Antonio Altadill Teixidó nació en la localidad tarraconense de Tortosa en 1828 y falleció en Barcelona en el año 1880.
Aunque comenzó los estudios de Derecho, nunca los terminó, al sentirse más atraído por sus dos grandes vocaciones: la literatura y la política. Hijo de su tiempo, representa magníficamente a esa pequeña burguesía decimonónica para la que la cultura era una vía de acción política en la misma medida que la política era una herramienta de promoción cultural, una simbiosis que resumió en la dedicatoria que puso al frente de su alegoría teatral Lágrimas y laureles: “A Juan Prim. El último de los poetas, al primero de los soldados catalanes”.
De ideas democráticas, fue un periodista de combate; durante el Bienio Progresista residió en Madrid, donde fundó y dirigió El Pueblo y fue redactor de La Soberanía Nacional; de vuelta a Barcelona, fue redactor de La Discusión y El Cañón Rayado y, al comenzar el Sexenio Revolucionario, se incorporó a la redacción de El Estado Catalán, un periódico federal animado por Valentí Almirall.
En esos años entró en contacto con los círculos barceloneses influidos por el socialismo utópico, y más concretamente en el grupo que compartía las teorías de Etienne Cabet, donde coincidió con Narciso Monturiol, precursor del submarino. En 1859 éste construyó un primer prototipo, el Ictíneo, con el que realizó con éxito algunas inmersiones en el Mar Mediterráneo; pero cuando en 1862 quiso seguir adelante con su proyecto y realizar un segundo prototipo, se encontró falto de recursos económicos, por lo que recurrió a su amigo Antonio Altadill, con el que fundó una sociedad anónima con el nombre comercial de Monturiol, Font, Altadill y Compañía que falta de capital organizó una suscripción popular para recaudar los fondos que le permitieran nuevas inmersiones a partir de 1864. Pero a pesar de sus desvelos como secretario de la Junta iniciadora de la suscripción y del éxito económico de la propuesta, y aunque tanto el Ictíneo 1 como el Ictíneo 2 pasaron con éxito las pruebas de inmersión, Monturiol acabó por desmantelar el submarino y renunciar al proyecto.
Su acción política
Nada más proclamarse la Primera República, el 11 de febrero de 1873, fue nombrado gobernador civil de Guadalajara, al mismo tiempo que su amigo, el también escritor y también catalán Ceferino Tresserra, accedía al mismo cargo en la vecina provincia de Soria. Fue así el primer republicano que ocupaba este cargo en tierras alcarreñas, y su labor no fue fácil, pues nada más llegar tuvo que obligar a algunos Ayuntamientos rebeldes a proclamar públicamente la República en su municipio y reconocer explícitamente a las nuevas autoridades. Además, tuvo que combatir la reacción carlista, que constantemente hacía incursiones en la provincia con el objetivo de ocupar permanentemente alguna de las comarcas más septentrionales en las que encontraba mayores apoyos.
Pero, aún con ese trasfondo bélico, también pudo realizar una digna labor constructiva, pues fue el encargado de presidir la Comisión Provincial de Monumentos que había reorganizado el anterior gobernador, Benito Pasarón Lima, y establecer y sostener el renacido Museo provincial, que se instaló en el Palacio del Infantado, aunque fuese por poco tiempo.
Cuando en el mes de junio Francisco Pi y Margall se hizo cargo de la presidencia de la República, le trasladó al mismo puesto en la provincia de Murcia. Durante su estancia como primera autoridad en la capital murciana tuvo que enfrentarse a la revuelta cantonal, que tuvo su epicentro en la ciudad de Cartagena, que estaba bajo su jurisdicción civil; tampoco fue éste un destino fácil después de su breve paso por tierras alcarreñas.
Cuando cayó la Primera República y el rey Alfonso XII se sentó en el trono de Madrid, volvió Altadill a Barcelona, donde se mantuvo activo en las filas del republicanismo hasta el final de sus días; en mayo de 1879, pocos meses antes de morir, todavía le encontramos postulándose como candidato para formar parte de una mesa electoral en los comicios municipales de ese año en la Ciudad Condal.
Su obra literaria
Antonio Altadill fue uno de los escritores catalanes más destacados del siglo XIX. Como novelista, con su nombre o bajo el seudónimo de Antonio de Padua, escribió una treintena de libros de temática muy variada. Algunos tenían un marcado tono de crítica social, muy al gusto de la época: Los enamorados, La semilla del bien, La canalla, que subtituló novela de costumbres aristocráticas, El trapero de Madrid, El tanto por ciento, de 1863 y dedicado a Abelardo López de Ayala, Los hijos del trabajo, publicada en 1866 y que narra en forma de novela las luchas sociales de su tiempo…, y otros eran relatos en prosa de ambiente bíblico que le dieron gran popularidad: Esther, Judith, La casta Susana, La madre de los Macabeos… Si en todas sus obras dejó constancia de su ideario progresista y de su militancia republicana, estos rasgos se acentúan en Barcelona y sus misterios (1860), donde mezclaba elementos novelados y retazos biográficos en la que es, seguramente, su obra más conocida y personal que conoció posteriores ediciones ilustradas con bellas láminas. Otras de sus obras fueron La Conciencia y La ambición en la mujer, novelas muy ilustradas impresas en la imprenta de I. López de Barcelona en 1865,
También firmó, quizás con menos éxito, obras dramáticas como La voz de las provincias, escrita con Enrique Pérez Escrich como alegoría del triunfo de la revolución progresista de 1854, Lágrimas y laureles (1860), El presidiario de Ceuta (1861) o Jaime el Conquistador (1861). La mayor parte de su teatro es fruto de la exaltación política, con piezas como La voz de España, que subtituló “Loa patriótica original y en verso”, o se enmarca en una temática costumbrista y social, con dramas como Jorge el artesano, escrita en el año 1854 también en colaboración con Enrique Pérez Escrich, y que fue seguramente la primera obra de teatro española que tiene como trasfondo una huelga y que termina con la victoria de los obreros, lo que muestra su importancia para la literatura hispana decimonónica. También alguna de sus piezas dramáticas es de inspiración bíblica, como La Pasión de Jesús, que subtituló “Drama Sacro-bíblico en seis jornadas y un epílogo”, obra en verso que conoció en 1855 su primera edición y que es una adaptación del auto del mismo título del que es autor Fray Gerónimo de la Merced.
Asimismo, redactó en prosa varios textos de contenido político como Garibaldi en Sicilia o la unidad italiana y La monarquía sin monarca, además de prologar La Soberanía nacional o el último suspiro de un trono de Juan Belza Gómez. También colaboró en diversos proyectos colectivos y así completó desde el capítulo XX hasta el final La bandera de la muerte, una obra dejada inconclusa por Víctor Balaguer que era la continuación de su novela Juan de Serrallonga, que Altadill editó en 1859. En 1862 colaboró con El libro del obrero, una selecta antología de autores muy variados destinada a los trabajadores inscritos en los coros que impulsaba Anselmo Clavé.
Aunque catalán y federalista, casi siempre escribió en lengua castellana, pues su personalidad combativa le alejaba del movimiento cultural de la Renaixença, que era fiel reflejo literario de un primer nacionalismo catalán romántico y, a veces, clerical y conservador, del que se encontraba muy alejado.