Carácter netamente castellano, el General Rey dejó afectos imborrables en todos los que tuvimos la satisfacción de tratarle. Era un gran corazón, pronto siempre a las más nobles expansiones.
En el trato de gentes ponía el gran vallisoletano los acentos de la más impecable sinceridad.
Llegó a ser en Ciudad Real una verdadera institución. Conocía a los humildes y a los encopetados por sus nombres y apellidos, y cuando saludaba, procuraba siempre marcar bien esta circunstancia.
Había nacido en Valladolid el 10 de junio de 1814, y empezó a estudiar leyes en la Universidad de Alcalá de Henares, cuando su familia acordó que ingresara en el ejército como Alférez de Milicias.
Luchó con su proverbial arrojo contra los carlistas. Ascendió a Alférez de la Guardia Real poco antes de ser disueltos por Espartero los dos regimientos que de esta clase existían.
Vivía en aquella sazón en Ciudad Real D. Hilarión del Rey, padre de D. Antonio y representante de la Sociedad Arrendataria de la Sal y Tabacos. A esta circunstancia se debió que constituyera familia el General Rey en la Mancha.
Era de buena estatura y porte. Como el Conde de la Cañada, casó con una distinguida dama de la familia de los Medranos.
Iniciado en 1843 el movimiento revolucionario de Narváez en favor de la regencia de María Cristina, fue de los primeros en ofrecer su espada; y ascendido a Capitán, fue destinado al ejército que luchaba en Cataluña contra los carlistas.
Su bravura y pericia militar quedaron bien probadas, y sobre el campo de batalla ganó los grados de primer comandante y teniente coronel. Se encargó entonces del mando del batallón de Cazadores de Figueras. fue coronel de los regimientos de Guadalajara y Burgos.
Ascendido a brigadier, fue a reemplazar al general Manso de Zúñiga, que había muerto luchando heroicamente en Linas de Marcuello. Al frente de su brigada, estuvo en la plaza de Santo Domingo el 22 de junio de 1865, y su arrojo y bravura fueron proverbiales en aquellos sucesos.
Cuando se afilió a la Unión Liberal, era ya general. Tomó parte muy principal en la revolución de septiembre, marchando a unirse a Serrano con las fuerzas que mandaba como comandante general de Ceuta.
En los anales de la hermosa ciudad de Granada están escritas con pluma de oro las páginas destinadas a narrar el periodo de mando del General Rey.
Difíciles, muy difíciles eran las circunstancias cuando se encargó de aquella Capitanía General, pero su gran discreción y energía, salvaron todos los obstáculos, y el éxito más completo coronó un periodo de mando que los granadinos recordarán siempre como
fecha fausta.
El general Rey fue declarado hijo predilecto de Granada, y jamás hubo mayor conformidad de opiniones que en aquella ocasión, para ofrecer un homenaje de cariño y respeto a una autoridad.
Si se hubiera hecho por medio de un Referéndum, es seguro que alcanza la unanimidad en los sufragios.
Fue director general de Administración Militar, capitán general de Castilla la Nueva, presidente del Consejo de Guerra y Marina y ministro de la Guerra, demostrando en todos estos cargos sus grandes talentos y sus nobles condiciones de carácter.
Cuanto más elevada era su posición oficial, extremaba doblemente sus atenciones y afectos a los manchegos que le visitaban.
Fue Diputado a Cortes por Granada y Albuñol y representó en el Senado a la provincia de Ciudad Real, concediéndole Sagasta más tarde la Senaduría vitalicia.
Murió en Madrid el bizarro general a consecuencia de una apoplejía, y la prensa de todos los matices y los hombres políticos de las más opuestas filiaciones tuvieron ocasión con este triste motivo de testimoniar a la familia las grandes simpatías que había conquistado el General Rey en todas las clases sociales.
Bien hará Ciudad Real perpetuando la memoria del General querido, que en vida supo unirse a los manchegos por los fuertes vínculos del más sincero afecto.
Francisco Rivas Moreno
en Los Grandes Hombres de mi Patria Chica (Imprenta del Real Monasterio de El Escorial, 1925).
Se ha actualizado la ortografía original