Dimas Fernández-Galiano era un arqueólogo e historiador, cuya biografía ha quedado vinculada a la Historia de la provincia de Cuenca por ser el arqueólogo que propició las primeras excavaciones en el Mosaico Romano de Noheda. El año 2004, el propietario de los terrenos donde apareció esta villa, en el término de Villar de Domingo García, se puso en contacto con Fernández-Galiano para mostrarle el hallazgo que había descubierto años antes y que otros arqueólogos habían visto ya, advirtiendo de su extraordinario valor. Éste aconsejó a la Junta de Castilla-La Mancha que concediera un permiso para realizar excavaciones, que se pusieron en marcha en el otoño-invierno de ese mismo año y constataron lo que ya se intuía: que bajo esa tierra alcarreña estaba una de las más notables muestras de arte romano encontradas en la vieja Hispania. Un nuevo galón que acreditaba la merecida fama de uno de los mayores expertos mundiales en musivaria romana.
Fernández-Galiano había nacido en la localidad zaragozana de Calatayud en octubre de 1951, siendo su padre uno de los más notables naturalistas españoles. Su pasión por la Historia le llevó de Aragón a Madrid, en cuya Universidad Complutense se licenció en 1974 en esta disciplina. Trece años más tarde se doctoró en la especialidad de Historia Antigua.
El pasado más remoto de España, especialmente de la región histórica de Castilla la Nueva, se entiende y conoce ahora mejor gracias a su decisiva contribución. En 1976 ganó por oposición la plaza para dirigir el Museo Provincial de Guadalajara, desde el que promovió fructíferos planes de excavaciones en toda su zona de influencia. A él también se debe la carta arqueológica de Alcalá de Henares, la antigua Complutum, donde salvó importantes mosaicos que ahora están en el Museo Arqueológico Nacional. Su currículum se completa con el redescubrimiento de la ciudad visigoda de Recópolis (en el término de Zorita de los Canes, en Guadalajara) y el descubrimiento de la magna dimensión de la villa romana del municipio toledano de Carranque.
Fue también un museólogo brillante y un visionario gestor cultural que estuvo al frente del Programa de Restauraciones del Ministerio de Cultura y comisarió exposiciones como la de La Corona de Aragón, que atrajo a miles de espectadores en Madrid y Zaragoza.
Ha sido reconocido como uno de los mejores conocedores de la musivaria romana en toda Europa. Participante desde sus orígenes en la revista Wad-Al-Hayara, de estudios de Guadalajara, tiene su obra científica desplegada en multitud de revistas, congresos e intervenciones, destacando especialmente el estudio sobre la Arqueología de Castilla-La Mancha [1989] que se reconoció como un libro breve y claro que ponía unas bases en un tema del que nada se había hecho, y que a partir de entonces permitió una programación más metódica. Fue director del Museo Provincial de Bellas Artes de Guadalajara, investigador en Recópolis, en la villa romana de Gárgoles de Arriba y en numerosos asentamientos de la vega del Henares, así como en la villa romana de Carranque (Toledo), además de encargado por el Ministerio de Cultura de programar, planificar y dirigir las actuaciones de restauración y rehabilitación de grandes edificios monumentales con cargo al Estado. En 1976 redactó la carta arqueológica de Alcalá de Henares y trabajó en la Institución Marqués de Santillana de Guadalajara, de la que fue presidente. Su tesis doctoral, de 1987, sobre “La musivaria hispano-romana en el Conventus Cesaragustanus” es de obligada referencia en el área de conocimiento de los mosaicos. Sus libros sobre “Las villas hispano-romanas” y el más específico sobre “Los monasterios paganos”, son la evidencia más clara de su amplio dominio sobre el Mundo Antiguo. Era, según Martín Almagro Gorbea, “con su sutil sonrisa que escondía un fino humor de dandi inglés, el más inteligente de los arqueólogos españoles de la Generación del 68, que coincidió en España con un profundo cambio social, político y generacional”.
Según Antonio Herrera Casado “era una “rara avis” en el mundo cultural de Guadalajara, tan joven y tan dinámico, que “podía ser calificado como uno de los más activos arqueólogos, en el campo y en los laboratorios, de la segunda mitad del siglo XX: “de su mirar y ver, de su excavar y comparar, han salido nuevas luces en diversos temas relacionados con la historia antigua de nuestro país, y muy especialmente en la relativo a la musivaria española de época romana”. Captado enseguida por la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana” para presidir su sección de Arqueología, casi al comienzo fueron apareciendo todos los años los trabajos de este autor, referidos a los hallazgos que empezó a hacer por castros y necrópolis del área seguntina”. “puede decirse que Fernández-Galiano es el renovador de estos estudios en Guadalajara: un clásico ya”.
Dialnet nos dice que tiene anotadas en su haber 29 colaboraciones en obras colectivas, 22 artículos en revistas especializadas, y tres libros (que son cinco, realmente) con su nombre, destacando especialmente el estudio sobre Arqueología de Castilla-La Mancha [1989] que se reconoció como un libro breve y claro que ponía unas bases en un tema del que nada se había hecho, y que a partir de entonces permitió una programación más metódica. Otros libros de Fernández-Galiano, como el general sobre Las villas hispano-romanas y el más específico sobre Los monasterios paganos [2011], son la evidencia más clara de su amplio dominio sobre el Mundo Antiguo.
Cuando yo lo conocí, en 2004, era Jefe del Área de Monumentos y Arqueología en el Instituto del Patrimonio Histórico Español, dependiente de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura, y los más de diez años que tuve la oportunidad de tratarlo me permiten hacer mías las palabras que Herrera Casado le dedica en su obituario: “su trabajo hondo, apasionado, riguroso y bien hecho, en torno a los restos (siempre inacabables) de la Antigüedad entre nosotros, será lo que merezca el aplauso de esta tierra. Que no suele ser generosa con quienes han volcado su vida entera por ella, pero que a veces (al menos, en el momento del adiós último), echa la vista atrás un momento y se da cuenta de que se ha ido uno de los buenos, uno de los grandes, cuyo nombre servirá para definirla en el futuro”.