Carmen Diamante es una de las mujeres conquenses que respiró el aire de libertad que trajo la II República a nuestro país.
Nació en Alicante en 1922, en el seno de una familia de la burguesía liberal, progresista y muy culta; todos los hijos hicieron estudios universitarios. Carmen, Filosofía y Letras y los chicos, Juan Bautista y Julián, Ingeniería de Caminos, como el padre, y Fernando, Derecho.
Vivieron en distintos lugares, sobre todo en Valencia y Madrid, debido a su trabajo como jefe del Circuito Nacional de Carreteras.
Su relación con Cuenca fue muy temprana porque aquí estaban sus tías Esther y María en la calle Andrés Cabrera. La familia, ella y sus tres hermanos, pasaban largas temporadas en esta ciudad, en la que más tarde se instalaría Carmen con su marido. También lo hizo alguno de sus hermanos. Su hermano Fernando dejó la milicia por motivos de salud y se incorporó a su trabajo en el Tribunal de menores como abogado. Juan, el mayor, que había hecho la carrera de ingeniería en Madrid, llegaría a ser director general de Carreteras, como el padre. Julián, también ingeniero, estuvo muy relacionado con intelectuales republicanos de izquierdas como Carlos Gurméndez, que escribió su necrológica en El País; escribió un libro sobre sus experiencias en la guerra, publicado con introducción y notas de su hijo, el director de cine Julio Diamante, titulado De Madrid al Ebro. Mis recuerdos de la guerra civil española.
Participó en las fortificaciones de Somosierra, en la defensa de Madrid. Por su heroico comportamiento en la batalla del Ebro, recibió la Medalla al Valor Colectivo (Diamante 2011).
Durante la guerra su hermano Fernando, que residía en Cuenca con sus tías, aquejado de tuberculosis, se enroló en las milicias conquenses para defender la República.
Nuestra provincia tuvo la suerte de contar con la presencia de Rodolfo Llopis en la Escuela Normal de Magisterio, que fue el gran renovador de la Educación en nuestro país. Ensayó esa renovación educativa en Cuenca, e impulsó el acceso de las mujeres a los estudios superiores.
Además de la gran reforma educativa que hicieron, se ocuparon de educar a la población rural a través de las Misiones Pedagógicas. Se llamaban así a los grupos de intelectuales y estudiantes que viajaban a los pueblos para llevar la cultura a los pueblos, creando bibliotecas, haciendo teatro, dando conferencias, talleres y proyectando las primeras películas. A Cuenca vinieron en dos periodos: en el primero, además de venir a la ciudad, estuvieron en Uclés, Alcázar del Rey, Uña y Fuentes. En esta ocasión vino en el grupo el dramaturgo Alejando Casona. En el segundo viaje visitaron Uclés, Alcázar del rey, Buenache de la Sierra, etc.; en esta ocasión les acompañaba el conquense Federico Muelas. En estos grupos participaron más de 45 jóvenes de ambos sexos. Se hace eco de su labor la prensa de la época. Por entonces, en Cuenca había varias publicaciones periódicas, El Defensor de Cuenca, de tendencia conservadora y El heraldo de Cuenca, más progresista, dirigido por Daniel Calvo, un maestro, como señala Clotilde Navarro en un artículo en la revista “Retama”, al mostrar el amplio bagaje cultural y el compromiso con la sociedad de los maestros conquenses.
