Su inclinación artística, queda demostrada desde su infancia en el colegio, expresando ya sus excelentes dotes para el dibujo, retratando a sus compañeros y recibiendo por ello castigos por sus maestros, ya que perdía mucho tiempo.
En 1839 su padre barbero de profesión, lo retira del colegio a la edad de 12 años, como era asiduo en aquella época para emprender el oficio paterno. Al poco tiempo las paredes de la peluquería se convirtieron en una exposición de retratos de todos los clientes que pasaban por allí.
No contento con el oficio que su padre le quería adjudicar, decide en 1843, con 16 años, marcharse a Madrid, buscando otro empleo con el que se sintiera más identificado. Sin embargo, esta experiencia será breve, debido a una enfermedad, que le hará volver a Valdepeñas.
Más tarde, el padre hace un esfuerzo y observando la gran afición que para las artes tenía su hijo, decide ayudarle para cambiar de oficio, colocándolo en el gremio de pintores decoradores en Valdepeñas, donde ejecutará todo tipo de trabajos en esta especialidad. La experiencia con las pinturas no sólo le ayuda a conocer los materiales, las técnicas y herramientas del oficio, sino que, además, aprende las mezclas de colores, observa el efecto de la pintura y el color en luces y sombras, también compone y prepara distintos tipos de pinturas al óleo, temple, silicato o cal, así como otras formas de enlucido, como es el estuco y sus decorados. Dichos trabajos le suben más el ánimo y no duda en cuanto puede, huir para utilizar el pincel pequeño y realizar grandes trabajos artísticos en Valdepeñas.
Primeros encargos. Ingreso en la Academia de Bellas Artes de san Fernando. Copista en el Museo del Prado.
Este auge de encargos y el gran entusiasmo que tenía por la pintura, hacen que, en 1852 con 25 años de edad, decida dejar a la familia, mujer y dos hijos con su padre, D. Joaquín Hurtado de Mendoza, para marchar a Madrid a la aventura artística. De esta manera ingresa ese mismo año en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, teniendo como profesor a Bernardo López Piquer (Valencia, 1799 – Madrid, 1874) que, además, era Pintor de Cámara.
Mientras, Hurtado de Mendoza, alterna los estudios, realizando diversas copias en el Museo del Prado sobre los grandes pintores y es imitador de muchas escuelas artísticas. Esta cualidad artística, es observada por el Ministro de Fomento, D. Francisco de Luján (Madrid, 1798-1867), que le otorga una pensión de 1500 pesetas a cambio de presentarle obras, de vez en cuando, para ver su evolución artística.
Por estas fechas y dada su valía profesional, recibe varios encargos de varias personalidades del mundo clerical, aristocrático, etcétera, haciendo varios retratos, entre ellos citaremos el Sr. Obispo de Astorga, Marqueses de Linares, Obispo de Plasencia, Marqués de San Gregorio y D. Claudio Moyano, logrando de este último no sólo la prórroga de su pensión con una cantidad de 2000 pesetas, sino el total reconocimiento de su obra artística llamándole gentilmente “La Perla de La Mancha” y recogiendo gran nombradía en los medios culturales y de la crítica de Madrid, considerado como uno de los mejores retratistas de su época.
Por otro lado, también recibe varios encargos de copias, como la Virgen de la Silla de Rafael, con destino para el convento de los Padres Jesuitas, en Chile. La Concepción de Murillo, para la Condesa de Oñate; los retratos de los Reyes de la Casa de Austria, en tamaño menor para el Marqués de Miraflores, entre otros trabajos. Tras obtener buenas calificaciones en la Academia, es protegido por los Marqueses de Benamejí y por el Rey Francisco de Asís de Borbón, esposo de Isabel II, ejecutando varias copias para ellos del Museo del Prado: La Perla de Rafael, la Purísima Concepción, los Niños de la Concha, el Niño Jesús de Murillo y la Virgen de la Silla. Para Francisco de Asís de Borbón, particularmente. copió la Bacanal de Rubens, con tanta fidelidad que le valió para ser nombrado Caballero de la Orden de Carlos III. También retrató a la sobrina del general Ros de Olano y recibió del militar el encargo de realizar varias copias del Museo del Prado.
