A veces el nombre de una ciudad se asocia a personajes de un determinado estamento u oficio. Es el caso de Toledo con el clero y el ejército. Desde el cardenal Mendoza a Pla y Deniel, desde Gerardo Lobo a Moscardó. Pero también hay espacio para otros perfiles. Facundo Perezagua y Anselmo Lorenzo, nuestro protagonista en estas líneas, forman parte esencial de la historia del movimiento obrero en España.
Inicios.
Los datos disponibles sobre su infancia son sumamente escasos. Nació en Toledo el 21 de abril de 1841, en el seno de una familia humilde. Al cumplir los once años fue enviado a Madrid para trabajar en la cerería de un tío suyo. Más tarde, ejercería de tipógrafo, oficio estrechamente vinculado a los orígenes del obrerismo organizado. Esta referencia es ineludible: Pablo Iglesias también era tipógrafo, al igual que Tomás Fernández Pacheco y Tomás González Velasco, dos de los integrantes del primer núcleo internacionalista español. ¿Regresó frecuentemente a su ciudad natal? Probablemente no, pero, al menos, lo hizo en 1871, camino de Lisboa y en pleno afán propagandístico de la Primera Internacional.
A mediados del XIX, cuando Madrid distaba mucho de ser una gran capital europea, se fundaron el Partido Democrático (1849), trasunto del incipiente republicanismo español, y el Fomento de las Artes (nacido en 1847 como centro de formación de las clases populares), su principal espacio asociativo al que se ligó Anselmo Lorenzo. Seguramente, esta cercanía a los republicanos influyó en su bagaje intelectual y en la construcción de una red de contactos.
Organización.
Londres, septiembre de 1864, se constituía la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Bakunin, Marx y Engels lideraron una organización poco vertebrada inicialmente, pero que tenía un claro objetivo: emancipar a la clase obrera de la explotación capitalista. Cuatro años después, en Cádiz, Topete se alzaba contra la monarquía de Isabel II. Podía haber sido otro levantamiento militar, pero fue un proceso más complejo, que provocó el exilio de la reina y el inicio de un período extraordinariamente intenso. Era la primera situación revolucionaria en Europa desde 1848 y Bakunin fue consciente de ello, por lo que mandó en noviembre de 1868 a un grupo de colaboradores para hacer proselitismo. La reunión clave tuvo lugar en casa del litógrafo catalán Julio Rubau Donadeu. Allí estaba Anselmo Lorenzo, impresionado por la personalidad de Giuseppe Fanelli, un napolitano con grandes dotes de comunicación curtido en la unificación italiana junto a Garibaldi. La propaganda hizo su efecto y en diciembre quedaba constituido en Madrid el primer grupo de la AIT.
Desde entonces se crearon diversas secciones locales que se reunieron en un primer Congreso de la Federación Regional Española (Barcelona, 1870), al que acudió Lorenzo. También participó en el lanzamiento del primer periódico inequívocamente obrero, La Solidaridad, que cumplió un papel esencial en la difusión del ideario internacionalista.
Con el triunfo de la Comuna de París, en 1871, la AIT empezó a ser tenida como una amenaza por el gobierno y, así, las Cortes aprobaban la propuesta de Sagasta para prohibir la Internacional (otoño de 1871). Por ello, Anselmo Lorenzo partió hacia Lisboa junto a otros compañeros, viaje que aprovecharon para dar a conocer las nuevas ideas en el país vecino.
Ese mismo año también fue a Londres y allí conoció a Marx, quien le hospedó en su domicilio y de cuya personalidad quedó impresionado. Pero también empezó a conocer de primera mano las diferencias entre el líder alemán y Bakunin, que provocaron la escisión del movimiento en 1872. La ruptura tuvo su propia trayectoria en España, a raíz de la estancia en nuestro país, un año antes, de Paul Lafargue (yerno de Marx), muy crítico con el sector bakuninista. Finalmente, las secciones españolas se posicionaron mayoritariamente a favor del líder ruso.
