Pocos, muy pocos son los manchegos que saben hoy que Barrenengoa era vizcaino, pues de tal suerte llegó este hombre excepcional a identificarse con nuestra Patria chica que nadie le excedía en interés por su desarrollo y prosperidad.
Todas las iniciativas oficiales o particulares que tenían por finalidad buscar algún alivio para las calamidades públicas contaban con la cooperación eficaz y generosa del afamado industrial.
Cuando se iniciaron las obras para cegar Los Terreros de infausta memoria, pues eran un gran foco de infección, los primeros cien escudos que se entregaron fueron los de Barrenengoa.
El no tenía en el campo mas que una finca de recreo, y en momentos difíciles para los agricultores entregó sumas de importancia con destino a la extinción de la plaga de langosta.
Ya he dicho en mis folletos sobre Regionalismo, que estimaba una gran insensatez querer aislar unas regiones de otras con fantásticas murallas de la China, y el caso de Barrenengoa evidencia que nada importa el punto de nacimiento para las buenas obras que puedan realizarse en pro de determinadas poblaciones o comarcas.
Cuando yo frecuentaba las aulas del Instituto de Ciudad Real Barrenengoa llevaba la jefatura de los elementos liberales mas avanzados de la provincia.
Llamarse en aquella época republicano en una provincia donde los elementos tradicionalistas tenían tan profundas raíces era un acto de verdadera abnegación política.
Fue Barrenengoa de los amigos mas entusiastas e incondicionales de Castelar, y lo mismo en orden a la política que en sus reacciones sociales demostró siempre una alteza de miras y una sensatez que todos en Ciudad Real se olvidaban de las diferencias políticas para poner en su mayor estimación al cumplido caballero y al industrial laborioso y honrado.
Fue un luchador incansable a quien la suerte premió con largueza todos sus esfuerzos. Levantó una gran fortuna por procedimientos de acrisolada honorabilidad y ofreció a Ciudad Real como homenaje de cariño un ejemplo que perdura en la memoria de todos nosotros. Gastó sumas inmensas en levantar los mejores edificios que en aquella época tenía la capital de la Mancha dando esto ocasión a que todas las clases trabajadoras recibieran de manos de Barrenengoa salarios abundantes que les permitían llevar a sus familias una situación económica de relativo bienestar.
Fue diputado a Cortes en 1873 y estuvo en la extrema derecha republicana. Mas tarde cuando Castelar marcó su benevolencia a la Monarquía, Barrenengoa figuró en el número de los que por nada ni por nadie quisieron renegar de su abolengo republicano.
Su austeridad de costumbres fue siempre una de las mayores recomendaciones que tuvo para contar con la estimación de todas las clases sociales.
No faltará quien pregunte si Barrenengoa no tuvo mas que admiradores; y a ésto he de contestar que hubo gentes a quienes la tristeza del bien ajeno las estimuló a disfrutar del placer de las almas envilecidas: la difamación; pero éste libro no es el tornavoz de las bellaquerrias de cuatro rufianes.
La famosa fábrica de chocolates que tanto divulgó su nombre y tan pingües beneficios le proporcionó era conocida en España y en el extranjero, porque en todas las exposiciones consiguió los éxitos mas lisonjeros.
Barrenengoa murió en Ciudad Real en Noviembre de 1896 cuando era uno de los mas opulentos capitalistas de la Mancha, y había nacido en Diciembre de 1828 en Orduña (Vizcaya) en casa muy humilde habiendo tenido por lo tanto que ganar él desde su juventud cuanto precisaba para la vida, pues el padre perdió la suya luchando en aquel país de las rancias tradiciones por la causa de la libertad.
Hombre de gran temple de alma ofreció en holocausto de sus ideales la existencia, y su hijo no olvidó nunca que el autor de sus días había sido fusilado por militar en las filas de la democracia.
Francisco Rivas Moreno
Del libro Los Grandes Hombres de mi Patria Chica (Imprenta del Real Monasterio de El Escorial, 1925).
