Nació en el pueblecito alcarreño de Valfermoso de las Monjas (GU) el 28 de febrero de 1827 y murió en la capital de la provincia el 20 de julio de 1890. Contrajo matrimonio con Juana López de Cristóbal, hija de Fernando López y Mónica de Cristóbal; que había nacido en Toledo y falleció en Guadalajara el 3 de enero de 1871, a los 41 de edad.
Román Atienza cursó sus primeros estudios en Guadalajara hasta ingresar en la Facultad de Medicina de la Universidad Central madrileña, concluyendo su licenciatura en 1850 y doctorándose con posteridad con una tesis titulada “Influencia que la Filosofía ha ejercido en la Medicina”, en la que ponía de manifiesto su vocación humanística que, junto a la científica, modelaron su biografía.
En ambos campos alcanzó un indiscutido reconocimiento: fue académico correspondiente de la Real de Medicina de Madrid y académico corresponsal en Guadalajara de la Real Academia de la Historia , socio fundador de la Sociedad Española de Higiene y socio corresponsal de la Real Sociedad Económica Matritense, mereció ser nombrado comendador de la Orden de Isabel la Católica y de la de Carlos III y Cruz de segunda clase de la Orden Civil de Beneficencia. Además, se apeló a su criterio para certificar la utilidad de las aguas de Marmolejo, en la provincia de Jaén, que en su opinión eran “útiles, provechosas y verdaderamente curativas para los padecimientos de hígado, intestinos y riñones”.
Pero en la provincia alcarreña sus méritos fueron aún más reconocidos, pues asumió numerosas responsabilidades. Como médico, fue delegado médico de Guadalajara, primer médico de la Beneficencia provincial, miembro de la Junta de Sanidad Provincial y perteneció a la Junta de Patronos de los Baños de Carlos III de Trillo, junto a Julián Benito Chávarri y otros.
Como político, formó parte de la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio, al mismo tiempo que el también médico Miguel Mayoral; en 1864 era supernumerario del Consejo Provincial, que presidía el gobernador civil; fue censor de teatros de la provincia, consejero de la sucursal en Guadalajara del Banco de España y, bajo el reinado de Alfonso XII, llegó a ocupar la vicepresidencia de la Comisión Provincial y en 1883 el ministro de Fomento le nombró vocal de la junta de Instrucción pública de la provincia.
Ejerció la medicina, profesión en la que obtuvo general reconocimiento, y también se preocupó por la organización corporativa de los médicos. En mayo de 1857 ya publicó un artículo sobre la organización de los médicos que se publicó en los Anales de la medicina homeopá tica de ese año. En 1863 fue uno de los miembros de la comisión organizadora del Congreso Médico, dirigido a los licenciados de Medicina, Cirugía y Farmacia, que no tuvo el éxito esperado porque fueron acusados sus organizadores de responder a intereses políticos y de tratar más asuntos profesionales y laborales que puramente científicos.
Destacó también como político. Durante el Bienio Progresista, y a pesar de no contar todavía con treinta años de edad, ya fue concejal en el Ayuntamiento de la capital, destacando por primera vez con motivo de la proposición del concejal Domingo Maynez de quitar del salón de plenos municipal sendas placas que homenajeaban a Juan Antonio Moreno y José Marlasca, dos héroes del liberalismo alcarreño, muertos durante el reinado de Fernando VII por defender la Constitución. La proposición fue rechazada, en buena parte por la vehemente defensa de ellos que hizo Román Atienza.
Pero muy pronto abandonó estas ideas progresistas y a partir de 1863 se convirtió en un correligionario entusiasta de Narváez y de la facción más conservadora del Partido Moderado. En 1864 fue acusado públicamente por los progresistas Gamboa Belinchón, Sancho Garrido y Manuel del Vado de sostener ideas absolutistas, más próximas al tradicionalismo e integrismo católico de Nocedal y Aparisi y Guijarro que a las del auténtico liberalismo conservador, declarando los progresistas que su recién estrenado cargo de alcalde de Guadalajara se lo debía a la intervención de Isidro Ternero, jefe de filas del carlismo provincial; de hecho, los progresistas le recordaban que cuando accedió a la alcaldía, todos los concejales renunciaron a sus cargos o se excusaron para no ocuparlos.
Durante su etapa al frente del concejo guadalajareño se construyó un nuevo lavadero municipal y se iniciaron las reformas para adecentar el Paseo de San Roque, por entonces situado extramuros de la ciudad, además se acometieron “las obras de distribución general de aguas potables en el interior de la población por medio de tubería de hierro fundido”. Y si en algunas ocasiones se mostró tolerante con sus rivales políticos sin embargo fue muy criticado cuando, con motivo de la crisis de subsistencias de aquellos años, se negó a sacar trigo del pósito municipal para atender la acuciante necesidad de los vecinos, amenazados por la hambruna, para destinar el grano a la sementera del próximo año; una decisión que no le granjeó muchas simpatías entre las clases populares de la ciudad, que vieron con agrado su destitución en septiembre de 1868 con motivo de la Revolución Gloriosa.
Con la restauración de los Borbones en el trono español en 1875, de la mano de Alfonso XII, Román Atienza volvió a ocupar nuevos cargos políticos, sobre todo durante los períodos de gobierno del Partido Conservador, de cuyo comité provincial fue elegido presidente. En 1877 fue nombrado vicepresidente de la comisión permanente de la Diputación y en las elecciones de 1882 resultó elegido diputado provincial por el distrito de la capital, se decía que derrotando sorprendentemente a los liberales, aunque lo cierto es que conservadores, liberales y republicanos llegaron a un acuerdo para repartirse los puestos, una componenda que se repitió en los comicios de 1889. Sin embargo, y en contra de lo que a veces se escribe, nunca fue diputado en Cortes. Su cargo institucional más importante fue el de presidente de la Diputación, siendo el responsable de la construcción del nuevo edificio que desde entonces acoge a esta institución, levantado parcialmente sobre el solar de la antigua iglesia de San Ginés, cuyo culto fue trasladado a una iglesia próxima.
Hombre profundamente católico, hasta el punto de que confesó públicamente que “como católico, creo de todo corazón que está bien hecho que ardan en los inflemos por eterno las almas de Hipócrates y Galeno; pero como médico y por si sirve de argumento para hacer ver que sé muchas cosas y contestar á un periódico impío (que había ensal zado á ambos paganos) voy á quemar incienso en sus altares”. Fue presiden te de la Conferencia de San Vicente de Paúl en Guadalajara y en repetidas ocasiones manifestó sus creencias religiosas; así, por ejemplo, protestó contra el matrimonio civil en La Unión el 19 de febrero de 1883. Ejerció la caridad y fue “filántropo hasta la exageración, fue aquí el paño de lágrimas de muchos desventurados”.
También estuvo detrás de algunas iniciativas culturales; perteneció a la primera Junta Directiva del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Guadalajara, nacido por iniciativa de Fernández Iparraguirre el 2 de febrero de 1877 y recogió numerosos datos para escribir una historia de la provincia que no llegó a terminar, aunque sus notas se conservan en el Archivo Municipal de Guadalajara. También dejó un manuscrito, de sólo 13 páginas, sobre el nuevo edificio de la Diputación, que permitió, con motivo de la celebración del bicentenario de esta institución, encontrar una “cápsula del tiempo” que se enterró durante su construcción y de la que él daba cuenta en este escrito.
Falleció en Guadalajara el 20 de julio de 1890 y, al día siguiente, fue inhumado en el cementerio de la capital. El Ayuntamiento acordó poner su nombre a la plaza llamada de la Cruz Verde, próxima a las Casas Consistoriales.