El toledano demostró una actitud conciliadora, a favor de la unidad. Durante su viaje a Londres intentó convencer a Marx para que cesara en sus pretensiones centralistas y otro tanto habría hecho con Lafargue en España. Sin éxito en el empeño, lamentaba la ruptura y él mismo sufrió la incomprensión de sus compañeros del Consejo Federal. La presión le llevó a abandonar este órgano (junio de 1872) y a apartarse de la dirección durante casi dos años. A pesar de estas críticas, la evolución teórica de Anselmo Lorenzo deja poco lugar a dudas acerca de su coherencia intelectual y convicciones antiestatistas.
Clandestinidad.
A pesar de la represión de Sagasta y de la fragmentación vivida en 1872, la Federación Regional Española siguió viva y muchos de sus militantes se implicaron en el levantamiento cantonalista de 1873. Al entrar la I República en su fase autoritaria, se inició una fase de represión contra el movimiento obrero, intensificada en los primeros años de la Restauración. De ahí a la clandestinidad.
Entre 1872 y 1874 Anselmo Lorenzo cambió con frecuencia de residencia: Valencia, Bilbao, Burdeos y, finalmente, Marsella (1873). En Francia tuvo serias dificultades para subsistir con trabajos temporales y esta situación le movió a regresar a España. Se instaló en Barcelona y a los dos años se casó (1876) con Francisca Concha. Era la viuda de su amigo José Miranda, madre de un niño, y juntos tuvieron tres hijas: Marina, Mariana y Flora. Desafortunadamente, poco más podemos añadir sobre su vida familiar.
Durante aquellos años en Barcelona, se reincorporó a la militancia activa en la reducida sección de tipógrafos. Las reuniones tenían que hacerse en talleres, cafés y paseos; la propaganda, tirada también en imprentas clandestinas y sin el apoyo de la prensa; los contactos con el movimiento internacional se redujeron hasta casi su desaparición; mientras que los congresos nacionales fueron sustituidos por conferencias comarcales, como las que se celebraron en julio de 1876.
No se diluyeron, en cambio, las tensiones internas que en 1881 volvieron a poner a Lorenzo en el disparadero. Bajo la acusación de haber falseado los resultados electorales para la Comisión Federal, fue desalojado de toda responsabilidad y expulsado de la FRE después de un oscuro proceso. En cierta medida, su sanción formaba parte de la reorganización del movimiento obrero, una suerte de temporal resurgimiento que fue posible gracias a la legislación liberal de Sagasta y a la moderación en el discurso de la nueva organización. Nacía así la Federación de Trabajadores de la Región Española (septiembre, 1881), que incorporaba a su agenda la necesidad de una reforma agraria tendente a nuevas formas colectivas de propiedad.
Durante aquellos años la prensa obrera desplegó una importante labor de adoctrinamiento. Además de la Revista Social podemos mencionar El productor (1887-1893) y Acracia (1886-1888), publicación más teórica, de cuyo consejo de redacción formó parte el toledano.
Tras esta breve experiencia, el discurrir del anarquismo se bifurcó. Por un lado, algunos grupos heterogéneos en torno a la “Organización Anarquista de la Región Española”. Apenas tuvo estructura formal y su proyecto descansaba en una mezcla de comunismo, clandestinidad, violencia y descentralización organizativa. De otro lado, la “Federación de Resistencia al Capital – Pacto de Unión y Solidaridad”, defensora del sindicalismo revolucionario que aceptaba el espontaneísmo para limar las resistencias obreras al sindicalismo. Fue el grupo al que se ligó Lorenzo, ya sin responsabilidades de dirección.
Nuevo siglo.
Desde 1886 su labor se centró en la escritura. A la vez que crecía su producción intelectual, también lo hacía su prestigio moral en el movimiento libertario, ejemplificando la continuidad entre el primer obrerismo internacionalista y los nuevos tiempos del anarquismo. Esa suerte de magisterio fue ejercida desde la prensa, en conferencias y, por supuesto, a través de sus libros.