Por cierto, que en el primero hay un artículo de María Luisa Vallejo, que todavía no era inspectora ni tan famosa como se haría después de la guerra en nuestra provincia, en el que se queja de estas actividades lúdicas culturales que se hacen fuera de las escuelas. Escribe desde Barcelona, en 1933:
“Después de una fiestecita de esas, de cine, por ejemplo, necesitamos los Maestros más de ocho días para deshacer lo visto y oído allí.” (Vallejo, Pro infancia. Los festivales infantiles. Octubre, 1933)
La demanda de estos grupos de las Misiones era tan grande que Federico García Lorca fundó La Barraca con el mismo fin y con una organización parecida, pero fuera de la institución gubernamental. Fue en este grupo en el que entró a formar parte Carmen Diamante, a través de su hermano xxxxx que formaba parte de la FUE (Federación Universitaria Española). Hay un artículo suyo en la Retama, revista de la escuela de Magisterio de Cuenca, titulado Recuerdo, en el que hace memoria de aquel tiempo. Es un artículo muy repetido en otros estudios sobre la época. Transcribo literalmente el primer párrafo con el que comienza el artículo:
“Me rogáis que os hable de Federico, aquel ser torrente de alegría, de alboroto, de risa contagiosa, al que después de cincuenta años lo recuerdo pleno de vida, estallante, al que no puedo imaginar, sí muerto –como él presentía–, pero no viejo, de la edad que ahora tendría, ni achacoso, ni enfermo; estoy segura que los pocos que quedamos de La Barraca le añoramos como cuando aparecía en los ensayos, fuerte, moreno y tan delicado, indicando cómo había que mover las manos o tocando el viejo piano que había en un rincón del escenario del “María Guerrero” en donde una tarde, él solo, vestido con el mono azul, uniforme de La Barraca, y sentado en una silla de anea, con los brazos en el respaldo, leyó “La tierra de Alvar González” en homenaje a Machado. El escenario estaba oscuro y él, en el ángulo izquierdo, bajo el único foco, era una antorcha de lirismo emocionado, conmoviendo con sus variaciones de voz a todo el auditorio” (Diamante, 1985: 13)
Otro rasgo muy humano que recuerda de Federico García Lorca es la amonestación o reprimenda que le hizo a ella y a una amiga que se reían -“nos guaseábamos” es el término que emplea– de un chico que les había hecho una poesía.
“Federico nos indicó que no le gustaba que nos riésemos porque cuando él tenía 18 años algunos amigos también se guaseaban de sus coplillas, y a él le hacía mucho daño; así nos demostró la bondad exquisita de su alma.”
Carmen había ingresado en La Barraca en 1933 y permaneció en ella hasta su disolución. Participó la representación de los Entremeses de Cervantes, de El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y de varias de Lope de Vega: Peribáñez y el comendador de Ocaña, Fuenteovejuna, etc. Para las representaciones, siempre invitaban a alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza para que hicieran de comparsas en algunas escenas. Recuerda que en la celebración de las bodas bebían vino y comían frutos secos en la celebración de la boda de Peribáñez y Casilda bebían vino y comían almendras e higos secos en el escenario.
En Madrid vive el rico ambiente acultural que impulsó la II República. Asiste al estreno de Yerma en el Teatro Español, dirigida por Rivas Cherif, el cuñado de Manuel Azaña, que también estaba en un palco del teatro junto a su esposa Lola. Recuerda el escenario repleto de claveles rojos que le habían lanzado los espectadores a la actriz protagonista, Margarita Xirgu. Y también recuerda, que Lorca, a pesar del éxito no estaba muy satisfecho. “Nos acercamos a felicitarle tres chicas, y ante nuestro entusiasmo nos dijo: No estoy contento porque han hecho del estreno un motivo político, sabéis que soy liberal y antifascista, pero no me gustan los extremismos. ¡Y a este hombre lo asesinaron por rojo!”
La última vez que se vieron Lorca y ella fue en junio de 1936, en Madrid, en la calle del Príncipe, la misma en la que está el Teatro Español, en la que hoy hay una estatua de Lorca sujetando con su mano una paloma. Los dos se despiden,
Carmen le dice que se va para Cuenca y el poeta le contesta “Cuenca, la del río verde y las altivas rocas, un día volveré.”
Ni Carmen pudo venir ese año a Cuenca ni Federico pudo hacerlo nunca más, a los pocos días, antes de terminar el verano, lo asesinaron en Granada, tras sacarlo de la casa de los amigos falangistas a donde fue a buscar refugio. Carmen, en vez de venirse a la casa familiar del casco antiguo, se quedó en Madrid como “miliciana de la cultura”, en el Hospital de Sangre instalado en el Casino de la Gran Vía madrileña. Escribía cartas de los soldados heridos a sus familiares y les daba información sobre ellos.
