Enriqueta Hors Bresmes nació en Madrid en el año 1907. En 1928 completaba sus estudios de Licenciatura en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, mereciendo uno de los dos Premios Extraordinarios concedidos en la Sección de Letras; al año siguiente fue distinguida por su aplicación con un premio en metálico con cargo a los Presupuestos del Estado (La Libertad, 2-10-1929). En esos mismos años, su hermana Pilar cursaba sus estudios en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central (AHN, Universidades, 5719, Expediente 21).
Durante su etapa de estudiante universitaria ya había destacado por su inteligencia y preparación; el 7 de octubre celebraba la Dictadura primorriverista el Día del Libro Español, y con ese motivo se realizaban innumerables actos de los que daba cumplida cuenta la prensa de la época; en la conmemoración del año 1926 ella fue una de las conferenciantes en la Asociación de Escritores y Artistas en Madrid (El Imparcial, 8-10-1926). Pero también se había señalado por su espíritu avanzado y rebelde; en 1929, siendo alumna de doctorado, fue una de las firmantes, junto a su hermana Pilar, de un manifiesto rubricado por estudiantes de la Universidad madrileña que rechazaron la “galantería” que la Dictadura había tenido con ellas, al permitirlas realizar sus exámenes de septiembre, mientras que a sus compañeros masculinos se les retiraba ese derecho en represalia por las algaradas estudiantiles de la FUE.
Una vez obtenida la licenciatura, pasó a colaborar muy activamente en la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos que dirigía Ramón Menéndez Pidal, una de las instituciones científicas más notables de la época, dentro de la órbita de la Junta para la Ampliación de Estudios. Allí continuó con sus investigaciones, y colaboró con algunos de los proyectos más ambiciosos del Centro, como la preparación desde 1929 del Romancero español o hispánico gracias a una ayuda del hispanista estadounidense Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society de Nueva York, que no se pudo publicar hasta 1965, bajo la dirección de Rafael Lapesa, con el título de Crestomatía del español medieval.
Publicaba por entonces sus primeros trabajos, como un prólogo a La Galatea, de Miguel de Cervantes para la edición de la Compañía General de Artes Gráficas dentro de su colección “Las cien mejores obras de la literatura española”, o La prudencia en la mujer, de Tirso de Molina. De entonces son sus primeras colaboraciones en la prensa; por ejemplo, en el número del mes de febrero de 1930 de Filosofía y Letras, que se reclamaba “Revista de los Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid”.
Además, se integró plenamente en la vida académica de la Universidad española. Desde 1928 figuró como profesora ayudante de los cursos de verano para alumnos extranjeros organizados por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central en la Residencia de Estudiantes, bajo la dirección de intelectuales tan prestigiosos como Pedro Salinas (ABC, 17-8-1930); en 1928 fue la elegida para intervenir públicamente en la clausura del curso (La Época, 4-9-1928).
En 1930 asistió a los cursos de verano de español para extranjeros que se ofrecían en la ciudad de Santander, ejerciendo como profesora de prácticas para los alumnos que llegaban desde el resto de Europa. Ya durante la República, los cursos se trasladaron a la Universidad Internacional de Santander, y en el verano de 1933 fue una de las encargadas de las clases prácticas en el curso de español para extranjeros en el que impartieron las clases teóricas literatos y profesores tan destacados como Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Gerardo Diego o Tomás Navarro Tomás, y que contó también con una serie de representaciones del grupo teatral La Barraca, que dirigía Federico García Lorca (El Sol, 10-9-1933).
También se preocupó por su futuro profesional, y desde el 30 de octubre de 1930 hasta el 30 de septiembre de 1932 fue aspirante al magisterio secundario en el Instituto Escuela de Madrid. En 1935 aprobó las oposiciones a Cátedras de Lengua y Literatura, siendo destinada al Instituto Ramón Muntaner de Figueras, en la provincia gerundense, donde continuó dando clase hasta el final de la Guerra Civil (AGA, 32/09314, 32/16732 y 33.44-67).
