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Carlos Risueño Mora
Daimiel (Ciudad Real).
1781 -
Madrid.
1847.
Veterinario.

La importancia de la ganadería en el mundo rural español comenzó a adquirir su dimensión científica en el tránsito de los siglos XVIII al XIX, de la mano de un ilustre grupo de veterinarios manchegos entre los cuales se merecen citar a Pedro García Conde (de Manzanares), Leoncio Gallego Pérez (de Almadenejos), Eusebio Molina Serrano (de Calzada de Calatrava), o Epifanio Novalbos Balbuena (de Granátula de Calatrava), sobresaliendo entre ellos la enorme figura del daimieleño Carlos Risueño.

Carlos Risueño Mora nació en Daimiel el día 6 de mayo de 1781. Las investigaciones realizadas por el profesor Saiz Moreno, subsanan algunos errores aparecidos en los investigadores que previamente habían estudiado su vida y obra como Cesáreo Sanz Egaña o Ramón Llorente y Lázaro –tal es el alcance del personaje que nos ocupa–. El pequeño Carlos, hijo de Félix Risueño natural de Fuencarral (diócesis de Toledo) y de Vicenta de Mora, natural de Ciudad Real; recibió el sacramento del bautismo en la iglesia de San Pedro Apóstol transcurridos dos días de su alumbramiento.

Desde muy joven mostró preocupación e interés por los animales, ayudado por su sensibilidad y buenas aptitudes para el estudio. Es posible que su progenitor fuese militar o veterinario pues resulta difícil entender que un muchacho provinciano conociera la creación, en esos momentos en Madrid, de la primera escuela de veterinaria de España.

Con solamente 13 años ingresó en el centro académico como alumno interno militar, falsificando su edad ya que la edad mínima requerida era de 16 años; sin embargo, su complexión fuerte y robusta ayudó a sumarle años facilitando su admisión.

Según su discípulo Llorente Lázaro “no se distinguía Risueño por la brillantez de su ingenio ni la prontitud de su entendimiento; pero poseía en cambio gran fuerza de voluntad, constancia en el trabajo, actividad extraordinaria y ojo médico de una envidiable seguridad”.

Tras cuatro años de carrera obtuvo el título de veterinario en 1798. Siempre permanecería vinculado a la escuela de veterinaria siendo nombrado en 1801 subprofesor de fragua (ayudante de prácticas de herrado y forjado), aunque en estos años tomará un camino alternativo. 

Una de las principales salidas de los veterinarios era la milicia, especialmente el Arma de Caballería, donde la demanda de estos profesionales era continua e indispensable. Carlos Risueño, probablemente movido por sus necesidades económicas, abandonará la escuela para prepararse y aprobar ese mismo año las oposiciones a veterinario militar o mariscal de entrada, siendo destinado al glorioso Regimiento de Caballería de Alcántara y, al año siguiente, al servicio del válido Manuel Godoy. Sin descuidar su formación, fue ampliando sus conocimientos médicos en el Colegio Médico de San Carlos y de botánica en el Jardín Botánico Nacional. 

La tranquilidad se truncó con el advenimiento de la Guerra de la Independencia (1808-1814), implicándose de lleno prestando sus servicios en el Regimiento de Voluntarios de Madrid y en el de Lusitania. No obstante, nunca abandonó su vocación académica, y con el fin de la contienda retornó a la escuela de veterinaria sin conformarse con su puesto docente, sino que opositó en diferentes ocasiones con el deseo de ocupar una plaza de catedrático, que consiguió finalmente en 1817 en la especialidad de patología general y cirugía.

Su labor también destacó en el campo de la pedagogía ya que, desde su nombramiento como secretario de la Junta Escolar, trató de modernizar las enseñanzas conjugando los saberes de la ganadería y de la sanidad, priorizando el carácter científico de la educación con métodos efectivos y adecuados a las exigencias de los tiempos que vivía la profesión veterinaria. Redactó un reglamento donde plasmaba los nuevos planes de estudios que tardarían varios años en hacerse realidad ya que la política absolutista emprendida a la vuelta de Fernando VII impidieron su realización porque confrontaban con la ideología liberal del albéitar manifiestamente en contra de los postulados del Antiguo Régimen.

