Críspulo Avecilla es uno de esos grandes artífices toledanos eclipsados por el pasar de los años. Recientemente, el Archivo Municipal ha rendido un merecido homenaje a este artista toledano injustamente olvidado, homenaje del que se hizo eco la prensa local (véase La Tribuna, 2-5-2017). No son muchos los datos de su vida que hemos podido esponjar en los archivos de la historia. Sabemos que Críspulo Avecilla nació en Toledo en 1827, que vivió en la calle Horno de los Bizcochos, 10, y que contrajo matrimonio con doña Carolina Gallego y Hoyos, quien le daría dos hijas, Josefa y Carmen (fallecida en 1887, en vida todavía del padre). Fue alumno, y a partir de 1850 profesor ayudante, de la Academia de Nobles Artes de Santa Isabel, creada en 1817 con sede en el palacio de la marquesa de Malpica, una institución que apenas tuvo medio siglo de existencia y en la que se formaron toledanos tan ilustres como el arquitecto Ezequiel Martín, el escritor Abdón de Paz, Ceferino Díaz, que fue el restaurador de la sinagoga de Santa María la Blanca, o el pintor Cecilio Pizarro. Críspulo ingresó muy joven por oposición en la Fábrica de Armas. Como oficial de Felipe Gálvez acompañó a este maestro grabador a Madrid, donde estudiaría las guarniciones milanesas de la Real Armería. Pronto destacó su maestría para el dibujo, el damasquinado y el cincelado, siéndole concedida en 1858 le una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes por “un sable cincelado y grabado en la fábrica de armas de Toledo” (La Época, 19-11-1858); mención que revalidará cuatro años después por una daga grabada y damasquinada. Pero sus inquietudes le llevaron también al terreno de las denominadas Bellas Artes, pues sabemos que participó en una Exposición provincial celebrada con motivo de las fiestas de agosto de la ciudad imperial, con tres cuadros al óleo, “que son el crepúsculo vespertino (país), un interior de un edificio notable y un boceto de otro del claustro de San Juan de los Reyes” (El Tajo, 28-7-1867). En 1867 sucedió a Gálvez en el puesto de maestro del taller de grabado, y tenemos noticia de que gracias a su tesón y su talento desarrolló un procedimiento sencillo y eficaz de grabado y de dorado. Artista que se había ganado ya un reconocido prestigio a nivel nacional, participó en la Exposición Universal de Viena de 1873, donde obtuvo un importante galardón. Ese mismo año el Reino de Italia le agradeció con una medalla el cuchillo de monte que había realizado para el rey Víctor Manuel.
La labor de Críspulo Avecilla en la Fábrica de Armas de Toledo dejó una profunda huella. En 1889, el capitán e historiador Hilario González (Toledo, 15-11-1889) dedica un sentido recuerdo al viejo maestro:
Si no temiésemos ofender la modestia de aquel maestro, con gusto recordaríamos todas las obras ejecutadas durante este periodo de brillante apogeo bajo su acertada dirección. Séanos permitido, no obstante, consignar aquí para consuelo del distinguido artista, hoy anciano y achacoso, que no hay en la Fábrica de Armas un lugar que no le recuerde por su amor al trabajo y al arte; habiendo mostrado su inteligencia y habilidad en planos transparentes, dibujos, modelos, álbums, autógrafos y trabajos caligráficos, viéndose todavía impresa su mano en la iglesia, en la oficina y en los talleres.
En el Archivo Municipal Toledo se conserva un Álbum con las tablas para la fabricación de los modelos de armas blancas que nos ofrece una idea bastante precisa de la excelencia que Avecilla alcanzó como dibujante. También puede verse en dicho Archivo otro álbum de nuestro artista con escudos de ciudades españolas, junto con dibujos de algunas espadas históricas y singulares reproducidas en la Fábrica de Armas.