Perdida Cataluña por el Ejército Popular de la República en las primeras semanas de 1939, Enriqueta Hors debió de sufrir el preceptivo expediente de depuración decretado por las autoridades educativas franquistas. Sorprendentemente, y a pesar de sumar tantas circunstancias adversas, fue confirmada en todos sus derechos y autorizada a permanecer en el escalafón profesional, seguramente por gozar de la protección y el aval de Ramón Menéndez Pidal.
Su estancia en Guadalajara
Se trasladó al Instituto de Guadalajara, que poco a poco normalizaba su actividad académica, bajo la dirección de su catedrático de Lengua Francesa, Adolfo Gómez-Cordobés Hernández, que sustituía al encarcelado Julio Juan y Blanquer. En 1942, al pasar el profesor Gómez-Cordobés a dirigir la Escuela Normal de Magisterio alcarreña, dejó vacante la dirección del Instituto, que recayó en Enriqueta Hors Bresmes. Aunque existía el antecedente de Dolores de Palacio, directora del Instituto de Peñaranda de Bracamonte en el año 1933 y del de Ávila entre 1940 y 1945, Enriqueta Hors fue una de las primeras mujeres en ponerse al frente de un Instituto de Bachillerato masculino.
Se convirtió, desde luego, en la primera mujer que se hizo cargo de la dirección del Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara y, además, lo hizo en circunstancias especialmente difíciles, meses después de que terminase la Guerra Civil. A primera vista sorprende que en esa España tan totalitaria como tradicionalista una mujer vinculada a la Institución Libre de Enseñanza y que venía directamente de un centro educativo de la Cataluña republicana ocupase ese cargo; pero, según testimonios de alumnos del Instituto arriacense de aquellos años, su capacidad y su personalidad destacaban tan sobremanera sobre el gris y depurado claustro profesoral de aquella Guadalajara, que ni siquiera a las autoridades franquistas se les ocurrió designar a otro catedrático para ese puesto.
Durante su etapa al frente del Instituto, sobre todo en sus primeros años, desplegó una actividad impresionante. En las celebraciones del Día del Libro, en las sesiones públicas de apertura y clausura de los cursos y en cualquier acto de carácter literario, casi siempre era la encargada de pronunciar la conferencia de rigor; teniendo que reseñar que siempre se limitaba en sus charlas, por más oficiales que fuesen, a tratar aspectos culturales y que nunca hizo apología del régimen franquista ni se identificó públicamente con él. Sabemos que en sus clases de Literatura española incluía, al margen de los libros de texto y del programa oficial, explicaciones y referencias a Antonio Machado o Federico García Lorca, que estaban fuera del currículo académico del primer franquismo.
A ella debe el hoy Liceo Caracense la restauración y recuperación de parte de su tesoro artístico y de su patrimonio educativo. Y fue iniciativa suya, después de descubrir y recuperar sus restos, dar al Instituto el nombre de Brianda de Mendoza, la fundadora del convento para jóvenes que ocupó el palacio que acogía al Instituto de Bachillerato de la ciudad. Renunció al cargo en el año 1950 (Boletín Oficial del Estado, 20-4-1950), después de haber abierto camino pues, muy seguramente, fue la primera mujer que ocupó la dirección de un Instituto de Bachillerato mixto y no exclusivamente femenino.
Durante sus veinte años en tierras alcarreñas formó parte tanto de la vida cultural de la provincia, por ejemplo, perteneció al Patronato del Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas de Guadalajara (Boletín Oficial del Estado, 24-10-1959), como de las actividades propias del Cuerpo de Catedráticos de Institutos, integrando los tribunales de oposición para la selección del profesorado para Institutos de Enseñanza Media en los años 1959 y 1960, entre otros.
En 1960 viajó a Montevideo en comisión de servicios para cuidar a su hermana enferma, pero, llegado el tiempo de volver a su puesto en España, solicitó que se le ampliase la comisión y, como fuese rechazada su petición, pidió la excedencia del servicio activo como catedrática del Instituto de Guadalajara, con la pretensión de «ampliar sus estudios» (AGA, 05/44070).
Regresó a España para el curso 1965-1966, obteniendo plaza en el Instituto de Manresa (Boletín Oficial del Estado, 26-5-1965 y La Vanguardia, 1-6-1965), sin que hayamos podido saber cuáles fueron los motivos de su tan larga estancia en América ni que actividades desarrolló en ese período.