Nació en Salamanca el 13 de agosto de 1881. Su padre fue el salmantino Cristino Cebrián y Villanova, médico-militar y profesor de la universidad y su madre, la murciana Concepción Fernández de Villegas, ama de casa. El matrimonio y sus siete hijos vivieron en un ambiente cultivado y su familia se relacionó con personalidades de la categoría de Miguel de Unamuno. Quizás este tipo de amistades y el hecho de que su madre fuera de “ideas muy modernas” hicieron de Lola un tipo de mujer poco frecuente en su época.
Pasó en Salamanca sus primeros 18 años. Allí obtuvo su título de maestra de Primera Enseñanza con nota de sobresaliente y allí empezó a ejercer como profesora auxiliar de Ciencias Naturales de la Escuela Normal de Maestras. En 1900 consiguió una plaza de maestra en Salamanca y ganó sus primeras 1.000 pesetas impartiendo las asignaturas de Técnica industrial, Agricultura, Lengua Francesa y Música. La joven Lola se había educado en las jesuitinas francesas de Salamanca y hablaba el francés como su segundo idioma. Además, cultivada en las bellas artes propias de las niñas “bien” del momento, había estudiado también música. Por eso, junto a la “técnica industrial” que no era lo más frecuente en una señorita de principios de siglo, pudo enseñar otras materias más propias de su sexo.
Cuando murió repentinamente su padre, la familia se trasladó a Madrid y Lola se puso en contacto con la ILE, donde se educaban sus primas, las Cebrián. Estudió Ciencias Naturales, una carrera impropia para su sexo en aquellos años. Se independizó de su familia para ejercer su carrera y, pasado algún tiempo, se casó por lo civil con Julián Besteiro. Su vida, pues, fue transgresora para su tiempo.
Obtuvo una plaza, por oposición, como profesora numeraria de Ciencias Naturales y se incorporó a la Escuela Normal de Toledo. En esta ciudad permaneció tres cursos (1905-1908) y allí coincidió con otra profesora, Carmen de Burgos “Colombine”. Las dos sufrieron el provincianismo rancio de la “ciudad de los Cristos”, como bautizó Carmen a la ciudad de Toledo, la típica capital de provincias, decimonónica y decadente. En Toledo, con las 2.500 pesetas anuales de sueldo, María Dolores vivió en una pensión la Travesía de la Plata. Los años que pasó en esta ciudad fueron muy fecundos: en el plano profesional impartió clases, colaboró con el Ayuntamiento en la “mejora de parques y arboledas” y formó parte de la comisión de un “Campo Escolar”, junto a Luis Hoyos Sáiz y otros, creado para fomentar juegos y experimentación agrícola en la Vega Baja. En lo personal conoció a su futuro marido, Julián Besteiro, también profesor en Toledo de Lógica y Ética del Instituto de Segunda Enseñanza: “La dueña de la pensión donde se alojaba mi tía Lola llamó una tarde a ésta para que viera pasar a Besteiro, ya conocido socialista y hombre guapo, muy alto […] con una tupida barba negra y una cabellera rizada… iba del brazo de una joven y Dolores le dijo a la dueña: he llegado demasiado tarde”.
Dolores Cebrián realizo su primer viaje como pensionada por la JAE en 1908. El motivo, representar a España en el Congreso Internacional de Educación Moral de Londres. El Ministerio de Instrucción Pública nombro un Comisión de personas de relevancia educativa y la profesora Cebrián era una de las vocales. En la Exposición franco-británica, anexa al Congreso, nuestra pensionada pudo observar los más modernos métodos y materiales de enseñanza de Ciencias Naturales para escuelas de párvulos, primarias y secundarias. En la Memoria que presentó a la JAE dejó escrito sabios consejos de ‘pedagogía activa’ como el “empleo de materiales de deshecho ejecutados por los alumnos mejor que el de muy alto precio para almacenarse en los armarios y manejado sólo por el profesor guarde luego hasta volverse anticuado e inútil”. Como admiradora de la pedagogía institucionista, aconsejaba al profesorado que no fueran sólo instructores sino educadores e inculcasen en el alumnado el conocimiento del cuerpo, la higiene, la alimentación sana, la educación en valores (autodisciplina, solidaridad, espíritu crítico, laboriosidad, respeto y tolerancia) así como la conservación del medio ambiente, y el contacto con la Naturaleza a través de salidas al campo: “En la Exposición he encontrado el libro de las excursiones, escrito en forma de diario por los alumnos y con fotografías interesantes de los lugares visitados, con postales, recortes de grabados, flores secas, dibujos etc. Así los mismos niños, casi jugando, aprenden a observar”.
En 1912 fue nuevamente pensionada por la JAE para estudiar en la Sorbona. Allí dejó muy buen recuerdo, según palabras de Rafael Altamira en una entrevista que le hizo el Heraldo de Madrid, el 8 de marzo de 1913: “De quien más elogios he oído en París, ha sido de una mujer, de la señorita Cebrián. La especialidad a que se dedica no es corriente en su sexo… Estudia Fisiología experimental y Fisiología vegetal… Bonnier, su maestro, me dijo que era su mejor alumno”
Casada un año mas tarde, el 4 de junio de 1913, siguió sus actividades públicas: catedrática y directora de la Normal de Madrid, colaboradora en las instituciones de la JAE e identificada con el espíritu institucionista. De hecho fue una de las fundadoras del Lyceum Club Femenino, dirigido por María de Maeztu desde su fundación en 1926, un autentico foco de cultura feminista y al que pertenecieron la mayoría de las señoras de la burguesía ilustrada española del primer tercio del siglo XX.
En 1927, fue propuesta –aunque no aceptó- como miembro de la Asamblea Nacional. Muy profesional siempre pero también muy entregada a su marido, cuando lo encarcelaron (1917 y 1918; 1939 y 1940), no hizo otra cosa que atenderlo. Las prisiones franquistas de Porlier y Cisne en Madrid, Dueñas en Palencia y Carmona en Sevilla conocieron su entrega. Separada de su profesión, viuda y sin recursos, sobrevivió gracias a la ayuda familiar. Sus alumnas intentaron anular la sanción, pero ella no lo aceptó pues no quiso deber nada a un Régimen que había dejado morir a un hombre tan bueno como su marido. Murió en febrero de 1973 y fue enterrada, sin ceremonia religiosa, en el Cementerio Civil de Madrid junto a Julián Besteiro.
Obra
“Métodos y prácticas para la enseñanza de las Ciencias Naturales”, Memoria en Anales de la JAE, 1910.