El 28 de septiembre de 1864 se fundaba en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fruto del acuerdo entre sindicatos franceses, ingleses y una serie de exiliados de otros Estados como el alemán Carlos Marx. Se unía a la sucesión de congresos cuyos ideales guiarán el devenir del creciente movimiento obrero que, con distintas trayectorias, perseguirán un único fin: la colectivización de los medios de producción y la desaparición de las diferencias entre ricos y pobres.
En España con la derrota del ejército gubernamental de Isabel II en Alcolea en septiembre de 1868, la monarquía borbónica sería superada por una nueva Constitución que reconocía los derechos de asociación, reunión y expresión de los ciudadanos. Coincidía con la celebración del IV Congreso en Basilea donde intervenía por primera vez Mihail Bakunin. El pensador ruso consideraba que el objetivo prioritario de la lucha obrera debía ser la transformación total de la sociedad con la igualdad económica y la abolición del Estado; medidas radicales que no tardaron en convertirse en blanco de abiertas y personales confrontaciones con Marx, Engels, etc., porque el teórico ruso parecía más preocupado por la agitación revolucionaria que por alternativas concretas de conciliación política.
En 1872, durante el V Congreso, Bakunin fue expulsado. Desde entonces socialistas y anarquistas lucharan por un espacio común, con medios e interpretaciones divergentes de la realidad social y de la lucha contra el capitalismo. El campesinado veía perder su estabilidad secular ante unos propietarios interesados en obtener el máximo rendimiento de sus cosechas en un mercado cada vez más amplio y con mayor competencia. Los bakuninistas no creían que la revolución fuese patrimonio de una sola clase, sino que creían en la liberación de la Humanidad entera, sin distinciones, culpando de todos los males a la autoridad política; mientras que para Marx y Engels era el proletariado nacido de la industrialización el eje del progreso considerando que a través de sus organizaciones políticas pugnaría por arrebatar el poder a la burguesía.
En muchas ocasiones la vinculación a uno u otro movimiento dependía más que de las ideas, de las circunstancias políticas, sociales, personales, etc.
En noviembre de 1868 llegaba a Barcelona el diputado italiano Guiseppe Fanelli, amigo personal de Bakunin. Era un hombre de gran envergadura que causaría gran impresión en los círculos con los que estrecharía contactos. Tras un periplo por varias ciudades marchó a Madrid donde logró relacionarse con algunos afiliados del centro cultural obrero “Fomento de las Artes”, entre los que se encontraban los tipógrafos Tomás González Morago, Anselmo Lorenzo y Francisco Mora que, poco tiempo después, serán las máximas figuras del anarquismo español. A esta reunión asistiría también el inquieto periodista Francisco Córdova.
Francisco Córdova López nació el 31 de octubre de 1838 en Daimiel (Ciudad Real). Cuando estudiaba en el seminario de Toledo, la lectura de las obras de Rousseau le indujo a renunciar a la carrera eclesiástica para trasladarse a Madrid donde terminó los estudios de Derecho. No transcurrió mucho tiempo antes de abandonar el ejercicio de la abogacía para tomar el camino del periodismo, participando en varias publicaciones de vida efímera como La Salud Pública, La Revolución, La Democracia Republicana, el Boletín Revolucionario, El Huracán y El Tribunal del Pueblo, aunque fue en la redacción del periódico izquierdista El Combate donde mayor celebridad alcanzó al reunirse con los representantes más radicalizados del periodo revolucionario, quienes solían acudir a la redacción visiblemente armados con revólveres para defenderse de las amenazas de grupos opositores como la violenta “partida de la porra”. Se trataba de un periódico doctrinal que durante su corta existencia recibió multitud de denuncias suspendiéndose su publicación el día de Navidad de 1870 para reaparecer en 1872 rebajando el tono crítico antimonárquico, anticlerical y revolucionario.
