Felisa Fernández García. Archivo familiar.

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Felisa Fernández García
Zújar (Granada).
1888 -
Puertollano.
1939.
Maestra, política y feminista.

Nacida en Zújar (Granada), pueblecito de la comarca de Baza, el 18 de mayo de 1888. Casada con el minero Ramón Sánchez Soria (también granadino, de Freila), llegó a Puertollano a principios del siglo pasado, en el marco del aluvión demográfico provocado por la explotación de las minas.

Impulsada por el desarrollo minero, que favorecería tanto su vocación docente como la personal, debió conocer que aquí tendría un buen caldo de cultivo para extender sus sueños de liberación de la clase trabajadora. Su propio domicilio, en la calle Olivo 13, fue testigo de la puesta en marcha de esa inquietud, al ejercer como maestra de los niños de los trabajadores, y desarrollar una labor de escolarización muy importante. Pero ese no sería el único lugar en donde manifestó sus ideas a favor de los que menos recursos tenían.

De hecho, no tardó mucho en emerger políticamente en un mitin socialista celebrado el 3 de noviembre de 1920. Organizado por el Sindicato Minero Metalúrgico de Puertollano, Felisa Fernández fue acogida con entusiasmo por los asistentes:

“Esta valiente luchadora de la Agrupación Femenina [Socialista] empieza lamentándose de la despreocupación que las mujeres tienen por la organización. Las exhorta a que, dejando a un lado el qué dirán callejero, acudan a las filas, si es verdad que ansían su emancipación y la de sus hijos. Pone como parangón y escarnio de esta injusta sociedad el caso de las mujeres de Riotinto. Ante tales atropellos no debéis tener indecisión, no podéis permanecer impasibles ante lo que tal vez sufran mañana vuestros hijos. Recordad que sois madres, y que no es buena madre la que no lucha por el bienestar social de sus hijos” ( “Importante mitin en Puertollano”, El Socialista, Madrid, 5-11-1920, p. 4).

Cuando unos días después se dio cobijo en Puertollano a una expedición de veintisiete hijos de los huelguistas de Riotinto, Felisa Fernández ya jugó un papel decisivo para llevar a cabo tal medida humanitaria. No en vano siempre defendió que la mujer constituía una pieza clave a la hora de inculcar una noble rebeldía en sus hijos.

Ni la dictadura de Primo de Rivera le hizo decaer en la firmeza de sus ideales, de forma que su relevancia en las filas socialistas no dejó de crecer. Así, en plena República, fue elegida como vocal de la Ejecutiva del partido, convertida en líder femenina indiscutible del movimiento obrero. Sus escritos eran referencia de primer orden y se significó en una idea que el franquismo no le perdonó: el anticlericalismo. En una columna publicada en la prensa local, se dirigió contra los “señores ensotanados (sic) que vierten toda su fobia contra el Socialismo”:

“Porque eso de decir que los pobrecitos obreros se encuentran redimidos porque los redimió Jesucristo… ¡Embusteros, fariseos! […] Despreciamos toda doctrina clerical por arcaica e hipócrita, y además porque como explotados nada tenemos que agradecerle a ese Dios que solo para vosotros dejó la vida de placeres y regalos; rendirle vosotros las plegarias en acción de gracias ya que sois los únicos redimidos. Nosotros los socialistas tenemos que pensar en la gran injusticia que sobre nosotros pesa” (“Para vosotros, hipócritas”, Emancipación, Puertollano, 31-3-1934, p. 2).

Para su mentalidad, la doctrina clerical era arcaica e hipócrita y los explotados no tenían que agradecerle nada a ese Dios, que solo favorecía a los privilegiados. Otra columna, publicada en vísperas del movimiento revolucionario de 1934, mostró su compromiso político sin tibieza:

“Hoy la palabra República tiene un valor ínfimo, comparado con las tiranías de antaño […] Ya es tiempo de que los socialistas españoles nos demos cuenta de que la situación no se resuelve ni con discursos aislados, ni democráticas manifestaciones. Eso son escaramuzas. Las escaramuzas no resuelven nada. Hay que dar la batalla. O romper el cerco o sucumbir. El dilema es este: ellos o nosotros (“Todavía es tiempo”, Emancipación, Puertollano, 10-9-1934, p. 1).

Sin duda, en la partida que se jugó durante la Segunda República, sus cartas se fueron marcando fatalmente. De hecho, fue una de las detenidas tras los sucesos de octubre de 1934, aunque el juez no pudo encontrar materia delictiva alguna y la puso en libertad.

Como puede suponerse, cuando llegó la guerra, Felisa Fernández no dio un paso atrás y su liderazgo lo demostró fundando en Puertollano el Socorro Rojo Internacional (SRI), junto con Teodoro Carrión, Ignacio Cañadas, Matilde López y Josefa Garzón.

