Fernando Calatayud pertenece a una familia de hondo arraigo en la vida docente de Ciudad Real. Su padre, Fernando Calatayud García, fue profesor del instituto Maestro Juan de Ávila, así como director de la Escuela de Magisterio y de la de Artes y Oficios, y obtuvo en reconocimiento a toda su carrera el nombramiento de Comendador de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (Diario Lanza de 25 de septiembre de 1961).
Fernando Calatayud hijo cursa estudios de bachillerato en el instituto de Ciudad Real, en el que ingresa el 18 de septiembre de 1939, según consta en el extracto de su expediente académico que se custodia en el archivo del centro.
En julio de 1949 ya ha obtenido el título de Maestro de Primera Enseñanza (BOP núm. 91, año 1949), pero su formación y su carrera profesional se orientan después hacia el Derecho. Su primer destino tras aprobar las oposiciones de secretario de la administración de justicia es Moguer, donde al parecer ocupa su tiempo libre ordenando los papeles del archivo de Juan Ramón Jiménez. En Moguer se encuentra en 1958, cuando es promovido a secretario de la cuarta categoría, y tras un breve paréntesis en Callosa de Ensarriá (provincia de Alicante), regresa a Andalucía, concretamente a Sanlúcar de Barrameda, en 1960, año en que contrae matrimonio con María Lourdes López Acedo, profesional de la medicina, con la que tuvo un hijo y una hija. Su último destino andaluz fue la ciudad de Cádiz.
En 1978 se encuentra ya en Madrid, en el juzgado de instrucción número 10, y en 1987 se produce su último ascenso, que le supone el traslado a la sala segunda del Tribunal Supremo. Muere a los 63 años de edad, el 3 de diciembre de 1990 (el diario Lanza publica su esquela el día 5).
Obra literaria y crítica:
Fernando Calatayud es un hombre de letras en toda la extensión del término: en lo profesional, como letrado; en lo vocacional, como literato. Su actividad pública en este último ámbito se extiende desde los últimos años cuarenta hasta mediados de los cincuenta, y aunque es citado a menudo como un actor fundamental de la vida literaria ciudadrealeña, lo cierto es que es un autor poco editado (hay que señalar que por voluntad propia) y cuya obra, salvo la excepción de su novela El pozo, es preciso rebuscar en publicaciones periódicas y en librerías de viejo, cuando no permanece inédita. De ello se lamenta Ángel Crespo en su artículo “Notas, después del diluvio, para el nuevo viaje de Deucalión” (en Deucalión. Madrid, junio de 1986): “Es una pena que este poeta no haya seguido publicando los versos que sin duda ha seguido escribiendo, y uno no desespera de la nueva y muy deseada revelación de quien tan importante papel jugó en el despertar cultural de La Mancha de los años 50.”
Entre abril de 1947 y mayo del año siguiente, Fernando Calatayud dirige junto a Ángel Crespo la sección semanal del diario Lanza titulada “Pensando en Joven”, dedicada fundamentalmente a la literatura y en particular a la poesía, y que salía los jueves.
El nombre de la sección fue idea del propio Fernando Calatayud, según atestigua Ángel Crespo en sus “Notas, después del diluvio…”, mencionadas arriba. Por ella desfilaron escritores y artistas tan significativos como Juan Alcaide, Joaquín García Donaire, Carlos Edmundo de Ory, Manuel López Villaseñor, José Corredor Matheos, Francisco Nieva, Francisco García Pavón, Sagrario Torres y un largo etcétera.
La sección dejó de estar dirigida por Ángel Crespo y Fernando Calatayud a raíz de una polémica entre este último y el director de Lanza, quien había escrito un artículo poco favorable a una exposición titulada “16 artistas de hoy”, organizada en Madrid por Ángel Crespo y Carlos E. de Ory en mayo de 1948. “Pensando en joven” continuó existiendo como sección desde el 27 de mayo de ese año, pero dentro de una página cultural llamada “Letras, música y arte”, que también se publicaba los jueves. En los mismos años de “Pensando en Joven” colabora como poeta, pero sobre todo como crítico, en la revista Albores de Espíritu, publicada en Tomelloso.
En agosto de 1948 y dentro del contexto de las fiestas del Prado, participa en el suplemento a la revista radiofónica Alarcos, emitido con motivo de una exposición de su amigo Joaquín García Donaire (diario Lanza del día 12), y lo hace con un texto que titula “Una exposición joven”, con el que quizá alude a la polémica que lo había apeado de la dirección de “Pensando en joven”.
En 1950 ve la luz su primer libro de versos, Canto a Guiomar (Ciudad Real: Instituto de Estudios Manchegos, 1950 [Cuadernos de poesía, núm. 2]), prologado por Enrique García Pérez, y en el cual es patente, más allá de la reminiscencia machadiana del título, el influjo de Juan Ramón Jiménez.
Participa asimismo en la Corona poética a Juan Alcaide (Ciudad Real, Diputación, 1952), donde se recogen los versos que se leyeron ante la tumba del poeta valdepeñero en el homenaje que se le rindió con motivo del primer aniversario de su muerte.
El nombre de Fernando Calatayud también está presente en la fundación de la revista trimestral Deucalión (marzo de 1951 – septiembre de 1953), que dirigió Ángel Crespo. Este, en las ya citadas “Notas, después del diluvio, para el nuevo viaje de Deucalión”, atribuye a una decisión conjunta el bautizo de la nueva publicación, y a la colaboración de ambos, las palabras de presentación que aparecen en el primer número de la revista. En ella publica Calatayud varios artículos de crítica artística y literaria, y algunos poemas.
Concurrió con su novela Historia de un reincidente a la undécima edición del Premio Nadal (el de 1954, que se falló el 6 de enero de 1955). La obra fue pasando las sucesivas votaciones, y solo en la sexta y última resultó eliminada “en virtud de desempate” (La Vanguardia Española, 7 de enero de 1955). Hasta aquí la versión oficial. La realidad, al parecer, fue otra: en la obra se hablaba de la dura represión policial del momento, la censura condicionó la proclamación como novela finalista a que se eliminaran esas alusiones, Fernando Calatayud se negó e Historia de un reincidente quedó postergada e inédita. La frustración que le supuso este incidente fue la que determinó que se negara a publicar en lo sucesivo, y en esa postura permaneció firme hasta su muerte, aunque nunca dejó de escribir.
Solo póstumamente han podido darse a la imprenta dos de sus obras. La primera, Cancionero (una autoedición que incluye dibujos del propio Calatayud y que es casi imposible de conseguir), recoge su obra poética, muy ligada a sus vivencias y en gran medida influida por la lírica japonesa y la estética del haikú. La otra, El pozo (novela escrita entre 1954 y 1955), ha sido publicada por la Diputación de Ciudad Real, con prólogo de Gianna Prodan, en la Biblioteca de Autores Manchegos (colección “Ojo de pez”, nº 32, 1995).
Tenemos noticia de que también cultivó el cuento, género al que pertenece la colección de relatos Los perversos, escrita durante su estancia en Cádiz y que permanece inédita, como sucede con una buena parte de la producción de este ilustre ciudadrealeño, tan decisivo en nuestra cultura reciente como desconocido.