Ingresa, huérfano de padre y madre, en el asilo de Ciudad Real. Aquí cursa el bachillerato y la normal. Estudios de Magisterio en la Escuela Superior de Madrid, pasa después a la Facultad de Pedagogía de Barcelona, obteniendo el primer lugar en las oposiciones del Patronato Escolar. Dirige el Grupo Escolar Amadeo Vives y la Escuela de Ensayo Cousinet. Es nombrado Inspector de Primera Enseñanza.
Tras la finalización de la guerra civil llega a México. Colabora en la fundación del Laboratorio Psicobiológico del Colegio Militar, profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Politécnico Nacional, en la Escuela Nacional Preparatoria, en el Instituto Ruiz de Alarcón y en la Academia Hispano-Mexicana. Colaborador de Las Españas y de otras revistas y periódicos, así como destacado conferenciante. Precisamente, acerca de esta faceta suya, cuenta Otaola la siguiente anécdota, extraída de su obra La librería de Arana:
“El amigo Isidoro Enríquez Calleja ha dado en el Ateneo su anunciada confe-rencia: “Azorín y el pueblo”. Ha leído unas páginas del Maestro o el maestro, y sobre la marcha, en caliente, ha ido haciendo su comentario. Más que una conferen-cia ha resultado, en verdad, una clase de literatura. Y la postura, el tono de su voz, la forma de dirigirse al público, la de un maestro que se dirige autoritariamente a sus alumnos. A veces producía la impresión que nos estaba regañando a todos porque no habíamos descubierto no sé qué clase de “superrealismo” en el triste y melancólico filósofo del paraguas rojo.
La elección de las páginas para la conferencia a mí me pareció acertada. Aunque, claro está, en Azorín, las páginas antológicas, por su abundancia, son fáciles de ser halladas sin poner a contribución el mínimo esfuerzo.
El profesor detuvo al genial pasmado de Castilla en el centro del reseco cogollo del pueblecito, de un pueblecito, y desde ahí nos lo fue explicando a su manera.
Contra esos inocentes lectores que acaban de releer a Azorín sin producirles frío ni calor puedo disparar esas páginas quintaesenciadas del libro Pueblo. Las que forman, por ejemplo, el capítulo Llave o Perro-1 y Perro-2.
Una hora ha durado su lectura con comentarios. Ha recibido su aplauso y ha bajado de la tribuna a recibir las felicitaciones de la concurrencia. Está, el maestro, emocionado, colorado por el esfuerzo. Un ligero sudor le empaña el rostro. Mira a sus amigos con deseos de saber su opinión”.
Enríquez Calleja formó parte principal de la tertulia de El Aquelarre, a la que también pertenecieron Francisco Pina, José Ramón Arana, Anselmo Carretero, Francisco Rivero Gil, Mariano Granados, José de la Colina y Otaola. Pío Caro Baroja, que durante los años que vivió en México también frecuentó dicha tertulia, cuenta en su obra El gachupín, que Isidoro Enríquez Calleja era un maestro exiliado que vivía de dar clases en colegios y algunas a domicilio a hijos de ricos antiguos residentes. Era hombre, prosigue Caro Baroja, de mediana estatura, con gafas, de mirada burlona y penetrante, afectuoso, prototipo del maestro bondadoso y al que en broma Otaola le decía que se parecía al que “tocaba el clarinete” en la banda de música de cualquier pue-blo manchego. Gracias a Calleja, Pío Caro Baroja encontró su primer empleo en México. Su libro más conocido fue Las Tres celdas de Sor Juana Inés de la Cruz (Col. Aquelarre, México, 1956), que fue prologado por el taranconero Luis Rius y supuso una valiosa contribución al conocimiento de la egregia poetisa mexicana.
También extraída de La librería de Arana, es esta definición que sobre Enríquez Calleja hace José de la Colina: “El profesor, natural de La Torre de Juan Abad, que es profesor de todos los jóvenes de México y hasta condigno profesor de monjitas, si algún día escribe sus memorias le puede poner un título maravilloso: “Vida en clero”, parodiando el libro Vida en claro, del poeta José Moreno Villa.