El legado de Amelia Moreno no se limita a su obra plástica; también destaca su labor como promotora cultural, demostrando un fuerte interés en apoyar el arte contemporáneo en Castilla-La Mancha. En 2004 fundó la Asociación Espacio-Arte El Dorado, que posteriormente evolucionó en la Fundación Amelia Moreno, gracias al apoyo del arquitecto David Cohn, su segunda pareja y principal compañero de vida. Este espacio se ha convertido en un punto de referencia para la creación y exhibición de arte contemporáneo, manteniendo vivo su espíritu innovador y comprometido con la cultura. En 2023 se celebró el XIX Encuentro de Artistas, siempre en septiembre, coincidiendo con la vendimia y en colaboración con distintos agentes, entre los que destaca la Facultad de Bellas Artes de la UCLM (Cuenca). La Fundación está ubicada en parte de las naves de la Fábrica de Licores y bodega familiar.
Amelia fue la mayor de una familia de diez hermanos y, desde los doce años, manifestó su deseo de “ser pintora para ser diferente” y escapar así de las obligaciones tradicionales impuestas a las mujeres en su época. Accedió a trabajar en la fábrica de licores de su familia durante la adolescencia para ayudar a su padre en la oficina, aunque antes ya dibujaba. La familia aún conserva cuadros realizados por ella a los 16 años. Su obra se caracteriza por una profunda exploración del cuerpo y el paisaje, abordándolos desde perspectivas innovadoras y personales, que nos permiten adentrarnos en su particular visión del universo.
Formación y primeros años.
Siempre fue consciente de lo difícil que era ser mujer en un entorno rural, donde, a diferencia de los varones, no gozaban de la libertad de explorar el paisaje, montar en bicicleta, bañarse en las charcas o simplemente alejarse de casa.
Durante la adolescencia, comenzó a diseñar su propio vestuario, dibujando patrones y pintando. Encontró en la música de The Beatles una gran evasión, ya que sus canciones la animaban a soñar con nuevos caminos y a cuestionar las normas sociales de su entorno.
Su trayectoria artística fue complicada, ya que se situaba a contracorriente de otras artistas de su tiempo. Fue siempre una autodidacta, al no haber recibido formación académica, y tuvo que formarse a sí misma. Asistió con amigos artistas a sesiones “life drawing” en los estudios del Círculo de Bellas Artes y, sobre todo, aprendió de sus relaciones personales tras su llegada a Madrid.
Con veinte años conoció al fotógrafo Enrique Carrazoni casándose con él en 1970 en Alcázar de san Juan, lo que le permitió independizarse de la casa familiar fijando su residencia en Madrid. Pasaron veranos en Ibiza en una tienda de campaña cerca de la playa, justo cuando Jimi Hendrix y su guitarra revolucionaban Mallorca. Es bien conocida la importancia cultural de estos años en la isla, con la llegada de numerosos artistas internacionales debido a la celebración del Congreso Internacional de Sociedades de Diseño Industrial (ICSI) y la apertura de importantes galerías de arte contemporáneo. En Madrid se instalaron en un barrio obrero. Amelia, como mujer apasionada, reflexiva y feminista, compartió rápidamente con las mujeres de su barrio, que carecían de información y experiencia, sus ideas avanzadas. Intentó ayudarlas y concienciarlas de la importancia de que tanto sus hijos como sus hijas tuvieran las mismas oportunidades en el acceso a la educación y la formación, como única manera de tomar las riendas de sus vidas.
Fueron años de numerosos viajes a Portugal y París, donde conoció a otros artistas, incluyendo a aquellos que venían desde Estados Unidos con hijos pequeños, a quienes Amelia acogió en su casa de Madrid durante algunos meses. Fueron tiempos difíciles, en los que compartían y, al mismo tiempo, se ganaban la vida, instalando puestos en el Rastro. Cada día era una aventura, primero pintando en el estudio y luego compartiendo largas conversciones sobre política durante los últimos años del franquismo. Se debatía y se leía filosofía, aprendiendo junto a universitarios en reuniones donde el deseo común era conquistar la libertad de expresión para plasmar sus ideas.
