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Domingo Cipriano Salvador Gijón
Pedro Muñoz (Ciudad Real).
1894 -
Toro (Zamora).
1975.
Pintor, escritor, maestro y periodista.

Domingo Cipriano Salvador Gijón nació el 12 de mayo de 1894 en Pedro Muñoz, en el seno de una familia de guarnicioneros. Huérfano a temprana edad, tuvo que trasladarse de niño al que sería su paraíso, las lagunas de Ruidera.

Inquieto y con una curiosidad infinita, pasó la adolescencia trabajando en una central hidroeléctrica y dedicando el tiempo libre a formarse y cultivar las artes de manera autodidacta, especialmente la pintura y la escritura, por lo que recibió el apodo de ‘el Solitario’. Es en esta época cuando descubre El Quijote, libro que devora, estudia y analiza hasta la obsesión, y que le servirá de brújula durante el resto de sus días.

Pese al mote, aprovechó las visitas de personajes ilustres a las lagunas para ampliar sus conocimientos. Prueba de ello es su correspondencia con Claudio Sánchez-Albornoz, a quien ayudó en 1916 a documentar el yacimiento de la Mesa del Almendral y algunos restos romanos de la zona, o el escritor uruguayo Fernando Pereda, que cita a Cipriano Salvador como su guía en la Cueva de Montesinos en 1925.

En el campo de la escritura, comienza a destacar con un libro de cuentos y poemas, De mi viejo solar, publicado en 1914, y con artículos culturales de manera puntual en diferentes diarios manchegos, colaboraciones que aumentaron desde su participación en un especial de Vida Manchega sobre el III centenario de la muerte de Cervantes.

En el verano de 1921, el Solitario emuló a su admirado Alonso Quijano y, armado con papel y pluma, salió a los caminos de La Mancha para enfrentarse a los gigantes del caciquismo: el analfabetismo y la despoblación. El resultado de este viaje de cuatro meses es un dietario, Es don Quijote el que guía, que reconstruye paso por paso la ruta que el ingenioso hidalgo realizó en la novela. En ella podemos leer de manera poética descripciones de paisajes, monumentos y habitantes de La Mancha, así como una interesante mezcla de datos históricos, tradición oral e impresiones de Salvador.

Sin embargo, el éxito de este trabajo radica en su enfoque social y económico, pues no se limita a retratar la tierra, sino que pretende transformarla. Por un lado, reivindica la necesidad de industrializar la región, modernizar la agricultura, diseñar un plan de turismo cultural que genere empleo de calidad y que evite tener una «tierra vaciada» e, incluso, pide que La Mancha tenga instituciones propias para dejar de ser un cruce de caminos. Por otro, señala que la formación cultural de los Sanchos —representación de las clases populares— es el camino para romper con el caciquismo y con los estereotipos peyorativos que algunas voces interesadas lanzan sobre los jornaleros manchegos.

El libro, con prólogo del escritor Rafael López de Haro, fue publicado ese mismo año en Valdepeñas y gozó de gran reconocimiento dentro y fuera de España, formando parte de las bibliografías de los principales trabajos cervantinos del siglo XX y de los programas de estudios hispánicos de algunas universidades anglosajonas.

El idealismo de Salvador Gijón no estaba reñido con el pragmatismo y, después del éxito de la obra, emprendió el camino de la pedagogía y la divulgación para poner en práctica sus tesis. Así pues, al igual que el Caballero de la Triste Figura, realizó una segunda salida por el Campo de Montiel y, con anotaciones sobre el terreno y con su primo Manuel como fotógrafo y escudero, diseñó una ruta turística. El hilo conductor era El Quijote e incluía, además de sugerencias para el alojamiento y la práctica deportiva, visitas a patrimonio de interés cultural y natural de lo más variado.

Sin embargo, pese a que la Diputación de Ciudad Real le pidió en 1929 que promocionase el proyecto en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, su ruta como producto turístico no se desarrollaría nunca. Harto de esperar una ayuda que no llegaba, con su Harley como Rocinante abandonó por tercera y última vez su casa. Convencido de que era su deber revitalizar la patria y combatir el analfabetismo, fijó su residencia en Villanueva de los Infantes.

