El periplo obligado de todos los maestros terminó por fin para Domingo Álvarez Molina en Almodóvar del Campo, su pueblo, hacia 1888. Asentado allí definitivamente, nacerían sus hijos pequeños, José, Cesárea, Sisinio (1892) y Máximo. No pudo Domingo, sin embargo, disfrutar de su estabilidad pues moriría antes de comenzar el nuevo siglo, con una larga prole de pequeños.
Sin duda la orfandad condicionó la vida del joven Sisinio y también el grupo de edad y de vecindad con el que convivió en Almodóvar en la más central de sus calles, la Corredera: de su edad y de su entorno salieron los activistas culturales y políticos más importantes de los años 20 y 30 en Almodóvar. Quizá sobre todo le condicionó la fuerte personalidad de sus hermanos mayores Arcadio e Inocente, el primero presbítero ordenado y con plaza ya en la parroquia de Cabezarrubias en 1904 y autoritario sastre el segundo. En todo caso Sisinio consiguió continuar la estela de su padre.
Ya maestro con 20 años obtendrá su primer destino como interino en la escuela de niños de Puertollano. Muy posiblemente esta primera experiencia a lo largo de dos cursos escolares condicionase dos de sus campos de interés futuro: las virtudes de las aguas minero medicinales y la preocupación por los estudiantes más desfavorecidos. Parece evidente que allí se forjará en Sisinio el interés por hacer confluir la medicina y la educación.
Tras ganar plaza como maestro titular se trasladará a Madrid en 1916 y en poco más diez años hace mil cosas: cursa la carrera en Medicina y Cirugía, realiza su tesis doctoral también en Medicina que es aprobada con sobresaliente, oposita y gana la plaza de Inspector Municipal de Sanidad, consigue plaza también como director de establecimientos balnearios, aprende francés e inglés… y, todavía, le queda tiempo para instalar una consulta privada en su domicilio de la calle Toledo de Madrid, diariamente de 5 a 7 de la tarde. No por todas esas tareas dejó la escuela; continuó trabajando como maestro en varios centros y fue director también en alguno. Es seguro que en ellas quería aplicar lo que era su interés teórico-metodológico y también posiblemente ideológico. Quizá lo escribió en la práctica en el texto La escuelita de D. Sisinio, texto que no hemos podido encontrar, pero si hemos localizado el documento de su planteamiento teórico que escribió en un largo artículo en el periódico El Sol titulado “La educación, la Medicina y el médico” y que sería la base para la petición de su proyecto de ampliación de Estudios a la JAE en 1930, un ensayo que se inscribía en un contexto de nueva preocupación pedagógica por la salud e higiene escolar en España (Moreno Martínez, 2007). En ese artículo programático decía Sisinio que la educación racional y la medicina conjuntadas generan la verdad y el bien “contrarrestando enérgicamente las dos más poderosas causas de la decadencia social: la ignorancia y la miseria”; y añadía: “si, como se dice, el pueblo es el tesorero de la patria, se ha de pensar constantemente en su educación y en su vida, en su perfección y en sus necesidades; combatiendo de una vez esas causas principales de degeneración nacional e incorporando al médico en la obra educativa de un modo real y eficiente, si se pretende hacer cada vez más ostensibles los efectos de una obra de regeneración y de engrandecimiento.”
Este manifiesto, publicado el 8 de enero de 1929 será la base ideológica del Proyecto que planteará a la JAE. Inicialmente pidió el 8 de febrero de 1930 una ayuda para abordar el tema de la inspección médico-escolar y el tratamiento médico de los niños retrasados. Cabe suponer que no le fue concedida pues nuevamente la presenta un año después para conocer y estudiar en Francia y Bélgica el “tratamiento médico pedagógico de los niños normales retrasados por brotes morbosos recidibantes o por trastornos funcionales (niños distínicos, neuropáticos, tuberculosos, insuficientes sensoriales, disárticos, etc., etc.) y técnica de la inspección médico-escolar”. La República será la encargada de concederle la subvención. Marchará a París donde permanecerá de marzo a junio y de ahí se trasladará a Bruselas donde estará hasta el final de agosto de 1932. Poco se puede añadir a lo que ya reseñó Teresa Marín respecto a la estancia de Sisinio Álvarez en Francia y Bélgica (Marín Eced, 1991: 40-42) y a lo que la propia JAE publicó en su Memoria de los años 1931 y 1932 (JAE, 1933), pero si cabe insistir en el abigarrado deseo de conocimiento, el ansia de aprovechar al máximo su estancia, de llenar los días hasta lo inverosímil: no solo asiste a consultas y servicios médicos de toda clase y condición relacionadas con la salud infantil (neuropsiquiatría, enfermos de pecho, otorrino, reeducación de la palabra, vacunaciones…), no solo se instruye en museos y talleres pedagógicos y médicos, sino quizá lo más importante, realiza un auténtico aprendizaje por medio de la observación participante en establecimientos educativos donde se implementa esa convergencia por él deseada: colonias escolares, gimnasios, escuela al aire libre, granjas escolares, sesiones de clase con niños retrasados… Todo lo detalló en su meticuloso diario.
Su beca terminó a finales de agosto de 1932 y retornó a España pues no se le admitió la prórroga de tres meses que pedía para completar el estudio en Inglaterra. Como atinadamente sugiere Teresa Marín, resulta desconcertante esa negativa considerando su afinidad con la JAE y con la Institución Libre de Enseñanza (ibid, 42).
A su regreso publicaría sus aprendizajes en El servicio médico escolar y la fisonomía pedagógica de la escuela primaria en algunos países extranjeros, un opúsculo de 63 páginas que vio la luz en 1933. Sin embargo, no tenemos noticias de hasta qué punto pudo poner en práctica los conocimientos adquiridos, aunque sí sabemos que en 1934 ascendía en el primer escalafón de maestros con sueldo de 8.000 pts (La Vanguardia 26-12-1934).
Es muy posible que el estallido de la Guerra Civil impidiese poner en marcha sus proyectos médico-pedagógicos y más probable aún que se truncase su proyecto vital: su hermano Arcadio, párroco de Cabezarados fue fusilado en una cuneta cercana al pueblo arrojado a una mina y otro de sus hermanos, Inocente, se convertiría en un de los más duros falangistas de Almodóvar. Lo más probable es que la memoria de la guerra provocase un cambio radical en su ánimo. Como una cruel metáfora de lo que fue la contienda civil, al filántropo médico-maestro, interesado por la vida y la superación de los niños más desfavorecidos, lo encontramos poco después de la guerra optando a una plaza de médico forense, labor en la que todavía estaba ocupado en 1958 cuando obtuvo el destino de médico forense de segunda en el juzgado de Tarancón. Solo la guerra puede explicar que aquel maestro-médico que decía que la profesión había que ostentarla “no por lograr el pasaporte de autómata industrial, sino por esas miras de honradez y de convicción que deben inspirar a todos aquellos encargados de dar efectividad a los derechos materiales y espirituales de los demás” (El Sol, 8-1-1929), acabase dedicándose a la medicina forense, quizá la más mecánica y menos artística de las disciplinas médicas.
Obra
- ÁLVAREZ SORIANO, Sisinio, “La educación, la medicina y la escuela”, El Sol, 8-1- 1929.
- ÁLVAREZ SORIANO, Sisinio, El servicio médico escolar y la fisonomía pedagógica de la escuela primaria en algunos países, Peña Cruz, 1933.