Su ritmo de trabajo se acrecienta, llevando a cabo varios retratos, entre ellos a D. Francisco Rodríguez Troncoso, a la señorita doña Emilia Carbacho, cuadro que estuvo precisamente expuesto en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1857 en Madrid, obteniendo Mención Honorífica y el de D. Calixto de la Rosa que era secretario particular del general Ros Olano a quien él conocía.
Su genio creador también se desarrolla pintando varios originales, entre los que se encuentra La Concepción y los Sagrados Corazones, en Valdepeñas, del cual, no se dispone de esta obra, pero si podemos comentarla. En su representación aparecían un grupo de ángeles elevando una plegaria, aludiendo temas y atributos de la Historia Sagrada. El reparto en el lienzo queda así: a la derecha aparecen dos ángeles, el primero toca la lira en el que está representada el nombre de María, los Cuatro Evangelistas, las Tablas de la Ley, el Cordero Pascual, el Libro de los Siete Sellos y el Tabernáculo. El segundo ángel que está a su lado tiene un clarinete que simboliza la columna que Jesús estuvo amarrado y en la cabeza la Estrella de la Mañana. El ángel que aparece en el centro tiene una diadema e ionizada la Fe, la Esperanza y la Caridad, así como los tres clavos, el martillo, la lanza y la esponja y en su mano derecha el áncora de la salvación. El siguiente ángel tiene en la diadema con el nombre de María. A continuación, hay otro con el nombre de Jesús y el último representa la pureza de la Virgen, con su arpa, la Torre de David, la vara floreciente de Aarón y la serpiente con la manzana. Este bonito cuadro, que por su dibujo y colorido pertenece a la Escuela de Murillo, en opinión del pintor D. Federico de Madrazo (1815-1894) que fuera director del Museo del Prado, fundador del periódico El Artista y profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, era una verdadera obra de arte, por su composición, como por la forma magistral de realizarlo.
Dentro de su historiografía artística, aparte de pintar grandes obras, también restauró otras en unas condiciones excepcionales. En cuanto a estilo, dentro del arte del siglo XIX en España, en primer lugar, hay que decir, que existe el arte oficial académico de tendencia clasicista, en segundo lugar, la pintura de historia que engloba el movimiento romántico y habría que nombrar a un tercero que es el arte popular costumbrista que coexiste en ruptura con el primero y apareado con el segundo. Ha Hurtado de Mendoza habría que incluirlo con el arte oficial académico de tendencia clasicista.
Volviendo a la vida de Antonio Hurtado de Mendoza, observamos que no sólo ejecuta grandes trabajos de copias en el Museo del Prado y grandes creaciones de obras, sino otros trabajos en Valdepeñas. Mientras, por otro lado, la salud del artista con ocasión del excesivo trabajo, se dejaba sentir, con una enfermedad que se iba agravando por momentos, estamos en los últimos años de su vida, hasta que, en 1876, a la edad relativamente joven de 49 años por esas fechas, le llegara la muerte.
Imagen: Hurtado de Mendoza (1827-1876). Retrato. Reproducción fotográfica de Alfredo Sánchez Toledo, Revista de Ferias de Valdepeñas (1957). Según investigaciones del autor de la biografía, no es un autorretrato, ya que no tiene firma, sino un retrato. Además, ha visto un folleto de una exposición que realizó el Ayuntamiento de Valdepeñas, junto a otros artistas, en 1983 y no aparece para nada en los textos, ya que no hay imágenes, ni la palabra «Autorretrato» . Sí «retrato». No obstante, tiene sus dudas, ya que, si murió en 1887, ¿como se hizo un retrato?, teniendo en cuenta que la fotografía, en esa época estaba todavía en proceso. Por lo tanto, prefiere que se ponga al título «Retrato».