Quizás por sentirse mal remunerados por parte del Estado, “en el año mil ochocientos setenta y siete ‒escribe González‒ todos los Maestros y algunos de los mejores oficiales abandonaron los talleres de grabado y cincelado, quedando estos en la más crítica situación”. Entre estos grandes maestros que abandonan la Fábrica de Armas se encuentran los cinceladores y damasquinadores Mariano Álvarez, Dionisio Martínez y Críspulo Avecilla. Este último se instala primero en la plaza de Zocodover, núm. 6, en un establecimiento donde, según se lee en los anuncios publicitarios de la prensa de la época, “se hacen toda clase de objetos de bisutería de hierro y acero damasquinado” (El Nuevo Ateneo, 15-2-1879), pero al poco tiempo se muda a un local más amplio, en la calle del Comercio, 39, de donde saldrían importantes encargos para la aristocracia y la alta burguesía madrileña.
De Avecilla eran los cuatro grandes candelabros de tres metros de altura que adornaban la escalera imperial del Alcázar, cuya restauración, comenzada en 1867, cobró impulso a partir de 1875, cuando ya se había tomado la decisión de que el palacio renacentista de Carlos V fuese la sede de la naciente Academia de Infantería. Las obras, realizadas bajo la dirección del ingeniero militar Víctor Hernández Fernández, tuvieron como frutos (antes de que el voraz incendio de 1887 lo destruyera todo) la Cámara real, la Capilla, el Salón mudéjar y el Salón de honor, además de las rejas y los artesonados, “afiligranadas labores” para las que se contó con los más acreditados artistas del momento, como Esteban Delgado, que inspirándose en el estilo de Berruguete talló la puertas de la Capilla; Matías Moreno, para las decoraciones pictóricas; Mariano Álvarez y Capella, para las rejas, y el propio Críspulo Avecilla, que además de los candelabros realizó los llamadores de bronce de la puerta principal y un escudo con “bichas” para la estatua de Carlos V del patio (Toledo, 1-3-1923).
Como consumado miniaturista realizó unos facsímiles de antiguos códices musicales existentes en la catedral primada por encargo de Francisco Asenjo Barbieri, códices que están conservados en la Biblioteca Nacional. Fue precisamente el director de esta Biblioteca, Cayetano Rosell, quien, después de ver las cubiertas de hierro repujadas, cinceladas y damasquinadas que Avecilla había construido para contener el título de marqués del general Eduardo Fernández de San Román, en 1881 encargó a nuestro artista una de sus obras más celebradas, las tapas para el codicilo de Isabel la Católica, por las que el artista cobró 6.000 pesetas Como era costumbre, antes de entregar la obra los toledanos pudieron admirarlas en el escaparate del establecimiento del platero Claudio Vegué, siendo después expuestas en Madrid, en el escaparate de la librería Murillo, en la callé Alcalá, 6 (El Liberal, 16-3-1881). Debieron de causar una gran impresión, pues todavía un año después la prensa madrileña se acuerda de este y otros “trabajos de repujado en hierro que ejecuta el Sr. D. Críspulo Avecilla, antiguo grabador y cincelador de la fábrica de armas de Toledo, y establecido hoy por su cuenta en aquella ciudad” (Diario oficial de avisos de Madrid, 18-6-1882). Repujadas y caladas, con incrustaciones de oro y de plata, representan, en una de sus caras, el busto de Isabel en tres cuartos dentro de una cartela, entre dos amorcillos con el yugo y las flechas en las manos, flanqueados a su vez por aves del paraíso. Un primer campo decorativo en torno al cartouche está formado por arabescos y trofeos trepanados y delimitados por cintas entrecruzadas. En las esquinas destacan cuatro tondos con los bustos cincelados de los personajes más relevantes del reinado de Isabel: el cardenal Cisneros, Cristobal Colón, Gonzalo Fernández de Córdoba y el fraile poeta Íñigo de Mendoza. La otra tapa presenta una decoración similar, con la típica decoración renacentista compuesta por rinceaux, bichas y grutescos, de la que sobresale en el centro el escudo de Isabel la Católica, al que acompañan de nuevo cuatro medallones con las efigies del confesor de la reina, Diego de Daza, del arquitecto Juan Guas, del humanista y gramático Antonio de Nebrija, y de Beatriz Galindo, escritora y maestra de latín de lsabel y sus hijos.
