La relación tan estrecha de la infanta Paz con Cuenca viene de la herencia que le deja su abuela, la reina María Cristina, viuda de Fernando VII, que adquirió tierras cerca del pueblo de su segundo marido, el taranconero Fernando Muñoz. Estas tierras conquenses del término de Saelices pasarán a ser propiedad de las infantas Paz y Eulalia, hermanas del rey Alfonso XII.
Pero mientras que Eulalia viaja por el mundo y no reside apenas en Cuenca, Paz hará aquí, en Luján, su casa, a la que llamará Villa Paz. Por lo que, durante sus estancias en España, alternó su residencia entre el Palacio Real de Madrid, el palacete de los duques de Riánsares, en Tarancón, y su finca en el pueblo de Saelices. En este último lugar, que llama su casa, es donde ella y su marido se sienten más a gusto. Escribe en su diario:
“Ayer di un paseo con mi marido. Era una mañana encantadora. Mi marido empezó algunos trabajos de excavaciones en busca de antigüedades, pues el terreno está sobre colonias del tiempo de los romanos y otros siglos más antiguos. Un poco más allá pintaba mi hija Pilar y Adalberto reía, sentado sobre una pequeña colina. Mi joven nuera vigilaba los pasos de su hijita. Toda la atmosfera respiraba dicha y paz. Se oían las esquilas de las mulas que araban y el canto de los labradores”. (CAVERO, 2007, p. 18)
También su hijo Adalberto, que heredará la finca, la describe en términos parecidos. En 1913, elogiando la paz y belleza del lugar, escribe:
“Se halla situada en La Mancha monótona, al suroeste de Madrid, en el lugar que Cervantes eligió para las aventuras de don Quijote. La tierra pardusca y rojiza, arcillosa, sobre una colina y en una vasta llanura y muy pocos árboles, en su mayor parte antiquísimas encinas. Poco había que ver. Las gentes del lugar organizaron a su modo una fiestecilla en honor a mi madre. Se tendieron en derredor de una hoguera en el patio y cantaron estrofas improvisadas. Los aldeanos cantan allí, acompañando a sus tareas campestres, canciones melancólicas, monorrítmicas, aprendidas de sus antepasados. No saben leer ni escribir, sin embargo, poetizan e improvisan el texto mientras cantan. Es más hermoso que muchos conciertos sometidos a reglas rígidas del arte. Sencillos y sin falsificación, unidos a la naturaleza y a la tierra, serios y monótonos como el paisaje”. (CAVERO, 2007)
En 1924 un pueblo cercano, Villaescusa de Haro, la nombra hija predilecta con motivo de una visita. Seguramente, lo harían también otros pueblos. (ACTAS DEL AYUNTAMIENTO, 1924). El 26 de octubre de ese mismo año, en la capital se daba su nombre a una plaza, que luego se llamará del Generalísimo. La que hoy es plaza de la Hispanidad, donde hay colocado un grupo escultórico, obra del artista conquense Luis Marco Pérez, en homenaje a los soldados muertos en la guerra de África, colocado en 1926, en una ceremonia presidida por la infanta.
Su relación con Cuenca está ampliamente documentada en la prensa de la época, en libros y en textos diversos, por ejemplo, en escritos del periodista y académico conquense Florencio Martínez Ruiz. Su discurso de entrada en la RACAL (Real Academia Conquense de Artes y Letras) trata precisamente sobre la infanta Paz. Este escritor la presenta como benefactora de la provincia, por haber creado la escuela de Saelices, o el Bazar Obrero en Cuenca, por interceder en pedir perdón para Encarnación Zamora, una mujer acusada de asesinar a su marido.
En el colegio que crea en Saelices, lleva material didáctico muy novedoso para las escuelas rurales de la época. Entre los libros hay novelas históricas: Fabiola, Ben Hur; clásicos de la literatura universal y cuentos tradicionales, como los editados por Calleja.
En sus artículos periodísticos, publicados en ABC, y en sus libros escribe sobre nuestra ciudad la da a conocer internacionalmente. Aunque gran parte de su vida residió en Alemania, nunca perdió su relación con su país ni con Cuenca.
Unas Navidades invita a los españoles residentes en Munich a que asistan a un concierto de música española que darán en su palacio unos músicos que tocaban en un café. “Colegiales, comerciantes, estudiantes, artistas, todos acudieron. El guitarrico que tanto gusta a mi nieto, Alma de Dios, La Dolores… ¡Nos sentíamos en España!”, dice en su diario de 1911.
En otra página de su diario, en 1912, vuelve a repetir que de la educación de los niños depende el porvenir del país y de la importancia de que los niños aprecien la poesía y de respetar la diversidad y escuchar al niño. (Impresiones de mi vida, 23 de abril de 1912).