El proletariado militante, su obra más difundida, consta de dos tomos, publicados en 1901 y 1923 (aunque escrito en 1910). Constituye una suerte de autobiografía política repleta de documentos y experiencias. En 1909 veía la luz El pueblo, su texto más doctrinal. En sus catorce capítulos aborda algunas de las cuestiones centrales del pensamiento anarquista: Estado, pueblo, política… Conviene resaltar los capítulos dedicados a la mujer, ya que constituyen un interesante ensayo feminista.
Aunque Anselmo Lorenzo permanecía alejado de los puestos de responsabilidad, la represión se cebó con él en procesos como el que siguió al primero de mayo en 1890 y que acabó en su encarcelamiento. Experiencia dolorosa repetida tras el atentado en Barcelona de 1896. Anselmo Lorenzo, junto a casi 400 personas, fue encerrado sin haber participado en la acción terrorista.
La posterior estancia en París hasta 1899 resultó fundamental para su trayectoria. Allí trabó amistad con la intelectualidad obrera francesa y conoció a Francisco Ferrer i Guardia. Vinculado inicialmente al republicanismo, en su exilio se aproximó al anarquismo, trabajó como profesor y heredó la fortuna de una alumna que invirtió en crear la Escuela Moderna (Barcelona, 1901). Ferrer y Lorenzo unieron esfuerzos en la editorial que difundió ese modelo educativo. Pero todo concluyó dramáticamente. En 1906 el atentado contra Alfonso XIII llevó al encarcelamiento de Ferrer y su posterior ajusticiamiento.
Un tiempo después, la represión del gobierno Maura tras la Semana Trágica de Barcelona volvió a ser durísima y arbitraria: centenares de detenidos y 3 condenas a muerte. Él mismo sufrió la acción judicial y el destierro. Fue su última detención, cuando tenía 68 años y estaba enfermo.
De la semilla de Solidaridad Obrera (presente en los sucesos de Barcelona) surgiría la Confederación Nacional del Trabajo, sindicato anarquista creado en 1910 que redefiniría claramente el movimiento.
Final.
La posterior historia de la CNT, historia de acción y auge, clandestinidad y represión, ya no la viviría Anselmo Lorenzo en primera persona. Padecía una afección respiratoria que le dificultaba incluso subir las escaleras del piso en el que vivía en Barcelona. “Estoy cada vez más achacoso; no puedo salir de casa, paso horas y horas sentado a mi mesa de trabajo”, le había dicho a su amigo Tarrida.
Un último acontecimiento le sobrecogió, el estallido de la Primera Guerra Mundial. Conflicto devastador y cierre del siglo XIX “largo”, también supuso una nueva quiebra en el seno del movimiento obrero. La Segunda Internacional se desgarró en medio de la disyuntiva entre clase y nación, ¿seguir fieles al discurso del pacifismo o apoyar a los respectivos gobiernos nacionales? También en el seno del movimiento libertario se vivió una agria polémica entre los afines a la causa aliada y quienes siguieron apostando por la causa antibelicista. Anselmo Lorenzo se mantuvo al margen de estas diatribas, aunque ilusionado con proyectos como el de una revista.
El 30 de noviembre de 1914, con 73 años, falleció en Barcelona Anselmo Lorenzo. Había entregado la mayor parte de su vida a la lucha por el proletariado.
Bibliografía:
- ÁLVAREZ JUNCO, José, La ideología política del anarquismo español (1880-1910), Madrid, Alianza, 1991.
- MONTSENY MAÑÉ, Federica, Anselmo Lorenzo: el hombre y la obra, Toulouse, Espoir, 1970.
- VILLENA ESPINOSA, Rafael, Anselmo Lorenzo (1841-1914). El proletario militante, Ciudad Real, Almud ediciones de CLM, 2009.
- VILLENA ESPINOSA, Rafael, “La trayectoria de un líder. Anselmo Lorenzo”, en Jordi Maíz Chacón (coord.), En el alba del anarquismo: Anselmo Lorenzo, 1914-2014, Palma de Mallorca, Calumnia Edicions, 2017, pp. 9-29.