Hubo que esperar al trienio liberal (1820-1823) para que se implantasen, aunque por breve tiempo, ya que se suspenderían en 1824 siendo destituido y separado de su cátedra por “impuro” junto con tres profesores y veinticuatro alumnos. Se marchó estableciéndose sin demasiado éxito en Carlet (Valencia), regresando poco después a la capital bajo el amparo de sus amigos veterinarios.

Transcurridos unos años sería readmitido y nombrado primer catedrático (equivalente a director), de la Real Escuela de Veterinaria de Madrid desde 1829 a 1834, mientras ocupaba otros cargos como comandante de alumnos y protector interino. En 1841 consiguió el nombramiento como director efectivo con el voto unánime de todos los compañeros catedráticos, promoviendo la desmilitarización completa de la escuela que lograría en las mismas fechas.

Su constante preocupación por la actualización y reforma de la enseñanza le llevó a preparar, junto con Nicolas Casas de Mendoza –uno de sus alumnos más brillantes–, un plan de estudios actualizado para la enseñanza de veterinaria divididos en cinco cursos, que no llegó a ver materializado pues se aprobaría transcurridos varios meses de su fallecimiento. Ocurrió el 25 de febrero de 1847, a consecuencia de una penosa y dilatada paraplejia. A su funeral acudieron los profesores y alumnos de la escuela, así como gran cantidad de compañeros y amigos que escribieron sentidas necrológicas recordando su memoria.

El interés por el mundo de la Veterinaria en su más amplia expresión le condujo a colaborar en numerosas revistas de la época. Sus artículos eran muy estimados y versaban sobre variada temática, desde los puramente teóricos hasta los dedicados a la reproducción animal. En la primera revista específicamente profesional llamada Boletín Veterinario, fundada por su alumno José María de Estarrona; hizo su aparición en 1845 y en sus páginas colaboró el profesor Risueño a pesar de su avanzada edad y precario estado de salud.

Carlos Risueño está considerado como el precursor del estudio de los procesos infecciosos y de las posibles repercusiones de las enfermedades de los animales en las personas, adelantándose a su tiempo ya que entonces se desconocían los microorganismos y los contagios que propagaban. Estableció nuevos y fundamentales conceptos como “epizootia” (lesión interna producida al mismo tiempo en un gran número de animales, producida por causas comunes, muchas veces desconocidas), o “zootecnia” (ciencia que estudia la mejora de las razas animales).

Otras innovaciones apuntaron hacia ámbitos como los estudios relacionados con la policía sanitaria, o la defensa de la inmunología en los animales como método para prevenir el contagio a los humanos.

Desarrolló una intensa actividad en el mundo científico siendo uno de los fundadores en 1834 de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la que fue reconocido como socio de honor. Publicó varias obras entre las que destacan el voluminoso Diccionario de Veterinaria y sus Ciencias Auxiliares, entre 1829 y 1834; o la obra Elementos de Patología Veterinaria, General y Especial, dos tomos que vieron la luz en 1834. Falleció en Madrid a los 66 años cuando ultimaba su magna obra sobre la historia de la veterinaria. 

Bibliografía

  • I. Hervás y Buendía, Diccionario Histórico, Geográfico, Biográfico y Bibliográfico de la Provincia de Ciudad Real, Ciudad Real, Imprenta de Ramón Clemente Rubisco, 1914 (3.ª ed.), pág. 450.
  • L. Sáiz Moreno, “Ciudad Real cuna de ilustres veterinarios”, en Cuadernos del Instituto de Estudios Manchegos, 14 (1983), págs. 65-69.

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