En Del Ebro a Madrid, Julián Diamante nos da algunos datos biográficos de su hermana y del que llegaría a ser su cuñado, el doctor José Cerrada:
“Mi hermana Carmen al comenzar la guerra se incorporó como enfermera a la Cruz Roja y fue destinada al hospital de sangre instalado en los locales del Casino de Madrid. Un día trajeron allí, desde la parte de Guadalajara a un teniente médico de carabineros con una perforación de estómago al que daban por desahuciado. Le pusieron en un cuarto aparte, para que acabase tranquilo, y asignaron su cuidado a Carmen. Gracias a su robusta constitución y a los cuidados de que fue objeto, José Cerrada se salvó y, cuando mi padre fue trasladado a Valencia, Carmen le dijo que ella se quedaba en Madrid porque iba a casarse con su paciente y, a pesar de las prudentes recomendaciones que recibió diciéndole que debía esperar al fin de la contienda, no cejó en su propósito y poco después contraía matrimonio en la iglesia evangélica de la calle de la Beneficencia, que permaneció abierta al culto durante toda la guerra. Cerrada fue destinado a un hospital instalado en la cuesta del Zarzal pero, al poco tiempo, no pudiendo hacerse solidario de las irregularidades de los que lo administraban, solicitó ser enviado de nuevo al frente. Se le destinó entonces a la 3ª Brigada de Carabineros y allí conoció al jefe de sanidad de la brigada, Alfonso Tortosa, que era un tipo de antología; médico titular de Masanasa, al comienzo de la guerra se trasladó a Valencia y se unió a las milicias donde tuvo una actuación destacada hasta que se le destinó como médico a la citada brigada. De una gran cultura literaria y muy extrovertido, enseguida simpatizó con mi cuñado que también tenía un carácter muy expansivo; estaba casado con una mujer inteligentísima, Milagros Escales, que le acompañaba a todas partes. A los pocos días comenzó la operación de Brunete y allí fue la 3ª Brigada y con ella Tortosa y Cerrada, acompañados por Milagros y Carmen que no quisieron separarse de ellos y se pasaron toda la batalla vestidas con mono y tocadas con casco de acero, curando heridos en cuevas o en refugios improvisados con sacos terreros. Cuando terminó la operación me despedí de ellos”. (Diamante 2011, p. 102)
De su cuñado, con el que viaja a Barcelona donde era capitán médico en la 3ª Brigada de Carabineros, escribe:
“Cerrada era un punto de baile y yo no le iba en zaga, por lo que acudíamos casi todas las tardes a La Granja o a Casa Llibre, en la plaza de Cataluña. Allí tuve ocasión de bailar unas cuantas veces con la esposa del conocido periodista Ezequiel Enderiz que era muy guapa y bailaba muy bien. Entre el prestigio que da el uniforme y nuestra habilidad en el baile cortábamos el bacalao que era un primor. Allí, la gente no se daba cuenta de lo en serio que iba la guerra.” (Diamante, 2011, pág.103
El padre de los hermanos Diamante murió en 1945, en un hospital, a donde fue llevado desde la prisión, a consecuencia de las condiciones extremas de su encarcelamiento. Pudo exiliarse, pero prefirió quedarse, pensando que como no tenía delitos de sangre no iba a haber ningún castigo para él.
Sus hermanos fueron acusados de ayudar a la rebelión y encarcelados. Juan, director general de carreteras, y Julián. Fernando participó con las milicias conquenses en el Frente de Guadarrama. También su marido y ella pasaron por el proceso de depuración política.
En la posguerra, se vinieron a vivir a Cuenca, donde vivía la mayor parte de la familia de Carmen. El doctor Cerrada abrió una consulta privada como médico, que adquirió mucho prestigio y gran número de pacientes. Carmen se dedicó al trabajo voluntario en la Asociación de Lucha contra el Cáncer, en la que fue presidenta durante muchos años y a participar en las actividades culturales de la Cuenca del momento. Carlos de la Rica y Enrique Domínguez Millán la recuerdan en sus publicaciones y hablan de las reuniones en su casa, en la carretera de la playa, como foco cultural. Como también lo fue su presencia en las tertulias del café Colón.
Referencias:
- Luz González Rubio, Mujeres en el callejero de Cuenca. Almud eds. de CLM, Toledo, 2023.
- Julián Diamante, De Madrid al Ebro. Mis recuerdos de la guerra civil española. Colegio Oficial de Ingenieros, Madrid, 2011.