Hijo de militar, vivió toda su infancia en la ciudad alcarreña, salvo un corto periodo de tiempo que pasó en Larache (Marruecos), por el destino de su padre. En 1934 la familia se trasladó a Madrid.
Aficionado a la pintura desde la niñez, y también a la música, al teatro y a la lectura, tras estudiar Bachillerato en Guadalajara, ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid; allí estudia pintura y escultura, a la vez que alterna las clases con su pasión lectora y la asistencia a representaciones teatrales. De esta época juvenil data el primer premio literario recibido por la narración El único hombre.
Al inicio de la Guerra Civil, Buero Vallejo quiso alistarse, pero se lo impidió su padre; luego fue llamado a filas en 1937 en el ejército republicano, sirviendo en un batallón de infantería, donde colaboraba en todo tipo de actividades culturales. Tras la victoria franquista, fue recluido durante unos días en la plaza de toros de Valencia y luego en un campo de concentración en Castellón, de donde volvió a su lugar de residencia con la orden –que no cumplió- de presentarse a las autoridades. Fue detenido en mayo de 1939, encarcelado, acusado de «adhesión a la rebelión» y condenado a muerte; pena que le fue conmutada por la de treinta años de prisión. Tras su paso por diversas colonias penitenciarias, al fin salió del penal de Ocaña (Toledo) en libertad condicional, en marzo de 1946. En una de las cárceles, la de Conde de Toreno, en Madrid, coincide con el poeta Miguel Hernández, a quien ya conocía y con el que entabla una honda amistad; es ahí donde pinta el conocido retrato del poeta.
Tras publicar dibujos en revistas y ya totalmente atraído por la escritura, narrativa y especialmente dramática, obtiene el premio Lope de Vega con Historia de una escalera, tras cuyo preceptivo estreno en el Teatro Español de Madrid, en 1949, consiguió tal éxito de crítica y público que le sirvió para iniciar una carrera teatral que le ha consagrado como uno de los dramaturgos más importantes y más estrenados de la segunda mitad del siglo XX.
La experiencia vital de Antonio Buero Vallejo influyó profundamente en su literatura, en la que refleja temas como la injusticia, la opresión y la lucha por la libertad. Por ello, es recordado por su habilidad para combinar la crítica social con la humanidad y el profundo análisis psicológico de los personajes en sus obras, convirtiéndose en una voz esencial para entender la España del siglo XX. La obra de Buero es una verdadera referencia ética y estética coherente con su vida, su trayectoria de hombre íntegro, comprometido y defensor de unos valores difícilmente discutibles por su profundo humanismo. Obra y vida contienen igualmente rasgos modélicos. Consecuentemente, en la biografía de nuestro autor lo mismo que en su obra contemplamos ese magisterio que nos aproxima a una parte valiosísima de su personalidad.
La importancia de la obra de Buero Vallejo radica en su capacidad para reflejar la realidad social, política, ética y moral de su tiempo, así como en su destreza para crear personajes complejos y situaciones dramáticas que invitan a la reflexión. Instalado en el contexto de lo trágico, el teatro de Buero en general viene a expresar el desgarramiento interno de la persona que se produce entre las propias limitaciones que padece, los condicionamientos que la sociedad le impone y las propias miserias y deseos. El legado literario sigue siendo relevante en la actualidad y este teatro es estudiado en universidades y representado en escenarios de todo el mundo.
Sin ser un autor prolífico ni obsesionado por estrenar, pues meditaba siempre mucho sus dramas antes de llevarlo a las tablas, sí ha dejado una rica obra teatral, además de una mínima parte de narración y ensayo.
La dimensión de Buero tiene una vertiente histórica incuestionable como recuperador de un teatro digno en una época en la que predomina lo comercial evasivo. Su teatro serio y severo, como toda creación artística, no se verifica en un mundo neutro; a veces moralista, mantiene una clara conciencia social unida a planteamientos de raigambre existencialista. En otras ocasiones avanza por el terreno del neosimbolismo. Y son apreciables también las obras que suponen un proceso crítico a la historia de España.
Como dramaturgo comprometido con la realidad social, ha sabido testimoniar crudas realidades de su tiempo con profundo sentido crítico en obras como Historia de una escalera, El tragaluz (1967), Hoy es fiesta (1955) o Las cartas boca abajo (1957). Y aunque suele tender hacia motivos universales, no se puede desdeñar la función sociológica que muchas de sus piezas han tenido, con un plus de carácter político que pudo mediatizar -para bien y para mal- la recepción de un teatro creado por un escritor eminentemente ético.