La infanta Paz de Borbón nació en Madrid en 1862. Era hija de la reina Isabel II y, oficialmente, de su marido Francisco de Asís. Si bien, su padre biológico era el secretario de la reina, Miguel Tenorio, al que se llevó a vivir con ella en su vejez y lo cuidó en su enfermedad hasta que murió a los 96 años. Su hermana, la infanta Eulalia también era hija de Tenorio. En cambio, el heredero de la Corona, su hermano Alfonso XII, y los demás hijos de la reina, según dicen, eran fruto de otras relaciones amorosas. (María Teresa Álvarez escribe en su biografía sobre esta infanta: “la reina Isabel II, según sugiere la historiografía, tuvo hijos de progenitores distintos a quien fue su consorte oficial, Francisco de Asís”. ÁLVAREZ, 2011).
Paz marchó al exilio con su familia a París tras la Revolución de 1868. Allí asistió con sus hermanas al colegio del Sagrado Corazón. En Impresiones de una vida agradece a su madre que se ocupara de que ella y sus hermanas recibieran una enseñanza superior a la que ella tuvo.
Tras la restauración de Alfonso XII en el trono español, volvió a la Corte madrileña con sus hermanas, en 1876. Se casó en 1883 con el príncipe Luis Fernando de Baviera, hijo de Adalberto de Baviera -hijo menor de Luis I de Baviera-, y de la infanta Amalia de Borbón, hermana del rey Francisco de Asís. Tuvieron tres hijos: Fernando María, Adalberto y Pilar.
En Alemania, la infanta Paz vivió en el palacio de Nymphenburg, cerca de Múnich. Sus actividades fueron numerosas: tuvo gran afición a la pintura y escribió varios libros y artículos. Estableció relaciones culturales entre España y Baviera. Creó el Colegio Pedagogium, por lo que recibió, en 1914, la Gran Cruz de la Orden de Alfonso XII en favor del arte y de la ciencia. Junto a su hija Pilar formó parte de asociaciones protectoras de la infancia y de la paz entre las naciones.
Un aspecto importante que señala su biógrafa Pilar García Louapre es su pacifismo. Asistió a varios congresos mundiales por la paz y la justicia, organizados por la Internacional Democrática de Congresos Pacifistas, (París, 1921; Friburgo, 1923; Londres, 1924; Luxemburgo, 1925, y Bierville, Francia, 1926). También perteneció a la Liga Mundial por la Paz de las Madres Educadoras en Múnich, dirigida por la pacifista alemana Konstanze Hallgarten, que la define así en sus Memorias:
«Hoy, años después de la catástrofe europea, cuando paso revista a las personas que me hubiera gustado volver a ver en Alemania, siempre pienso en la bondadosa cara de aquella princesa bávara, de pura sangre española que en mis recuerdos permanece como una de las pocas y auténticas mujeres pacifistas que he conocido en mi vida». (ÁLVAREZ, 2011)
Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como enfermera en colaboración con la Cruz Roja. España había permanecido neutral, fuera de la contienda, pero la infanta mantuvo relaciones con Alfonso XIII para que, de manera legal, la ayudase a localizar a los desaparecidos o heridos que se pudieran encontrar en hospitales de los enemigos de Alemania. Asimismo, al final de la Guerra Civil española, a partir de 1939, ayudó cuanto pudo a los exiliados españoles partidarios de la II República.
Otro aspecto destacable es su biografía es su mecenazgo de artistas. También ella se dedicó a pintar y expuso su obra con fines benéficos en Alemania. Desde su llegada a Múnich ayudó a artistas y a músicos españoles que residieron o visitaros su país de residencia, entre ellos el violinista Sarasate y el compositor Tomás Bretón. Al mismo tiempo fomentó los viajes a España de artistas alemanes, por ejemplo, de su amigo el compositor Richard Strauss, quien después de aquel viaje compuso su obra Don Quijote.
Desde Alemania, escribió artículos, publicados en La Ilustración Española y Americana y ABC, de Madrid, y un libro de poesías titulado Treinta y cuatro Composiciones. En 1902, tras un viaje a Italia, escribió Mi peregrinación a Roma.
Durante varios años la infanta Paz escribió un diario De mi vida. Impresiones, en el que se basó su hijo para escribir A través de cuatro revoluciones e intermedios. Setenta años de mi vida. Memorias de la Infanta Paz, publicado en Madrid por la editorial Espasa Calpe en 1935.
También escribió biografías y el ensayo Buscando las huellas de Don Quijote, en homenaje a Miguel de Cervantes, en el tercer centenario de la publicación de su obra.