Cipriano se integró rápidamente en la vida infanteña. Como artista, realizó unos frescos de Santa Teresa que todavía se conservan en una de las capillas del convento de los Trinitarios. Como maestro, inculcó el amor por las letras a los niños del colegio Príncipe de Asturias (donde formó parte de la directiva) y a las adolescentes de la Academia Politécnica Quevedo, pionera en la región en impartir bachillerato con alumnado femenino.

La proclamación de la II República le pareció una magnífica oportunidad para acelerar los cambios que consideraba que la sociedad necesitaba. Para implicarse en ellos, se trasladó a Madrid (conocía perfectamente la capital, pues en 1926 había expuesto con éxito sus cuadros en la galería Nancy).

El escritor, además de ampliar sus colaboraciones periodísticas y de dar charlas cervantinas por toda España, entró en la nómina de redactores del diario progresista Luz y ganó cierta estabilidad. En sus artículos podemos apreciar su evolución política desde un republicanismo moderado hasta alcanzar en 1932 los postulados marxistas.

Convertido en redactor jefe de la revista de vinos El viticultor, dejó temporalmente de lado el sufrimiento quijotesco. Incluso renunció a ser ‘el Solitario’ cuando conoció a María Rubio, el amor de su vida, con la que se casó en 1935. Pero estalló la guerra y el Ministerio de Agricultura le encomendó la compra de ganado para el ejército.

El matrimonio volvió a Infantes y el caballero idealista no tardó en reaparecer ante el grito de auxilio de Braulio Martín, el alcalde socialista de la villa. Su compromiso con el Frente Popular y la labor de inventariado y catalogación de patrimonio de la provincia de Ciudad Real lo convirtieron en el candidato idóneo para dos misiones más: gestionar la Filial, una cooperativa de trabajadores de la tierra de UGT, y salvaguardar las obras de arte del partido judicial.

Una de las joyas por las que Cipriano arriesgó su vida fue una importante tabla del siglo XVI de Fernando Yáñez que se conservaba en la parroquia de Santa María, de Almedina: La Santa Generación. Consciente del valor del hallazgo, «puesto que en nuestro Museo Nacional apenas existen obras de tan genial artista», y por miedo a que fuera quemado por los exaltados, como había pasado con otros objetos de culto durante los primeros meses del conflicto, decidió esconder el cuadro en su casa hasta que el gobierno republicano se hiciera cargo de él y lo llevara a una pinacoteca. Su llamada fue atendida por una brigada de la Caja General de Reparaciones de Daños y Perjuicios de la Guerra en enero de 1938.

No obstante, en 1939, Cipriano fue detenido por las autoridades franquistas, acusado de colaborar con la República y de la desaparición de la obra. Ni la declaración de las familias de derechas a las que había alimentado desde la cooperativa ni la del sacerdote de Montiel, al que protegió de exaltados anticlericales, ni siquiera la de un grupo de falangistas a los que evitó que fusilasen en Alicante lo libraron de la pena de muerte en 1941, posteriormente conmutada por treinta años de prisión y trabajos forzados entre interrogatorio e interrogatorio en busca del cuadro perdido.

Sin embargo, mientras las autoridades franquistas buscaban la tabla y Cipriano sufría las consecuencias, la pintura colgaba de las paredes del Museo del Prado. Había sido comprada de manera ilegítima a la iglesia de Villanueva de los Infantes con la connivencia del director del museo y del párroco de San Andrés, que aprovecharon un error en la transcripción de las medidas de la obra en las actas de incautación para apoderarse de él.

El calvario penal de Salvador Gijón arrancó el 31 de marzo de 1939 en el calabozo de Infantes, donde fue aislado a la espera de un juicio sin garantías. Tras la ratificación de su estancia en prisión en 1940, fue trasladado a la prisión provincial de Ciudad Real, donde coincidió con otro pintor manchego, Vicente Martín, quien le dedicó un precioso retrato como recuerdo de su estancia en ese «palacio encantado».

Su destino en 1941 fue el Fuerte de San Cristóbal, en Navarra, conocido como el «Auschwitz español». En ese infierno se reencontró con el arte para evadirse del frío y del hambre. Cipriano Salvador Gijón, como tantos otros intelectuales apresados, impartió clases de alfabetización a reclusos y forjó rápidamente amistad con Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña y revolucionario del teatro español, con el que fue trasladado a El Dueso.

