El librepensador Antonio Rodríguez García-Vao (Manzanares, 1863 – Madrid, 1886) fue uno de esos periodistas, poetas y narradores que dejan más huella al morir que al vivir, porque lo asesinaron en Madrid y el hecho causó una sensación tan grande que se convirtió en un punto de referencia generacional; era visto como un joven que prometía muchísimo, un puntal de la Masonería; algunos entendieron que había sido asesinado por su anticlericalismo, lo que suscitó enormes controversias.
Gran admirador de Emilio Castelar, su amigo, el por entonces socialista Miguel Unamuno, le gastaba bromas sobre ello, ya que difícilmente podía conjuntarse un radical como el manzanareño con un contemporizador como el viejo republicano. Joaquín Dicenta y Francos Rodríguez recuerdan a su antiguo contertulio en sus libros de memorias; también lo hace Pío Baroja y otros escritores menores. Yo trataré solo de su obra poética y ensayística. La primera se contiene principalmente en Ecos de un pensamiento libre. Poesías de Antonio García-Vao, con un prólogo por Demófilo [Madrid: Imprenta de Celestino Apaolaza], 1885. He visto también una segunda edición “corregida y notablemente aumentada”, con el mismo prólogo. Madrid: tipografía de Alfredo Alonso, 1886; la colección carece de algunos textos que pueden localizarse en uno de los periódicos de los que era redactor, Las Dominicales del Libre Pensamiento, dirigido por el también manchego Fernando Lozano, que era de Almadenejos y es uno de los grandes periódicos del pensamiento socialmente avanzado de la época.
García-Vao vio truncada su vida en edad demasiado temprana como para poder haber configurado una trayectoria poética, pero su vocación lírica fue auténtica, a juzgar por el caudal que ha quedado, y alcanzó cierto reconocimiento en los círculos académicos en que se divulgó, ganando algunos premios. Cierto es que coexisten poemas flojos con otros muy logrados, pero el conjunto sobresale no poco. El autor manchego demuestra un marcado y original culturalismo frente a lo que es común en poetas de su tierra y hace ver una personalidad ya hecha y una inteligencia penetrante, imbuida de carácter democrático y librepensador, a contracorriente del devocionalismo y tradicionalismo con que la crítica reaccionaria ha querido definir a sus coterráneos manchegos. En las piezas más débiles se deja sentir la imitación de modelos clásicos del Siglo de Oro. También son perceptibles en su estilo ciertos dejes de retórica tradicional, como el abuso de geminaciones y trimembraciones, que no son de extrañar en un escritor que se sabía de memoria párrafos enteros de los Discursos de Castelar, pecantes de lo mismo. Su tono es, sin embargo, sencillo, pues solo le importa la forma que tiene que ver con el apaladinamiento de la idea, y existe una vena poderosa de Romanticismo liberal, por lo que rinde homenaje a Víctor Hugo, a quien dedica algún poema. Anticipa a Antonio Machado en el uso de algunos de los símbolos masónicos como la luz, etcétera, en los temas y en el estilo; es más, incluso parece tener Antonio Machado alguna deuda con él poemas concretos; desde luego, sabemos que Antonio Machado Álvarez escribió en Las Dominicales del Libre Pensamiento, como periódico que era favorable a la Institución Libre de Enseñanza. Entre los amigos y colaboradores a los que dedica alguna pieza estaban su coterráneo, el manchego Fernando Lozano, el francés Pedro Gabastou, a quien dedicó la única colección de versos que publicó póstuma, los Ecos de un pensamiento libre, y que no he logrado identificar; José Francos Rodríguez; Ramón Chíes, codirector con Lozano de Las Dominicales; sus tíos maternos Pedro García Vao y Martín García Vao; los profesores Emilio Castelar y Miguel Morayta y el clérigo anticlerical José Ferrándiz, más conocido por su seudónimo Constancio Miralta. A ellos cabría añadir algunos de la bohemia y del futuro grupo Gente Nueva, como el que sería famoso Joaquín Dicenta Benedicto, bohemio que por entonces se moría de hambre y leía a quien podía un poema magnífico, Prometeo, que no se encuentra entre los que reunió para su único libro lírico.