Francisco Córdova tenía 30 años cuando triunfó la revolución de septiembre de 1868 conocida como “La Gloriosa”, y comenzó el Sexenio Revolucionario con el destronamiento de la reina Isabel II iniciando un régimen liberal que promulgó la Constitución de 1869 representando la victoria del modelo democrático de hacer política. Fue un periodo convulso y complejo donde se entronizó a un nuevo rey en la figura de Amadeo I de Saboya (1870-1873), para seguidamente dar un giro radical y proclamar la I República española (febrero de 1873-enero de 1874), finalizando con el Gobierno del general Serrano.
Córdova se adscribió al alzamiento federalista de 1869. Fue seguidor de Proudhon y defensor de las ideas socialistas de Francisco Pi y Margall hasta pronunciarse abiertamente a favor de la República. No obstante, sus inquietudes intelectuales y los postulados de la nueva revolución social que se palpaba en el ambiente le llevarán a participar en la reunión que Fanelli celebró junto a un grupo de obreros madrileños que constituían el germen de la sección madrileña de la Internacional (AIT).
Después Fanelli volvería a Barcelona y crearía algunas organizaciones obreras. Se suele especular con los resultados de estas visitas para explicar la vinculación del movimiento obrero español con el anarquismo que precisamente se logra a través del daimieleño ya que Fanelli lo pondrá en contacto directo con el mismísimo pensador ruso para fomentar la adhesión de miembros españoles a su organización Alianza de la Democracia Socialista.
Tras los fracasos revolucionarios de 1869, y continuando la línea manifestada por Fanelli que separaba republicanismo de obrerismo, Francisco Córdova optará por el alejamiento tanto del comunismo como del anarquismo; además descalificará globalmente la actividad política convenciéndose de la alternativa republicana como medio de defensa de las clases humildes.
Una de sus composiciones más completas se presenta con el extenso título de Cartas políticas dirigidas a los electores del distrito de Alcázar de san Juan, prohibiéndolas por el Ministerio Narváez y publicadas después en el periódico La Democracia. Constituye un corpus documental de siete cartas escritas hacia 1864, donde repasa los principios fundamentales del Derecho y la Democracia sin renunciar a las acciones revolucionarias como fuente de renovación social para alcanzar la liberación del proletariado.
Es un demócrata convencido que defiende a ultranza los derechos del hombre. Considera que el ser humano es bueno por naturaleza y que nace con unos derechos que le son inalienables: derecho a trabajar, a vivir, a la propiedad, pero también le reconoce el derecho a elegir, a asociarse…, por eso con sus artículos busca liberar al individuo de la esclavitud de la tierra y de la servidumbre. Se presenta como enemigo acérrimo del sistema de turno político y de las ambiciones de los partidos Progresista y Moderado, resaltando la alternativa representada por el partido Demócrata. Creía en la lucha de clases y en la opresión de los estratos más bajos, esto es, del proletariado. Consideraba que el analfabetismo, la escasez o el infortunio empeoraban con la separación entre las clases sociales, y mientras estas distancias no se mitigasen ni se produjese el acercamiento interclasista, el orden social corría el riesgo de romperse.
La miseria presente históricamente en esta latitudes se sostenía estoicamente por el predominio del sector agrario, pero la evolución hacia una sociedad preindustrial y los conflictos políticos y sobre todo económicos que le son accesorios, siempre se manifestaban en contra de los que menos poseen: impuestos de consumos, precio del pan, sistema de reclutamiento…, generando una situación de malestar, disturbios, quema de cosechas, agresiones, etc., que el sistema imperante únicamente era capaz de atender empleando la violencia.
El contexto de crisis continuada, las protestas populares confirmaban una realidad mutable sobre la que irá brotando -influenciado por contactos exteriores- la semilla del movimiento obrero, aunque en Daimiel permanecerá dominado por la indecisión. Cerca de allí, en Manzanares, hacia 1872 existía una sociedad obrera no formalizada como federación local de la AIT, constituida por internacionalistas que pasarán por ser uno de los más activos grupos de propagandistas provinciales con los que se mantienen buenas relaciones.
Con los artículos en El Combate, Francisco Córdova va rebajando la intensidad de sus crónicas, para terminar sus días en tierras gallegas, falleciendo en la ciudad pontevedresa de Ponteareas en 1873.