Eusebio Ortega Torres nace en Daimiel (Ciudad Real) en 1949, en un entorno humilde y agrario con tradición familiar religiosa. Desde muy joven pasa a formar parte, como monaguillo, a la estructura social de la Iglesia para ingresar nada más acabar su enseñanza primaria, con vocación precoz, en el Seminario Diocesano de Ciudad Real y marcando desde el primer momento de su ordenación su clara voluntad de ser misionero.
Concluidos sus estudios en el Seminario Diocesano de Ciudad Real prosigue un curso de Misiones en la Universidad de Comillas de Madrid y tras pasar unos meses en Francia para perfeccionar el idioma viaja hasta la República Democrática del Congo (antiguo Zaire), en 1977, donde realiza su labor en un entorno selvático.
Desarrolla su trabajo diario como ecónomo en la misión de destino, en la diócesis de Wamba, acompañado de religiosos italianos con quienes perfecciona el francés, aprende italiano, swahili y se integra en la cultura local. Pasados tres años y un breve descanso en España, vuelve como responsable de otra misión en Pawa en 1980 y al año siguiente es nombrado párroco de la misión de Bafwasende (11.000 habitantes), capital de una zona muy extensa, aislada y selvática en el interior del Congo donde habitan pequeños grupos de pigmeos y bantúes. Su trabajo allí era arduo: reconstrucción del templo parroquial, mejorar alguna escuela, proveer medicamentos, agrupar a la comunidad aislada y dispersa, casi en la soledad más absoluta y sin apenas medios físicos ni económicos.
La llegada de Damián, compañero que ya había conocido en Madrid, supuso un importante impulso y fortaleza para afrontar los peligros, las dificultades en la movilidad por ríos y caminos intransitables, con canoas, motos, bicicletas y en el aprendizaje de las lenguas nativas para el desarrollo de los objetivos de la misión. Además del trabajo pastoral y social, también hubo en la vida de Eusebio momentos de distensión e inmersión en los impresionantes paisajes, sonidos y actividades más lúdicas con la población local y con los compañeros de otras diócesis.
Sus compañeros de misión le definen como “un gran pobre” por su espíritu sencillo, austero, dialogante y acogedor cuyo único vicio era el de fumar con frecuencia. Su excesiva disponibilidad y cariño pudo influir en su muerte al no haber querido abandonar África a tiempo de salvar su enfermedad. Se despidió de la vida delirando en swahili.
En definitiva, el trabajo de Eusebio en el Congo supuso un compromiso humano y cultural que él sentía como “la opción de los pobres”, pilar fundamental del Concilio Vaticano II, y que vivió con modestia y discreción en un mundo marcado por la injusticia.
En el marco de los duros enfrentamientos entre los rebeldes de Kabila y el ejército de Mobutu, incluso con los saqueos de los desertores y con la inestabilidad general de finales de 1996, Eusebio aguantó hasta donde le permitieron sus fuerzas ya muy debilitadas. Desde la archidiócesis de Kisangani, bajo petición de la diócesis de Wamba, enviaron una avioneta para evacuarle. El 6 de enero de 1977, en el aeropuerto de Barajas (Madrid) una señora desconocida le dio un abrigo y le pagó un taxi con el que llegó a Daimiel. Su estado era tan lamentable, que su misma madre al llegar le preguntó quién era.
Venía a España para recuperarse de malarias recurrentes y otras afecciones tropicales, pero tras ser hospitalizado en Ciudad Real y después en Madrid su vida concluyó en diez días, el 17 de enero de ese mismo año, volviendo esta vez a “la casa del Padre celestial”. El sentimiento de pérdida se manifiesta profusamente en la misa del sepelio, en el reconocimiento del pueblo de Daimiel a su figura dando nombre a la calle donde vivió, en el establecimiento de un premio anual a la Solidaridad con su nombre para perpetuar su memoria y en el apoyo a la Cooperación Internacional al Desarrollo.
Referencias:
- Dominique L. Limu Aluba (coord.), Eusebio Ortega Torres. Misionero daimieleño, amigo de África, 9 de enero de 1949 – 17 de enero de 1997, Ciudad Real, SOLMAN, 2012.