La obra lírica de García-Vao reclama un estudio completo que solo voy a esbozar aquí. Se encuentra recogida en parte en las dos ediciones de Ecos de un pensamiento libre (1885 y 1886). Otros poemas no fueron recogidos por descuido (El monaguillo) o porque fueron publicados por separado (El castillo de Manzanares, Un cuento de Boccaccio) o en otros periódicos (A Espronceda). Lo primero que llama la atención es su claro aliento patriótico y regeneracionista; recuerda en muchos aspectos Campos de Castilla de Antonio Machado, pero el verso del manchego reclama una mayor universalidad.
En las páginas de Las Dominicales del Libre Pensamiento que redactaba García-Vao aparece la firma de Antonio Machado Núñez, abuelo del famoso poeta, y aparece siempre el anuncio de la Institución Libre de Enseñanza. La vinculación de Antonio Machado con esta publicación y en concreto con García-Vao aparece como evidente.
Cuando publicó la famosa elegía a su maestro Francisco Giner de los Ríos en el semanario España (Madrid, 1915-1924), fundado por Ortega y Gasset, en el nº de 26 de febrero, en memoria de su fallecimiento nueve días antes, escribió:
Hay poemas consagrados a la República, a Mariana Pineda (“su crimen fue bordar una bandera, / y amar la Libertad fue su delito”, p. 37), a “Un mártir de la idea, Giordano Bruno”. El simbolismo lumínico, de raigambre dieciochesca, típicamente masónico y constante en la obra de Machado, aparece también; la hoguera de Bruno, “frente a un mundo de sombras y de errores / otro de luz y de verdad proclama”. (p. 40). Identifica, por otra parte, la casa natal con el sol en su poema “La salida de la patria”.
Los tres símbolos del poema machadiano se suelen identificar con las tres virtudes teologales, fe esperanza y caridad; pero en el poema de García-Vao, donde también aparece una fuente, esta se identifica con el progreso; los tres elementos que aparecen en el poema, no evocados, sino claramente citados, son la revolución, la libertad y el progreso. Bien es verdad que el elemento anecdótico fue cuidadosamente extirpado por Antonio Machado de sus solipsistas Soledades, y así lo declaró. Escribe a continuación de la estrofa citada el manchego:
¡El progreso! ¡Bien divino
gota fue de humilde fuente,
y hoy es férvido torrente
que arrastra dique mezquino (p. 55)
En otro poema, un convento en ruinas expresa la misma idea de decadencia que sugiere Antonio Machado en el poema “El Hospicio” de Soledades, y se describe en términos semejantes de ruina y negrura. Así, al “a un ventanuco asoman, al declinar el día, / algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos, / a contemplar los montes azules de la sierra”, corresponde en “El convento” de García Vao “viejo ya y carcomido monasterio / aún guarda entre sus muros vacilantes / seres que al cielo elevan oraciones”. Pero al poeta manchego le interesa más la idea que la emoción, y retoma su intención patriótica, que en Machado llegará más tarde: “Palacio de ayer, el tiempo es corto / que has de vivir en la fecunda tierra”. Hay numerosos pasajes paralelos, por demás, con “El mañana efímero”. Se contrapone el librepensamiento (“Éste pícaro mundo, que ha pensado / que su misión para mañana es grande / que toda religión es sólo un nombre) a “los que tienen por Dios al egoísmo / y a Baco sonriente por imagen”, que no tienen “ni un pensamiento que los haga buenos / ni un pensamiento que los haga grandes”, y sus sayales religiosos “para ocultar hipócritas es bueno / para mostrar pobreza ya no vale”. Las calvas venerables y católicas y los varones apostólicos de Machado se relacionan en el poema con “tus varones inmortales, / tus campanas de bronce tan soberbias”.
En el soneto “A Espronceda” percibe bien la ironía romántica, como no puede ser menos en un buen crítico literario: “A los cielos del arte te elevabas / y tu cuerpo en el fango sumergías; / en tus dulces canciones expresabas / la falsedad del mundo en que vivías, / mundo que ignora si al cantar llorabas / o si del llanto suyo te reías”, p. 47. Declara el tipo de religiosidad que busca, nada dogmática ni exterior, y, por tanto, afín al Krausismo: “Jesús no quiso templos: los altares / van en los corazones”, p. 51.
Cabe, por último, destacar el valor de la poesía satírica de García-Vao. Parte de ella se publicó en el periódico humorístico La Saeta, y otra en Las Dominicales del Libre Pensamiento.
Murió en Madrid con apenas 24 años, en 1886.