Nació en Madrid en 1909 y estudió Filosofía y Letras, sección de Historia, en la Universidad Central. Fue una estudiante inquieta y perteneció al núcleo fundador de la Federación Universitaria Escolar, movimiento estudiantil muy critico con la Dictadura del general Primo de Rivera. En esa época fue Secretaria General de la “Union Federal de Estudiantes Hispanoamericanos”, lo que le llevo a ser la única mujer presente en el Primer Congreso que esa Asociación celebró en Iberoamérica al que acudió como como delegada de la Universidad Espanola. Allí pronunció una conferencia con el titulo: “La enseñanza publica en las escuelas”, en la que defendio ardientemente el modelo de ensenanza gratuita para todos, coeducativa, neutra y moderna.
Al terminar la carrera, en 1929, trabajo en el Centro de Estudios Historicos, dependiente de la JAE, con Claudio Sánchez Albornoz. En diciembre de 1932 aprobó la oposición, con el número 3, del “cuerpo auxiliar de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueologos” -creado por al gobierno de la Republica- y se incorporó al Archivo Histórico Nacional. Frecuentó los foros donde se creaba y se difundía la cultura más progresista del primer tercio del siglo XX como fueron el Ateneo, la Residencia de Estudiantes, la Residencia de Señoritas y la Asociación Espanola de Mujeres Universitarias (AEMU). En esta última Carmen Caamaño conectó con las intelectuales mas comprometidas del momento tanto en cuestiones educativas como culturales y feministas.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera de 1923, se distinguió por su compromiso a favor de las libertades, con una importante actividad organizativa y reivindicativa, hasta el punto de ser considerada una de las cabecillas de las huelgas estudiantiles contra el Dictador y, en consecuencia, una de las detenidas por las fuerzas de seguridad.
Proclamada la Republica, continuó su gran actividad y se enroló en las “Misiones Pedagogicas”, institución que valoró mucho y de cuya labor cultural dejó escrito: “…se llevaron libros y cine a pueblos donde la gente no había visto un libro en su vida, ni un aparato de cine y en esos libros mucha gente aprendió a leer”.
El golpe militar de 1936 la sorprendió trabajando en el Centro de Estudios Históricos. En 1937 se afilio al Partido Comunista de España (PCE). Su actividad fue intensa durante los años 1937-1939, tanto en Valencia como en Alicante y en Cuenca. En Valencia colaboró con la Junta del Tesoro Artistico para proteger las obras de arte en tiempos de guerra y también con la Subsecrearía de Educacion. En Alicante, trabajó en la Biblioteca del Instituto de Ensenenza Media de la ciudad y en Cuenca fue la segunda autoridad del Gobierno civil y, durante unos meses, la responsable pues asumió las funciones de gobernadora de la provincia.
Durante estos agitados años había conocido a su marido, Ricardo Fuente Alcocer, abogado, pintor, magnífico caricaturista y dibujante del diario El Sol, también afiliado al PCE. Y, cuando, en 1938, viajó a Cuenca como secretaria-ayudante del gobernador civil, Jesús Monzón, su eficaz trabajo la hizo merecedora de su confianza hasta el punto de que, cuando Monzón se incorporó al Frente, ella se quedó en su puesto. Era el año 1939. Fue una de las dos primeras mujeres españolas en ocupar el puesto de gobernadora (la otra mujer fue Julia Álvarez Resano, que ejerció el cargo en Ciudad Real) durante unos pocos meses pues, cuando en el mismo año los golpista entraron en Cuenca, ella marchó a Alicante. Estaba embarazada y tuvo que soportar las maledicencias de los conquenses que atribuyeron su embarazo a su jefe, el gobernador. Apenas llegó a Alicante, dio a luz a su único hijo, Ricardo, en casa de un matrimonio amigo que acogió al matrimonio. Este intentó embarcarse con el bebé para el exilio pero no fue posible y las autoridades franquistas los detuvieron.
Acusada de pertenecer a la Institucion Libre de Enseñanza, fue encarcelada junto a su hijo recién nacido en la cárcel de mujeres de Alicante, mientras el marido ingresaba también en la cárcel de hombres de la misma ciudad. Cuando pasó el tiempo reglamentario durante el que se permitía que los niños pudieran estar con sus madre, Carmen tuvo que separarse de su pequeño Ricardito, separacion que ella siempre recordó como una mutilacion y de la que nunca se recuperó.
En 1941 salió de la prision por poco tiempo pues volvió a ser encarcelada por el Régimen franquista. En esta ocasion se pidió para ella “pena de muerte”. Ya no se le acusaba de colaborar con la Institución Libre da Enseñanza, sino de un pecado mayor: meterse en política, ser comunista. Carmen Caamaño, en esos años de dura represión y de falta de libertades, había cometido el gran delito de intentar reorganizar el Partido Comunista en la clandestinidad. La pena de muerte se conmuto por veinte años de cárcel que, finalmente, se redujeron a siete.
Cuando en 1947 fue excarcelada, se encontró sin trabajo y, en consecuencia, sin recurso alguno de subsistencia: por orden de 29 de julio de 1939, había sido separada del escalafón del “Cuerpo Auxiliar de Archiveros Bibliotecarios y Arqueologos” al que pentenecía por oposición. Así fue cómo, dada la expulsión de su puesto de trabajo, sobrevivió como pudo: corrigiendo pruebas en a editorial Aguilar, buscando documentacion en diversos archivos por encargo de investigadores -por cierto proporcionados gracias a su relación con personas antiguamente vinculadas a la ILE-, dando clases particulares, etcétera. Hasta la Amnistía de 1975, tras la muerte de Franco, Carmen no pudo incorporarse a la plaza que había ganado por oposición cuarenta años antes.
Y así fue cómo, a sus 56 años, Carmen Caamaño volvió a trabajar en el Archivo Histórico Nacional. La que había sido fundadora de la “Federación Universitaria Escolar”, la primera mujer española que accedió a la Secretaría de la “Unión Federal de Estudiantes Hispanoamericanos” y una de las dos primeras mujeres que habían ejercido la alta función de gobernadoras provinciales, pasó los últimos años de su vida en el anonimato. Una de las pocas instituciones que le abrieron sus puertas fue la renacida Institución Libre de Enseñanza con la que colaboró hasta los últimos años de su vida. Según fuentes cercanas a la sede que esta Institución mantiene en la calle Martínez Campos de Madrid, Carmen ayudó en la catalogación y organización de su biblioteca.
En el año 2006, casi centenaria, murió en Madrid, en el más cruel de los anonimatos, dejando dicho a sus antiguos compañeros de trabajo: “En ningún momento he pensado que aquello en lo que me he metido a lo largo de vida no ha valido la pena”.