Entre las grandes aportaciones de Castilla-La Mancha a la historia del cine español, esas que destellan con el más espléndido neón por méritos propios dentro de la fábrica hispánica de sueños, figura sin duda la del criptanense Enrique Alarcón (1917-1995).
Más allá de su carácter documental, el cinematógrafo alcanza estatuto artístico con el uso de los decorados como mejor medio expresivo. Sin retroceder hasta ese magnífico pionero que fue Melies, nombres como William Camerón Menzies, Otto Hunter o Vincent Korda marcaron la consagración del séptimo arte, en paralelo con (o mejor, detrás; o mejor, delante; en todo caso, al lado de) nombres que nos suenan más como Griffith, Raoul Walsh o Fritz Lang.
El decorador o director artístico, junto con el director de fotografía, aportan el toque mágico al film. Es un pintor que debe plegarse al trabajo de equipo, a las sumisiones del presupuesto y al gusto del director para ver su escena trasladada al celuloide. En el centenario del cine español, es justo dedicar unas líneas de merecido recuerdo y homenaje a un decorador que ha acompañado el florecer del mejor cine español desde los años cuarenta a bien entrada la década de los ochenta. Toda una vida profesional dedicada a hacer realidad los sueños de los mejores guionistas y directores del cine español. Ciertamente, la nómina de los que requirieron una y otra vez los servicios y el buen hacer de Enrique Alarcón es impresionante: Benito Perojo, Fernández Ardavín, Rafael Gil, Juan de Orduña, Luis Lucía, Luis Marquina, Juan Antonio Bardem, César Ardavín, J. A. Nieves Conde, Luis García Berlanga, Edgar Neville, Miguel Picazo, Jaime de Armiñán, Gonzalo Suárez, Fernando Fernán Gómez, José Luis Garci, Paco Regueiro y el mismísimo Luis Buñuel … ¡Nada menos! De los dieciséis extranjeros con que trabajó, hablaremos más tarde. Pero la nómina es, igualmente, de impacto.
Enrique Alarcón nació en Campo de Criptana en el seno de una familia de agricultores acomodados, que dio entre abogados, médicos y otros profesionales un puñado de grandes deportistas en el atletismo, el tenis y el esquí.
Enrique se tituló en arquitectura en el campus madrileño. La remodelación arquitectónica del chalé de Imperio Argentina le dio la ocasión de entrar en contacto con el mundo del cine. Personajes como Benito Perojo o Florián Rey le facilitaron el paso a la decoración cinematográfica. Le decidió a seguir la nueva senda la mayor facilidad para realizar los proyectos más imaginativos y hasta fantásticos. Se dijo que, si daba pena destruir un decorado, siempre quedaba la ilusión de hacer el siguiente.
Alarcón ingresó en el cine y, arrolladoramente, enseguida se convirtió en el decorador estrella de Cifesa. Discípulo de Pierre Schild y compañero de Burmann, en palabras de Berlanga, Alarcón «aportaba a las películas de Cifesa una fastuosidad y un alarde técnico que no existían en ninguna otra cinematografía europea».
Y el genial director español se explaya a propósito de Enrique Alarcón para lanzar una efusiva proclama pro-Cifesa: «Nuestros decoradores (todavía no se había inventado el término «director de arte») apoyados por unos constructores que eran al mismo tiempo grandes artistas (falleros en su mayoría), asombraban con su audacia y calidad. Me atrevería a afirmar que el decorado con el que descubrió a Enrique Alarcón y que permitió a Rafael Gil realizar un larguísimo travelling aéreo, no sería posible hoy en día, en nuestra triste industria de producción actual, dominada contradictoriamente por ese extraño monstruo llamado «cine de autor», curiosa definición que encubre la falta de fantasía y locura; pero que apoyada por botarates de la cultura, ha conseguido desmontar el espléndido barracón de feria que fue el cine de la época Cifesa.»
Desde su debut con Cifesa en Huella de luz (premio nacional) hasta su retiro en los mediados ochenta, Alarcón dirigió los decorados de más de 260 películas. El examen de su filmografía es apabullante. Tras decorar un puñado de cortos de Pepe López Rubio en el año 41, siguieron títulos que hablan por sí mismos y que son historia palpitante del mejor cine español: Eloisa está debajo de un almendro (Gil), El clavo (Gil), La dama del armiño (Ardavín), Don Quijote .de la Mancha (Gil), El negro que tenía el alma blanca (Del Carril), Muerte de un ciclista (Bardem), Calle mayor (Bardem), Los jueves milagro (Berlanga), La venganza (Bardem), El baile (Neville), Los golfos (Saura), ¿Dónde vas triste de tí? (Balcázar), El cochecito (Neville), Oscuros sueños de agosto (Picazo), Tristana (Luis Buñuel), Morbo (Suárez), Asignatura pendiente (Garci), Ese oscuro objeto de deseo (Buñuel), La vaquilla (Berlanga), Padre nuestro (Regueiro).
Su oficio (y su arte) le permitieron recorrer, además de toda España, la mayor parte de Europa, EEUU, América central y meridional, Oriente medio, Africa … Conocedor de los grandes estudios (Pinewood, Cinecittá, Eclair, Boulogne, Billancourt), trabajó junto a directores tan famosos como King Vidor, Anthony Mann, Abel Gance, Alan J. Pakula, Nicholas Ray o Jules Dassin. Su toque mágico se advierte en títulos como: El Cid, Rey de reyes, Cervantes, El viudo, Playmate o Le ciel sous la mer.
La metodología de Alarcón tuvo siempre una base arquitectónica, prefiriendo planos, secciones y alzados rigurosos al mero boceto. Tras la realización material y la ambientación y atrezzo, daba el visto bueno o rectificado final, con una perspectiva de visión. Entre sus aportaciones a los trucajes, ideó: las maquetas corpóreas, las recortadas o pintadas en cristal, trucajes por reflexión en cristal espejo, la caña para panoramizar la cámara en las maquetas y otras.
Para Rafael Gil: «en este trabajar constante al lado de Enrique Alarcón, en este soñar ininterrumpido en imágenes y sombras, en ese milagro diario de ver cómo las ideas y los sentimientos toman formas expresivas, es cuando comprendí que Enrique Alarcón era más que un decorador. Era un pintor que ponía su creación al servicio del operador y del director para que sugiera la «móvil plástica», definición justísima de lo que es el cine, hecha por Guillermo Díaz Plaja casi en los albores del nuevo arte».
Los imaginarios arquitectónicos de Enrique Alarcón nos permiten viajar del templo de Salomón a la catedral de Santiago tal y como era en el siglo X, del barrio chino de Barcelona al desaparecido café Español de la plaza de Zocodover en Toledo, y a tantos y tantos lugares emblemáticos del mejor cine español.
Bien merece este manchego universal una semblanza en este Diccionario biográfico de Castilla-La Mancha y bien merecería una amplia sección en ese museo del cine que algunos soñamos para Castilla-La Mancha, quijotesca patria del cinematógrafo.
Nota: La Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla-La Mancha realizó un oportuno reconocimiento en vida del maestro. Consistió éste en una exposición de bocetos, montajes sobre paneles, fotografías y recuerdos biográficos de Alarcón. El valioso cuaderno que la acompañaba, incluía: textos de Luis G. Berlanga y Rafael Gil (de los que han sido extraídas las citas de este artículo), un artículo del señor Stringer (de la Guild of Film Art Directors), una biografía de Enrique Alarcón y su filmografía completa.