Su biografía es muy distinta de lo que podía esperarse de un miembro de la realeza. Doña Paz en Alemania trabajó en distintas obras filantrópicas, pero no solo en papeles de representación, sino de una manera muy activa. Por ejemplo, fue la presidenta de la Asociación de Mujeres Católicas, y trabajó en el hospital en el que su marido era director médico, como vigilante y enfermera. Su marido, el príncipe Luis Fernando, atendía de forma gratuita a los enfermos pobres y les ofrecía la medicación. Otra obra fruto de su mecenazgo fue un orfanato.
Su hermana Eulalia escribió un libro de memorias que escandalizó a la aristocracia española, por lo que el rey, su sobrino, Alfonso XIII le prohibió la entrada en el país. Sin embargo, fue Paz quien admitió en su casa a su sobrino, el hijo de Eulalia, que lo había repudiado por ser homosexual y llevar también una vida escandalosa. Según su biógrafa, esa liberalidad quedaría igualmente contrastada a través de sus amistades «con anarquistas y republicanos», siendo estos últimos quienes portaran a hombros su féretro por las calles de Múnich. Sin olvidar su activismo en grupos pacifistas, «que le valieron serias advertencias de los nazis (ÁLVAREZ, 2011).
Después de la caída de la monarquía bávara en 1918, a Paz y su familia se les permitió seguir residiendo en un ala del palacio de Nymphenburg; sin embargo, ese mismo año se trasladaron a un piso en Múnich. La economía de la familia se sostuvo con los ingresos provenientes de España. A la llegada del nazismo al poder en 1933, su familia fue puesta bajo una estricta vigilancia. Sufrió un asalto en su casa que cuenta su nieto:
“Les amenazaban con un revólver gritando: ‘¡Venga, las joyas!’. Mi abuela Paz les entregó un joyero con las alhajas heredadas de su madre, Isabel II. Los norteamericanos, para probar la autenticidad del botín, rascaron las piedras preciosas contra el cristal de una ventana. Luego se enfurecieron: ‘¡No quedan señales; es todo falso!’ Mi abuela, con voz tranquila, respondió en inglés: Qué curioso, siempre creí que las joyas de mi madre eran auténticas”. (ÁLVAREZ, 2011)
A principios de 1946, la infanta sufrió una caída por las escaleras en el palacio de Nymphenburg, que le causó la muerte el 4 de diciembre de ese mismo año. Uno de los anarquistas españoles, a los que la infanta socorrió en Munich cuando acudieron en busca de ayuda, recién salidos de un campo de concentración nazi, escribió:
“Ese día lo recuerdo como el más amargo y triste de mi vida, consciente de que con el cerebro y el corazón de Paz habíamos perdido no sólo a la persona más profundamente amada por todos nosotros, sino también todas nuestras esperanzas por una reconciliación pacífica y fraternal entre las dos Españas” (GARCÍA LOUAPRE, 2000).
Estos republicanos, exiliados en Munich, a los que Paz había ayudado, desafiaron a la policía alemana y llevaron su féretro a hombros. También les había dado trabajo en la reconstrucción de su palacio que había sido bombardeado durante la guerra. El mismo palacio de Nymphenburg en el que había creado su centro pedagógico para niños españoles de bajos recursos económicos, que llegó a albergar a 38 niños de distintas regiones españolas. De ellos habla en su diario. A uno de ellos, huérfano, le lleva una carta de su hermano, soldado en África. A otro, que es baturro, le lleva una medalla de la virgen del Pilar y una carta de su madre en su cumpleaños.
En ese diario, publicado después bajo el título De mi vida Impresiones, el 28 de enero de 1911, escribe sobre una maestra que le ha hecho llegar Pro Patria, y dice: “En la mano de los maestros está el porvenir de la patria y por eso cultivo yo con tanta atención el plantel que tengo aquí.” Se refiere a esos niños que ha pedido al profesor Gonzalo Sanz, que escoja de España entre los más destacados por sus pillerías, de siete a diez años de edad, para que estudien en su Pedagogium, un centro bilingüe, con pedagogía alemana y maestros españoles.
En 1907, financiaba un orfanato. Cuenta que como no tenía bastante dinero, pide a la “santa tía” Emilia que le ayude:
“Tía Emilia, haga un llamamiento a la caridad pública. Pues los artículos firmados por ella son siempre admitidos en todos los periódicos hasta en los más liberales. Tiene el don de tocar los corazones y va la gente a su puerta a depositar sus donativos”. (GARCÍA LOUAPRE, 2000) Publica este artículo con el título Una Santa, en una revista alemana.
En otro artículo que publica en 1919 en ABC, recién terminada la Primera Guerra Mundial, cuenta que trabaja como enfermera en el hospital de su marido, en el que atienden a heridos franceses, el país enemigo, lo mismo que a los alemanes.
De un herido francés muy grave escribe:
“Le dirigí unas palabras de consuelo como yo hubiera querido que se las hubiesen dirigido a mi propio hijo en situación semejante”. (GARCÍA LOUAPRE, 2000)