La Familia Lavapiés (LFL).
Amelia también se organizó para ayudar, repartiendo propaganda contra el Régimen. Así se unió a la Familia Lavapiés (LFL, célula del FRAP) junto a Darío Corbeira y Paco Leal, entre otros, realizando acciones en galerías de arte y en la calle para visibilizar problemas sociales junto a acciones participativas con organizaciones vecinales. Reivindicaban el papel que los artistas debían tener, defendiendo la libertad por encima de cualquier posibilidad de un incipiente capitalismo o de la apariencia de un régimen aperturista, irreal debido a los intereses políticos de proyectar una imagen diferente ante el mundo.
Entre las muchas acciones que realizaron, destaca la exposición clandestina en la Librería Antonio Machado en defensa del pueblo saharaui. Esta exposición, con una sensibilidad izquierdista, intentó dar forma a un nuevo arte popular, identificando lo contemporáneo con la decadencia estética de la burguesía, y siempre bajo el temor de ser detenidos en sus domicilios. Amelia tenía su estudio en Embajadores, donde facilitó la convivencia a dos militantes más de la LFL (Paco Leal y Paco Gámez), convirtiendo el lugar en un centro de producción artística y encuentros amistosos, ya que algunos de sus amigos eran homosexuales, relaciones que en ese momento estaban prohibidas.
Nueva York.
Tras estos años de compromiso, Madrid se le quedó pequeño. Las tensiones políticas y su separación de Carrazoni la llevaron a sentir la necesidad de un cambio de aires. Decidió ir a Nueva York, la principal ciudad del arte en esos momentos, para acercarse a la obra de artistas que le interesaban, como Franz Kline, Jackson Pollock o Mark Rothko. La sensación de individualismo que le ofrecía la ciudad era inmensa al pasear por la Gran Manzana o el barrio de Brooklyn. En Nueva York, comenzó a usar un sombrero bombín y largas gabardinas como una forma de autoafirmarse. Visitó museos y galerías, relacionándose tanto con artistas estadounidenses como con otros españoles que llegaban a la urbe. Fue una experiencia enriquecedora, disfrutando de la música en directo junto a otros apasionados del jazz. En Nueva York, se encontró con Lidia Falcón y coincidió con Paloma Picasso en una exposición. Fue una etapa de gran felicidad y equilibrio en la que trabajó mucho en el estudio y recibió a otros artistas de Castilla-La Mancha como Pepe Buitrago o Pedro Castrortega.
En este momento también conoció al arquitecto estadounidense David Cohn, con quien compartía ideas y formas de entender la vida. A partir de entonces, viajó ocasionalmente a otras ciudades, como París o Londres, para montar sus exposiciones, alternando estancias en Nueva York y Madrid, hasta que decidieron casarse e instalarse definitivamente en España, comprando un estudio en la calle Tres Peces. Al regresar a Madrid, los colores de sus lienzos se fueron tornando gradualmente más oscuros. El tiempo pasó rápidamente y la muerte de sus padres le abrió una gran herida, lo que la llevó a fundar junto a Cohn la Asociación de Arte El Dorado, convirtiendo la vieja fábrica en un espacio de creatividad donde los artistas pudieran exponer y dar rienda suelta a la imaginación. En el lugar de su infancia, Amelia se reencontró a sí misma, trabajando el paisaje con un estilo muy personal, logrando expresiones cada vez más poéticas.
En 2011, mientras ejecutaba sus obras más caligráficas y evolucionadas hacia la abstracción, pasando del paisaje más abierto hacia un territorio más marcado, y en pleno Encuentro de Artistas, en Quintanar, Amelia falleció. Sin embargo, sus ideas e impulso siguen vivos como un legado a continuar.
Más información:
- Fundación Amelia Moreno, https://eldorado.org.es/
- Julio Porres de Mateo (coordinador editorial), Amelia Moreno. Cuerpo Paisaje Universo 1947-2011, Toledo, Diputación de Toledo, 2017. Proyecto expositivo, Manuela Sevilla.