Hoy nos llama la atención que la prensa de la época se interesara por estos objetos artísticos. Avecilla debía de ser muy conocido y tener una clientela importante en la capital de España, pues incluso el Diario oficial de avisos de Madrid (18-6-1882) recoge como primicia las últimas obras, “muy justamente elogiadas”, salidas de su taller toledano, como la pieza realizada por encargo de don Joaquín Rivera, de “una hermosa copa, con platillo y tapa, todo ello montado en plata y oro y repujado con la delicadeza más exquisita, completando su mérito unos preciosos medallones con escenas del Quijote”. Un año antes ya había realizado otra copa con platillo “de hierro repujado y damasquinado” por encargo de los socios de la Unión Católica” como regalo a Menéndez Pelayo, “cuya obra de arte es debida al reputado talento del artífice toledano Sr. Avecilla, autor de las celebradas tapas de codicilo de Isabel la Católica” (El amigo, 18-12-1881).
Por otra parte, hemos podido identificar la extraordinaria placa que pertenece a la colección Khalili como obra ejecutada por Críspulo Avecilla. La noticia la encontramos en El diario de Lugo (20-7-1883). Se trata de una placa ovalada de 28 por 23 cm. con la que el cuerpo de Telégrafos obsequia al Sr. D. Cándido Martínez “que tanto se interesó por la prosperidad del servicio telegráfico mientras fue director del ramo”. Fue encargada “al primoroso artífice de Toledo, don Críspulo Avecilla, autor de las preciosas carpetas que encierran el testamento de Isabel la Católica y de otras obras notabilísimas por las cuales ha obtenido premio en varias exposiciones”. Resultan llamativos los motivos de la composición, pues dentro de la estética clásica, con los característicos putti, zarcillos y grutescos, aparecen objetos que en la época no dejaban de ser símbolos del progreso y la modernidad, como esos auriculares por medio de los que se comunican dos amorcillos surgidos de hojas de acanto, entre las cuales se advierten cuatro pilas eléctricas. En la parte superior del óvalo central, una diosa, que bien podría ser una alegoría de la Tecnología, sostiene sentada en su trono una caja con la palabra “TELE-GRAFÍA”, entre dos aparatos en los que se reconocen un emisor y un receptor. De su cabeza emanan unos rayos de plata, cual impulsos eléctricos para los que ya no existen las distancias. Los pies de esta Atenea de la nueva ciencia descansan sobre una orla envuelta en una cinta ondulante; en el centro, la corona, los rayos y los laureles del Real Cuerpo de Transmisiones. Los temas clásicos vuelven en el borde de la placa, muy recargado con hojas de parra y cornucopias repujadas y caladas.
La placa de Avecilla no está firmada. Es solo gracias a la mencionada nota de prensa que hemos podido identificar a su autor. Poco más podemos decir de la vida de este artista extraordinario, aparte de que, al igual que Mariano Álvarez, perteneció a una de las más activas intituciones artísticas toledanas, el Casino de Artistas e Industriales. No hemos conseguido encontrar una fotografía para ponerle rostro a este consumado artífice. Nos ha llegado sólo una pequeña parte de su obra. Cubramos las lagunas que nos ha dejado su biografía con la excelencia de unas obras que hablan de las virtudes que sin duda caracterizaron su vida y su producción artística, a saber: la paciencia, la perseverancia y ese amor artesano al trabajo bien hecho.
Bibliografía:
- Alba González, Luis, “La Academia Toledana de Nobles Artes de Santa Isabel”. Toletum, nº 32 (1995).
- González, Hilario, La Fábrica de Armas Blancas de Toledo. Resumen histórico (Toledo, 1889), copia facsímil. Valencia, 1996.
- Peñalver Alhambra, Luis, El arte del damasquinado. Toledo, Almud Ediciones, 2021.