En esas circunstancias, la derrota republicana supuso su detención inmediata (3 de abril de 1939) y el consiguiente juicio sumarísimo, una más de los 45 enjuiciados en la causa 852 de Puertollano. ¿De qué la podían acusar para temer el peor final? De bien poco; y nada, desde luego, relacionado con delitos de sangre. Sin embargo, en ese juicio, casi nadie tuvo escapatoria: cuarenta y dos personas fueron condenadas a muerte, ella entre ellos.

La falta de garantías a favor de los detenidos favoreció que se presentaran, como pruebas para condenarla a muerte, acusaciones circunstanciales con las que los derechos humanos de las víctimas quedaban desprotegidos. Así se incluyeron: el asalto y saqueo a un comercio de tejidos; requisar dos cobertores para el Socorro Rojo, o su propia declaración del 18 de abril de 1939 “Que ha trabajado con todas sus fuerzas a favor del SRI y de una manera voluntaria protegiendo a todo aquel que necesitaba auxilios, principalmente a los refugiados que no tenían dinero” (AGHD, sumario 852, legajo 2428. Esta y todas las demás citas del juicio).

Por otra parte, un guardia municipal la implicó en el registro de “seis u ocho mujeres religiosas” llegadas de Pozoblanco, el 24 de julio de 1936. Según el denunciante, les arrebataron el dinero y los objetos de valor y las desnudaron completamente. Supuestamente, el agente volvió la cabeza para no verlas, pero aseguró que Felisa Fernández dijo: “¿Es que te asustas de ver una mujer en cueros? Estas mujeres son de carne y hueso como nosotras. Ahora que se vayan preparando y recen lo que quieran porque les queda poco tiempo de vida”. En el mismo folio se reconoce que “Milagrosamente se pudieron salvar estas mujeres de las iras de las hordas enfurecidas, siendo después conducidas a Madrid por milicianos, sin que se sepa la suerte que pudieron correr”. En el sumario no consta que se presentara ninguna evidencia que demostrara nada; pero la denuncia fue suficiente para asegurar el castigo.

La lista no terminó ahí. Junto a otras personas, se la acusó de requisar dos alhajas de oro en la estación férrea, así como de recoger un conjunto de objetos de ropas y objetos sagrados, todos de valor, para guardarlo en la casa ocupada por el Socorro Rojo, “en la que por cierto se ha encontrado después de la Victoria el manto mejor que tenía nuestra patrona, la Virgen de Gracia, sin flecos y bastante ajado”. Tampoco existió una sola prueba para demostrar con certeza que fuera Felisa Fernández la que lo hizo.

Bastó que cada denunciante se ratificara en su delación -que solía completarse con la fórmula “sin que tenga nada más que añadir, puesto que los hechos consignados en ella los sabe por rumor público”-, para que se quitara la vida a una mujer, utilizando las balas, en ese simulacro de justicia que eran los sumarísimos franquistas. Había que fusilar y se fusilaba. Las condenas de muerte se pronunciaban sistemáticamente, aunque la palabra más gruesa que se dijo de Felisa en cuanto a delitos de sangre fuera la de inductora; eso bastó para afirmar en el auto de procesamiento que “moralmente es autora de todos los asesinatos y desafueros cometidos por las milicias locales”.

El Consejo de Guerra de los 45 encausados se resolvió con toda celeridad el 29 de abril de 1939, sin que en todo el expediente conste intervención alguna de ningún abogado defensor o de que se diera la palabra a los reos para defenderse. ¿Hechos probados descritos? Que hizo propaganda revolucionaria, que es autora moral de los asesinatos, que hizo objeto de malos tratos a unas religiosas, que se distinguió en el asalto a la casa de los hermanos Cabañero y que intervino en otros desmanes y es extremadamente peligrosa. Su condena a muerte demuestra la frialdad de las autoridades franquistas con respecto a la pérdida de vidas humanas.

Felisa Fernández cayó delante de un pelotón de ejecución en una madrugada de julio. Sus verdugos ni siquiera le reconocieron que tuviera una hija adoptiva, pues para ellos murió sin sucesión. Una muestra más de crueldad innecesaria.

Fuentes y Bibliografía:

  • Archivo General e Histórico de Defensa (AGHD), Madrid.
  • Archivo de la Fundación Pablo Iglesias, http://archivo.fpabloiglesias.es/.
  • Periódico Emancipación (1934). Puertollano.
  • Julián López García y Luis Francisco Pizarro Ruiz, Cien años para la libertad: historia y memoria del socialismo en Puertollano (1910-2010), Puertollano, Agrupación Local del Partido Socialista Obrero Español, 2011.

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