Según su partida de nacimiento, Antonio Rosillo Játiva nació en Munera (Albacete) el 31 de diciembre de 1880 y fue bautizado el 1 de enero de 1881 en la parroquia de san Sebastián. Era hijo de Ramón Rosillo y Luisa Játiva (Familia Search, https://www.familysearch.org/). En dicha partida hay una nota adicional que dice: “Casó en esta parroquia con Elena Moya Vacas el día 14 de julio de 1947”.
Con tan solo doce años abandona su pueblo y marcha a Madrid, donde trabaja como dependiente en distintas papelerías. En la capital estudia la carrera de Perito Mercantil asistiendo a clases nocturnas terminándola con las máximas calificaciones y recibiendo el premio llamado de “constancia” creado especialmente para premiar su interés por el estudio, ya que no faltó un solo día a clase. También estudió la carrera de Taquígrafo en el Instituto San Isidro de Madrid.
Su espíritu de superación lo lleva a presentarse a unas oposiciones al Banco de España, oposiciones que aprueba sin plaza. Defraudado por la arbitrariedad del tribunal, y quizás dolido por un amor imposible del que nos habla en su poema “Recuerdas”, Antonio Rosillo rechaza varias ofertas de trabajo que le llegaron desde distintos bancos de provincias y decide marchar rumbo a América, como tantos otros españoles de aquel entonces que surcaron las aguas del Atlántico con la esperanza de lograr una vida mejor.
Con 26 años, mientras en Munera se celebraba el día grande de su Feria, el joven Antonio Rosillo arriba en Veracruz, México. Era el 21 de septiembre de 1906. En este país creó un negocio propio de papelería, labrándose en poco tiempo una posición social y económica privilegiada en Saltillo, ciudad donde se estableció y residió durante casi cuarenta años. Se casa y alcanza la felicidad plena con Celia Garzay y comienza a escribir sus primeras composiciones poéticas, la mayor parte de ellas burlescas, bajo el seudónimo “Toni”.
Su infatigable participación en los círculos culturales y la vida social queda demostrada en la fundación de la Sociedad Acuña, de la que fue promotor. En dicha Sociedad organizó una escuela para adultos analfabetos por la que el Estado Mexicano le otorgó el título de “profesor honorario” con derecho a impartir clase en todo el país. Llegó a ser presidente de la Cámara de Comercio de México. Antes de regresar a España, inauguró en Saltillo un salón de baile al aire libre bautizado por él con el nombre de “Patio Español”. Fue sin duda la de México una etapa dorada en su vida. En 1945, tras la muerte de su esposa, regresó a su patria.
En Munera pasa los últimos 22 años de su vida, casándose en segundas nupcias con Elena Moya Vacas. A partir de ese momento escribe la mayor parte de su obra literaria, abandonando su pseudónimo mexicano “Toni” y firmando como “Aroja”, acrónimo que aglutina las primeras letras de su nombre. Antonio Rosillo, poseedor de un incalculable bagaje vital, siente la necesidad de plasmar sus experiencias y emociones sobre el papel. La poesía es el género literario que elige para llevar a cabo su propósito; inmejorable elección, ya que en sus poemas Aroja consigue aunar su madurez intelectual y el dominio del verso de tal modo que concepto y ritmo terminan siendo una realidad inherente, armónica y completa.
La presencia de Aroja supuso para la Munera de la postguerra un foco de exotismo y apertura inaudito que convirtió a este municipio manchego en un referente artístico y cultural de primer orden.
Recién llegado del nuevo continente, Antonio Rosillo se embarca, junto con Enrique García Solana, en la aventura de fundar un periódico local, Ecos, donde publica el conjunto de su poesía. Además, nuestro poeta promovió la difusión del arte y la literatura entre las gentes de Munera, realizando los guiones de numerosas obras de teatro que posteriormente eran representadas por los jóvenes munerenses. Muestra de ello son algunos de los libretos que se han conservado, como por ejemplo el entremés “Un tenorio de a peseta” o la zarzuela “Las bodas de Camacho”, con música de José Luis Castejón, que nunca llegó a representarse. Con Castejón formará un singular dúo artístico del que salieron infinidad de canciones. De la letra de las mismas se encargaba Aroja, y de la música el entonces joven Castejón.
También hay que destacar las “letras” del pasodoble “Munera”, o la de los “Mayos a la Virgen de la Fuente”. Entre sus muchas aficiones estaba la arquitectura, proyectando las reformas que se hicieron en el Casino de “La Amistad” de Munera.
Antonio Rosillo Játiva falleció en Munera el 21 de junio de 1967. Tras su muerte, el Ayuntamiento a requerimiento del vecindario que elevó un pliego de firmas en este sentido, acordó dar su nombre a una calle.
Dos años después de su muerte, en 1969 nace el PÓRTICO LITERARIO como acto inaugural de la Feria y Fiestas de Munera, un homenaje al poeta “Aroja” por parte de sus grandes amigos Enrique García Solana y José Luis Castejón. Esta tradición ha seguido perpetuándose en el tiempo organizada durante años por la familia García Solana-Gavidia, para posteriormente encargarse el Ayuntamiento de Munera.
Para poder seguir la huella de Aroja, el ayuntamiento editó en 2008 el libro Estampas Munerenses, en el que se hace un recorrido por su vida y obra. En él se recopilan sus numerosos poemas: de amor, humorísticos, religiosos, y de temas varios que reflejan la vida de principios del siglo XX en un pueblo como Munera.
En julio 2017, coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte, se hizo un acto homenaje con la lectura de algunos de sus poemas por parte familiares, amigos y admiradores, en la plaza de Emilio Solana Morcillo, junto a la Molineta.
Antonio Rosillo Játiva es la persona a quien la historia destinó para convertirse en el primer poeta de Munera. Su vida estuvo llena de vaivenes, aventuras y peripecias a los que supo enfrentarse con valentía desde su más tierna juventud. Más de medio siglo después de su muerte, hallamos en la figura de Aroja a un poeta que con hondo respeto se acercó a las gentes sencillas de su pueblo, retrató sus costumbres y contó los afanes, trabajos y también miserias por los que atravesaron sus mayores. Inmortalizó en sus obras la vida y el sentir de los munereños de los años 40, 50 y 60, plasmando mejor que nadie, el alma de Munera y dejando como legado un tesoro de incalculable valor.