El manchego enseñó a dibujar y organizó exposiciones con sus trabajos pictóricos. La más notable fue Mujeres del Quijote, una colección de retratos con todos los personajes femeninos de la obra de Cervantes que fue prologada por el mismo Cherif.

No obstante, el destinatario principal del arte de Gijón era su hijo, Cipriano también, del que habían separado cuando este apenas tenía un año y al que educó a distancia a través de viñetas en cartas y de la ayuda de su mujer. Una de las enseñanzas que Salvador pudo dar a su pequeño fue la de cooperar entre iguales para sobrevivir ante la adversidad, como él hizo con sus compañeros en la cárcel. Lección teórica y práctica que en 1943 adoptó la forma de un cuento colaborativo con otros presos republicanos para su hijo: El premio.

En el verano de 1946, padre e hijo se abrazaron por primera vez cuando Cipriano salió de Carabanchel amnistiado. Aun así, la pesadilla no terminó. Gijón, desterrado de Infantes a Madrid, tuvo que vivir con la espada de Damocles de la libertad condicional.

El prestigioso poeta de Valdepeñas e íntimo amigo, Juan Alcaide, trató de resarcir el nombre de Cipriano en la prensa. Y pese a que ganó algunos concursos de cartelería publicitaria, tuvo que ganarse la vida en la construcción y dando clases particulares. Ni siquiera él era el mismo de antes. Como su estimado Quijote al final de la novela, cambió con los golpes de la realidad. No hablaba. No podía. En su tiempo libre solo quería dibujar. Ni siquiera se atrevió a abrir la boca al ver La Santa Generación en El Prado, donde iba casi todas las tardes a hacer bocetos.

Expiró en Toro el 18 de diciembre de 1975. Desde 2020, año en el que se desmontó la corruptela de la que fue víctima, se está tratando de recuperar su legado con la publicación de sus obras. En 2021, Pedro Muñoz lo nombró pedroteño ilustre. En 2022, el pueblo de Almedina le realizó un homenaje y colocó en el Ayuntamiento una placa de agradecimiento por su sacrificio junto a una réplica del cuadro que salvó (a la espera de la devolución de la pintura original).

Bibliografía:

  • López Camarillas, José A., “Cipriano Salvador. Un misterio desvelado”, Descubrir el arte, año XXII, nº 262 (diciembre de 2020), pp. 71-76.
  • López Camarillas, José A., “La tabla perdida de Yañez que nunca desapareció. Origen de la Santa Generación del Prado”, Archivo de Arte Valenciano, CII, 2021, pp. 51-60.
  • López Camarillas, José A. El premio. València, Llibres de l’Encobert. 2022.
  • SOLÍS PIÑERO, J.: República, Guerra y Posguerra en Villanueva de los Infantes 1931-1946. Infantes, Servicio Municipal de Publicaciones, 2007, p. 254.
  • AMP, caja 1380, leg. 19.15, exp 3. Actas de reuniones del Patronato del Museo del Prado de 1940 a 1951. Madrid, 16 de junio de 1941.
  • MECD. IPCE, Archivo de la Guerra. Expediente de devolución de Infantes. Madrid, 1940, folio 5.
  • RIVAS CHERIF, C.: Introducción a las acuarelas Mujeres del Quijote de Cipriano Salvador Gijón. Penal El Dueso, mayo de 1943.
  • MECD. Archivos Estatales, Archivo Histórico Nacional. Pieza undécima de Ciudad Real. Tesoro artístico y cultura roja. Ciudad Real, 1939-1945.
  • SÁNCHEZ ALBORNOZ, C.: “Correspondencia personal con C. Salvador Gijón, Madrid, 26 de mayo de 1916.
  • SALVADOR GIJÓN, C.: Es don Quijote el que guía. Prólogo de R. López de Haro. Valdepeñas, Tip. Mendoza, 1921.
  • AMP, caja 107, leg. 13.04, exp 41, doc 2. Recibo a favor de José Luís Revuelta, por cesión de una tabla de Yáñez propiedad de la Parroquia de Infantes. Madrid, 1941.
  • Sumarísimo a Cipriano Salvador Gijón 895/41

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