«De singular talento, vasta y polifacética cultura, en su primera juventud armonizó las actividades periodísticas –con las que logró un puesto relevante en la prensa por su agudeza crítica y su estilo castizo, elegante y sobrio– con las de cátedra, y en el Seminario desempeñó con igual eficacia didáctica enseñanzas aparentemente tan dispares como Matemáticas y Filosofía». Con estas palabras despedía el periódico El Castellano en 1933 al sacerdote Ángel María Acevedo Juárez, uno de los cuatro fundadores de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, RABACHT, –junto con José María Campoy, Ramón Guerra y Narciso Esténaga– que fueron religiosos.
Hijo de un maestro de sólidas convicciones que impartió clases en Ciudad Real y en Toledo, Acevedo ingresó en el Seminario y fue ordenado en marzo de 1895, a los veinticuatro años de edad. Como sacerdote fue capellán de varias instituciones religiosas toledanas, como los conventos de las Bernardas (1895) y las Capuchinas (1897), además del Hospital de Nuestra Señora de la Visitación o del Nuncio (1898).
En el año 1915 se convirtió en párroco de Santa Justa y Rufina, emprendiendo una activa campaña en defensa de las parroquias mozárabes. Patrocinó, en este sentido, la restauración de los templos de San Lucas —donde reimpulsó el culto a la Virgen de la Esperanza— y San Sebastián, este último a través de una campaña en prensa de la que se hizo eco el semanario católico El Pueblo. Consistió en promover una subasta a la que brindaron su apoyo el conde de Casal y el pintor Vicente Cutanda, junto a otras personalidades que un año después contribuirían a fundar la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. A quienes contribuyeran a «allegar recursos suficientes para reparar y salvar de la ruina el histórico templo de San Sebastián» se prometía «hacer una lápida, que será colocada en el sitio más visible del templo, en la que consten relacionados los nombres de los artistas que contribuyan con sus obras».
Vicesecretario de la junta diocesana de la Liga Nacional de Defensa del Clero (1912), Acevedo era también caballero del Santo Sepulcro de Toledo. Cuando la Real Academia fue creada le correspondió la medalla número XIV, la misma que ostenta en el retrato que le dedicó Rafael Ramírez de Arellano. Doctor en Sagrada Teología y Filosofía, fue profesor del Seminario entre 1896 y 1925, cuando una larga enfermedad le impidió seguir dando clases.
De su actividad como periodista dan fe varias colaboraciones en la revista Toledo durante los años veinte. A finales de esa década se convirtió en un firme difusor del recién inaugurado museo de arte sacro instalado en la parroquia de San Vicente, incluyendo en sus textos una de las escasas fotografías —obra de Rodríguez— que se han conservado del interior de ese espacio. Otros de sus trabajos, publicados en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, son un informe sobre el Pendón de la ciudad y varios textos sobre su pasado mozárabe, entre ellos una breve biografía de Cipriano Varela, párroco de San Lucas y obispo de Plasencia.