenzo, la Pompeyana o las catacumbas, expuso obras como “Cayo Graco”, o “La Poesía”.

Sus éxitos, y la fundación de la Academia Española de Roma, lo llevaron a ser profesor de aquella, y en la década de 1890 a ser nombrado su director.

Fue sin duda esta década de 1890 la de sus mayores triunfos sociales, pues aparte del nombramiento como director de la Academia romana fue elegido Académico de número por la Real de Bellas Artes, leyendo su discurso de ingreso, contestado por Amador de los Ríos, en 1892. También fue el decenio en que fue nombrado director de Pintura del Círculo de Bellas Artes, y profesor de colorido y composición de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado, puesto en el que se mantuvo hasta 1904, en que fue jubilado al cumplir la edad reglamentaria.

Se le concedieron algunas grandes cruces, como la de Carlos III y la de Isabel la Católica, que le dieron el extraño tratamiento de Excelentísimo Señor, del que nunca hizo gala. Ni siquiera cuando fue presentado a la reina regente para hacerle entrega del obsequio que todos los años, coincidiendo con los carnavales, mandaba a palacio el Círculo de Bellas Artes, en la ocasión una pandereta pintada que le fue encargada a don Alejo.

Falleció en Madrid, el 5 de febrero de 1923, cuando contaba con 89 años de edad. Muchos años, sin duda, de una vida, a pesar de la grandeza del personaje, vivida sin las alharacas, atrevimientos o excesos de alguno de sus coetáneos. Era hombre de hablar pausado, costumbres moderadas y un pensamiento que llevó hasta su último día, el de que para triunfar sobran los gestos teatrales, puesto que lo importante es la obra. Y él tenía a sus espaldas una larga e importante obra, pues le llegó el éxito con apenas veinte años, después de que dejase el Instituto San Isidro de Madrid, para iniciarse en el arte del pincel.

En Madrid, en su casa de la plaza del Progreso número 9, en el tercer piso, donde tuvo su estudio, se despidió del mundo después de dejar hechas las últimas recomendaciones sobre entierro y mortaja, pidiendo que no lo hiciesen con lujos, como entonces era costumbre; que envolviesen su cuerpo en un simple sudario, le hiciesen entierro de pobre y no colocasen sobre su tumba inscripciones llamativas.

No tenía familia, salvo la de un nieto adoptado. Hijo de uno de sus compañeros de estancia en Roma, Fortunato Garnelo, quien se convirtió en heredero de su fortuna, y de su obra. A su entierro tan sólo asistieron, además de Fortunato y su hijo, dos amigos más y cuatro de sus alumnos favoritos. Ni a la Real Academia quiso que se notificase su fallecimiento, hasta después del entierro. 

Obras principales

  • Poesía (1856); mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
  • El entierro de San Lorenzo (1862); Medalla de 1ª clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
  • Un coro de monjas (1867); Medalla de 1ª clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
  • El último día de Numancia; o La destrucción de Numancia (1880); 1ª Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881, conmutada por la Gran Cruz de Isabel la Católica.
  • El milagro de San Francisco (1899).
  • Las catacumbas (1910).

Bibliografía

  • Manuel Osorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1883-84.
  • Carlos Reyero, Imagen histórica de España, 1850-1900, Madrid, 1987.

Imagen: “Excmo. Sr. D. Alejo Vera. Presidente de la sección de pintura del Círculo de Bellas Artes”, por A.G.S.. La Ilustración Española y Americana, nº XLIII (22-11-1901), p. 293. 

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