Nació Antolín García Lozano en Atienza (Guadalajara), el 2 de septiembre de 1779, hijo de Pedro García Baroín, natural de la vecina población de Barcones (Soria), y de Ana María Lozano, perteneciente a arraigada familia ganadera de la Serranía de Guadalajara.
Ingresó en el Seminario de San Bartolomé de Sigüenza el 25 de noviembre de 1795, saliendo de él como docto latinista. De Sigüenza marchó a la diócesis de Osma, donde se doctoró, en su Universidad, en Sagrada Teología. Pasando posteriormente a la diócesis de Zaragoza, viéndose sorprendido en aquel reino por la invasión francesa, que acarrearía la Guerra de la Independencia.
En Zaragoza, fue uno de los miembros de la Junta de Defensa de Aragón, del mismo modo que otros de sus familiares, en Atienza, Villacadima o Guadalajara, pasaban a formar parte de las diferentes juntas de defensa locales y provinciales que más tarde, unificadas, tratarían de hacer frente al invasor. Sus continuos enfrentamientos y desacuerdos con la Junta de Defensa de Aragón harían que Antolín García Lozano abandonase la Junta y saliese de Zaragoza, dirigiéndose a Andalucía, donde combatió a los franceses en la provincia de Sevilla, sin abandonar sus estudios religiosos; desde Sevilla, y antes de la pacificación total del reino, solicitó en 19 de enero de 1810, algún tipo de prebenda con la que cobrarse sus servicios.
Terminada la gloriosa campaña de la guerra de la Independencia, en recompensa a los padecimientos anteriores, fue agraciado con una prebenda en la catedral de Osma, ejerciendo de catedrático en aquella Universidad hasta el año de gracia de 1816, en que después de haber hecho oposición a la diócesis de Calahorra, fue agraciado con igual prebenda en la segoviana Real Colegiata de San Ildefonso, lugar de descanso de la real familia.
En la Colegiata iniciaría lo que sería su ascenso en el ámbito de la iglesia segoviana. La frecuencia con que Sus Majestades acudían al Real Sitio le facilitó desarrollar sus dotes oratorias, así como la finura de modales y extraordinaria sagacidad, cuentan, para conocer el corazón humano, lo que le granjearía lugar distinguido en los círculos de la más elevada aristocracia.
En 1818 fue agraciado con los honores de inquisidor general de Valladolid, y más adelante le llegó el nombramiento de predicador de Su Majestad don Fernando VII.
En 1820 se vio inmerso en las persecuciones de la época, dentro del trienio liberal, por lo que a principios de 1823, el conde del Abisbal, don Enrique, hermano de don Leopoldo O´Donell, general de una división de tropas constitucionales, lo aprisionó con otros respetables eclesiásticos y particulares, quienes debieron la vida a la serenidad y energía que en tan crítica ocasión manifestó el penitenciario de la colegiata de San Ildefonso, estando condenado a muerte.
Pasado el tenebroso momento en el que don Antolín García Lozano estuvo a punto de ser ajusticiado por sus ideas liberales desempeñó el mismo cargo de Inquisidor en Segovia que anteriormente disfrutaba, al tiempo que fue nombrado Gobernador del obispado, ejerciendo de obispo interino en la sede cuando esta se encontró vacante.
En 1824 Fernando VII, recobradas sus funciones y vuelto el absolutismo, lo nombró, a propuesta de la cámara, deán de la catedral de Segovia, cuya dignidad primera, post pontificalem, desempeñó por el largo y difícil tiempo de los veintisiete años siguientes.
Su estancia en Segovia no pasó desapercibida, llegando a ser el autor de una dignísima Exhortación religiosa al benemérito cuerpo de Voluntarios Realistas de la ciudad, que pronunciada a modo de sermón en la catedral con motivo de la bendición de la bandera del cuerpo, el 30 de mayo de 1831, fue dado a la imprenta, constando como una de las obras señaladas de la época, y cuerpo, a juicio de su entonces Brigadier en Jefe.
A pesar de todo, no siempre estuvo a favor de la monarquía absoluta, puesto que parece ser que no guardó silencio ante las injusticias que siguieron al trienio liberal, tiempo en el que se desató la persecución y venganza contra los alzados, lo que le valió más de una privanza. Pasando algún tiempo, tras la muerte de Fernando VII, desterrado y encarcelado en Ciudad Rodrigo (Salamanca). En prisiones anduvo desde el mes de febrero de 1837 hasta el de agosto de 1838 en el que se le conmutó aquel destierro por el más cercano de Ávila. Regresando a su iglesia al cabo de dos largos años, siendo encausado nuevamente en 1841 al resistirse a entregar títulos y papeles de la iglesia segoviana a la que servía, tras las primeras desamortizaciones.
El pronunciamiento de 1843 le proporcionó algún descanso. Que se prolongaría a lo largo del decenio, hasta que llegado el de 1850 su nombre volvió a sonar en las altas esferas del reino.
En 1851, el 28 de marzo, cargado de años, pues contaba ya 70, fue propuesto para ocupar la sede episcopal de Salamanca. Siendo preconizado el 15 de septiembre. Su consagración como obispo, en el Madrid de la época, el 14 de noviembre en la catedral de San Isidro, fue todo un acontecimiento social, siendo consagrado por el Cardenal Arzobispo de Toledo, con la asistencia del Patriarca de las Indias y el Arzobispo Abad de San Ildefonso; llevando por padrino al Duque de Osuna.
Don Antolín García Lozano, con su corte de criados y familiares partió inmediatamente para tierras salmantinas, concretamente hacia Alba de Tormes, donde había de hacerse el tradicional recibimiento oficial por las autoridades de aquella provincia y obispado, para dirigirse a la capital atravesando las aguas del Tormes el 28 de noviembre. Un gentío inmenso, cuentan las crónicas, salió de Salamanca a esperarle, circunvalando las calles de su tránsito y acompañándole con muestras de júbilo hasta su morada
Apenas tuvo tiempo para comenzar a organizarse en la diócesis, comenzando por el seminario, al que trató de darle nuevo empaque, modernizándolo al compás del siglo; al tiempo que inició una reforma de las costumbres y vida eclesiásticas. El 14 de mayo siguiente, por la tarde, salió a dar un paseo por la ciudad. Aquella noche comenzó a sentirse indispuesto y se metió en cama, asistido por su sobrino, el escritor romántico Pascual García Cabellos. A eso de las diez de la mañana su estado comenzó a empeorar; y a las cuatro de la tarde del 15 de mayo, tras sufrir una apoplejía, expiró. Fue sepultado, con todos los honores de su dignidad, en la capilla contigua a la sacristía de la catedral nueva de Salamanca en la mañana del 18 de mayo de 1852, en un nicho de la pared, sin epitafio ni distinción alguna, tras haber permanecido expuesto su cadáver, como mandaba la costumbre, durante tres días, en la capilla del palacio episcopal.
Bibliografía y webgrafía:
Juan Pablo Calero Delso, “Antolín García Lozano”, Diccionario Biográfico de la Guadalajara contemporánea (12-5-2028). http://bioguada.blogspot.com/. Consulta el 17-4-2024.