Otra buena parte del teatro de Buero Vallejo, sin descontextualizarse completamente de lo que pudiera ser el realismo testimonial, es el que conforma un grupo de piezas de fuerte componente simbolista. Ahí tendríamos obras como La tejedora de sueños(1952); La señal que se espera (1952); Casi un cuento de hadas (1953); Aventura en lo gris (1963); El sueño de la razón (1970); Irene o el tesoro (1954); Llegada de los dioses (1971); En la ardiente oscuridad (1950); o La fundación (1974). En esas piezas de carácter simbólico aparece lo mítico, lo imaginativo y lo fantástico y se plantean problemas genéricamente humanos, como el de la fe, la cuestión de la verdad, la expiación de la culpa, la tortura o el contraste entre la visión optimista (escapista) y la realidad. O por decirlo con palabras del teórico Ruiz Ramón, en algunas obras
“se propone […] con mayor o menor ambigüedad la presencia del misterio como discusión de la existencia humana y la necesidad de la fe, la esperanza y el amor -vaciadas de toda significación teológica- para transformar el mundo y realizar lo humano en el hombre”.
El tercer gran núcleo del teatro de Buero es el de tema histórico, cuyas piezas suelen situar la acción en un tiempo pretérito y en ocasiones centradas en personalidades relevantes del pasado, como Esquilache, Velázquez, Goya, Quevedo o Larra. Son muy significativos los títulos: Un soñador para un pueblo (1958); Las Meninas (1960); El sueño de la razón (1970); El concierto de San Ovidio (1962); o La detonación (1977). En estos dramas históricos se una a menudo el tema social y el existencial sobre un fondo histórico de personajes reconocibles. Incluso en este apartado se puede considerar la presencia de dramas que ponen de relieve algún aspecto de consecuencias políticas, como la tortura en La doble historia del doctor Valmy (1968), o el terrorismo en Jueces en la noche (1979).
En general, la obra teatral de Antonio Buero Vallejo hay que concebirla al modo clásico de la tragedia, con un papel decisivo de la esperanza (que lleva a proponer soluciones optimistas a la larga) y la aristotélica catarsis, como procedimiento purificador de las pasiones y regenerador de la conciencia del espectador, al que nunca se quiere dejar indiferente y al que se le recuerda de manera permanente la salvaguarda de unos valores esenciales a una cultura y a la dignidad de vivir. Hay que subrayar el carácter ético de la obra de nuestro autor con su afirmación fundamental de la necesidad de vencer al egoísmo, en sus múltiples formas.
Desde el punto de vista formal, el teatro de Buero sintetiza diversas tendencias teatrales anteriores, especialmente el realismo y el simbolismo y lo que podríamos llamar el “benaventismo”, pero también realiza aportaciones innovadoras sobresalientes, muy especialmente en el estudio del espacio escénico, los llamados efectos de inmersión, para tratar de incorporar al espectador a la escena haciéndole compartir al ámbito vital que se representa. Con palabras de José Monleón, se puede afirmar que “Buero ha incorporado a su forma teatral elementos del teatro épico y elementos del teatro de vanguardia”. Es destacable también cómo el autor supo navegar por el proceloso mar de la censura durante la dictadura franquista, mediante la utilización de recursos como el simbolismo y la reflexión histórica, aunque no siempre lo consiguió, pues, entre otras, la obra La doble historia del doctor Valmy fue prohibida y solo se pudo estrenar en 1976. Y no es baladí el tema de la censura, pues como afirma el propio Buero: “Es seguro que habría habido en las obras alguna mayor libertad en la concepción de determinadas situaciones; mayor libertad también quizá, para la concepción de determinados atrevimientos estéticos. Habría habido más holgura, más soltura, más confianza, y, por lo tanto, probablemente, logros más felices”.
Antonio Buero Vallejo fue ampliamente reconocido con numerosos premios y galardones. En 1971 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española, de cuyo sillón X tomó posesión con un discurso de ingreso que versó sobre García Lorca ante el esperpento. En 1980 se le concedió el Premio Nacional de Teatro. En 1986 fue galardonado con el Premio Cervantes. En 1996 se le otorgó el Premio Nacional de las Letras Españolas. En 1999 recibió el Premio Max Honorífico.
Antonio Buero Vallejo como hombre y como escritor es un paradigma de la cultura de Castilla-La Mancha, que arraiga en lo local, cohesiona lo regional y se expande con un alcance universal tanto en el espacio como en el tiempo. Acercarnos a la dimensión de su figura y su obra es adentrarnos en el conocimiento de un gigante de la cultura castellano-manchega, hispánica y universal. En 1988 el gobierno regional le concedió la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha.
Antonio Buero Vallejo, guadalajareño ilustre, castellano-manchego singular, español insigne, es, al tiempo, uno de los grandes autores de las letras hispánicas, uno de los grandes nombres de la dramaturgia y, en suma, un escritor con espacio propio en la historia de la literatura.
Imagen: Buero Vallejo: Autorretrato