Fermín Sánchez Artesero nació en Alcaraz (Albacete) el 27 de noviembre de 1784. Estudió las primeras letras, además de latín y humanidades, en su ciudad natal, y de allí pasó a Toledo. donde cursó filosofía y jurisprudencia.
Ingresó en la orden de los capuchinos en Alcalá de Henares, en 1803, y fue ordenado sacerdote en Montilla (Córdoba), en 1809. En esos años destacaba ya por su oratoria, y ocupó diversos cargos dentro de su orden. En 1832 era secretario de la procuración de la Curia romana en Madrid y teólogo de cámara del infante don Sebastián. Al año siguiente, 1833, el general de su Orden le envía a Roma, para asistir al capítulo general de la misma, si bien algunos rumores le implicaban en las intrigas de sor Patrocinio y achacan ese viaje a un deseo de retirarle de la Corte, por su apoyo a la «monja de las llagas».
El papa Gregorio XVI le envía a Mesopotamia, con el objetivo de fundar allá iglesias y misiones. Fray Fermín contribuirá a la formulación de núcleos católicos en Orfa —la Hur, de los caldeos—, Mardin y Dealberkir.
Posteriormente es enviado a América, donde funda misiones en Ecuador, Guatemala, Chile, Perú y otros países. Como recompensa a esos trabajos, la Santa Sede le nombra vicario apostólico de Gibraltar. En 1849, y haciendo uso de la prerrogativa de presentación, la reina Isabel II le propone al Vaticano como futuro obispo de Cuenca, a lo que el papa Pío IX accederá posteriormente. El nuevo prelado hizo su entrada solemne en su nueva diócesis el 15 de agosto de ese mismo año. Una de sus primeras disposiciones en Cuenca fue la de consagrar la catedral como basílica mayor; declara basílicas menores diversas parroquias de su diócesis, y reorganiza ésta, adecuando los arciprestazgos a los juzgados de primera instancia existentes. Intentó numerosas reformas en sus diócesis «pero no teniendo fondos para sostenerlas, las vio languidecer y caducar». Implantó una cátedra de cánones en el seminario conquense, así como un laboratorio de física y química, muy completo; mejoró las retribuciones de los profesores y reformó la disciplina del centro; no obstante, algunas de estos cambios no fueron bien recibidos por los seminaristas y provocaron sonoras réplicas y disturbios. Otras reformas que planteó en las parroquias encontraron también fuerte resistencia en curas y vicarios, por lo que el obispo hubo de desistir, y dejar las cosas en su estado anterior.
Entre sus cualidades personales destacaba su «entonación y timbre para predicar… su complexión robusta y su agradable fisonomía, adornada por una blanca y poblada barba”.
Le preocupaba grandemente el estado material de las iglesias y ermitas de su diócesis y procuraba conseguir fondos para su restauración.
Murió el 4 de diciembre de 1855, tras haber sufrido poco antes un ataque de apoplejía que le había dejado paralítico. Sus restos descansan en el altar de la Reliquia de la Catedral de Cuenca.
Imagen: Óleo de Vicente López que se conserva en la parroquia de la Trinidad, de Alcaraz