Su nacimiento aconteció en Madrid, donde su madre, Paulina Ledesma y Gil Palacio, se desplazó desde Toledo para ser atendida en casa de su familia paterna durante el parto de quien había de ser el primero, y único varón, de sus tres hijos. Ni los Ledesma ni los Navarro eran oriundos de Toledo o su provincia. Los primeros procedían de Navarrete, en La Rioja, mientras que la familia Navarro tenía orígenes zamoranos. El único pariente de origen toledano era Mariana de Vargas, la abuela paterna del escritor. Estaba casada con Francisco Navarro, originario de Cerecinos, un pequeño pueblo de Zamora, comerciante establecido en Toledo tras adquirir propiedades agrícolas, sobre todo olivares en el pueblo de Argés, y urbanas en la ciudad, aprovechando la desamortización de bienes eclesiásticos.
Por otra parte, del enlace de Nicolás Ledesma Sáenz del Canto, hermano del abuelo materno de nuestro catedrático y periodista, Manuel Ledesma, ambos comerciantes y banqueros residentes en Madrid, pero beneficiarios, como los Navarro, de los procesos de desamortización toledanos, con Francisca Navajas nacería en Navarrete Gabriel Ledesma Navajas, que acabó establecido en Toledo como abogado y comerciante. Gabriel casaría con la única hija de Francisco y Mariana, Felisa, quien daría a luz a los muchos primos toledanos del periodista. Su hermano Mariano Navarro Vargas, juez municipal, casó a su vez con Paulina Ledesma. Quedaban así diferenciadas dos ramas de la familia Ledesma: la madrileña, formada por descendientes de Manuel Ledesma Sáenz del Canto, y la toledana, emparentada con los Navarro.
Pero los Navarro y los Ledesma echaron raíces más hondas en Toledo. Una vez afincados en la ciudad, muy pronto se hicieron hueco en los órganos institucionales de la administración municipal y provincial para consolidar influencias políticas que favorecieran sus negocios, como otros miembros de la mesocracia dominante en la ciudad. Tanto los unos como los otros siguieron esa tendencia familiar a lo largo de varias generaciones, desde Francisco Navarro y su hijo Francisco Navarro Vargas, que llegó a ser elegido senador, a Gabriel Ledesma Navajas y sus hijos Félix y Gabriel Ledesma Navarro, así como sus descendientes.
Por lo que respecta a Francisco Navarro Ledesma, sus intereses personales y profesionales, así como las circunstancias familiares, le irían alejando de Toledo progresivamente. El inicio de su formación tuvo lugar ya a caballo entre Madrid, donde realizó los estudios primarios, y Toledo, en cuyo Instituto Provincial obtuvo el título de bachiller en 1884, a los 14 años, y de donde retornó a la capital a fin de cursar, seguramente por decisión paterna, un año preparatorio para acceder a la Facultad de Derecho de la Universidad Central.
Atraído, sin embargo, por los estudios literarios más que por los jurídicos, al año siguiente se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, que iba a simultanear con la carrera de Derecho. A fines de 1888, obtuvo el grado de licenciado en la primera, cursada de modo brillante. Fue también ese año cuando entabló amistad con Ángel Ganivet, cuatro años mayor que él, llegado desde Granada a Madrid para hacer el doctorado en Letras, de quien iba a convertirse en el más estrecho confidente. Pocos meses después, en enero de 1889, trabaría un primer contacto a su vez con Benito Pérez Galdós, permanente corresponsal de sus confidencias, y en junio de ese mismo año, aún con 19 años, obtuvo el grado de doctor, con calificación de sobresaliente, tras defender una tesis sobre “Mariano José de Larra (Fígaro). Reflexiones acerca de sus precedentes, su vida y sus obras”.
En cuanto a la carrera de Derecho, cursada por libre, sin ningún entusiasmo y con resultados mediocres, acabó por abandonarla tras aprobar en septiembre de 1891 alguna asignatura suelta de las pocas que le quedaban. Para entonces había conseguido ya publicar algún artículo en los periódicos madrileño El Globo y El Imparcial y dado inicio a su vida profesional. Siguiendo un camino similar al de su amigo Ganivet, al poco de doctorarse en Letras ganó unas oposiciones a archivero y en agosto de 1890 fue destinado al Archivo Central de Alcalá de Henares, donde apenas ejerció. Pronto pidió y obtuvo traslado a Toledo. Allí volvió, destinado a un Archivo Histórico de fugaz existencia en junio de 1891. Un año después, previendo la supresión del Archivo, solicitó traslado al Museo Arqueológico, donde permaneció como director hasta 1895. Al tiempo, se interesaba por tomar parte en oposiciones a cátedras de Institutos de Segunda Enseñanza o de Universidad de otras ciudades. En ninguna de ellas tuvo el éxito apetecido, por lo que hubo de buscar acomodo en Toledo pese a sentirse ajeno al ambiente que le rodeaba e incomprendido por su desapego al compadreo social, su actitud crítica y sus hábitos intelectuales.
Al poco de saber aceptado su traslado al Museo Arqueológico, se animó a lanzar, en colaboración con Manuel Rubio Borrás, archivero de Hacienda, el semanario El Heraldo Toledano, cuyo primer número salió de imprenta el 1 de diciembre de 1892 con una tirada de trescientos ejemplares. Las circunstancias locales iban a empujarle, antes de pasados tres meses, a liquidar ese primer proyecto periodístico iniciado con ilusión y ya bien encarrilado. Su actividad cotidiana quedó circunscrita así, con sumo desagrado, al trabajo de archivero y, para completar el exiguo salario que recibía, a las clases de múltiples materias de enseñanza secundaria en un colegio privado y como profesor auxiliar en el Instituto provincial, tareas que le forzaban a alejarse de cualquier otra de interés personal.
Las serias limitaciones de la vida provinciana y el aislamiento en que vivía, circunstancias a las que se añadieron graves dificultades familiares, le decidieron a instalarse definitivamente en Madrid, en principio bien gracias a un nuevo traslado como archivero, que consiguió por permuta al ministerio de Hacienda, bien por abrirse camino en la prensa, objetivo en cuya consecución centró sus esfuerzos.
A fines de 1895, residiendo aún en Toledo, contribuyó a poner en marcha, con fulminante éxito, el semanario satírico Gedeón. En este periódico madrileño participó toda su vida con comentarios y poemas burlescos de contenido político, además de encargarse de la crítica literaria con un atrevido descaro que habría de provocar la airada respuesta de Clarín -a quien abofeteó en 1897 como reacción a sus ataques- o la indignación de Valle-Inclán en 1903. El prestigio adquirido por su protagonismo en Gedeón facilitó, por otra parte, que pronto pudiera satisfacer la pretensión de trabajar para periódicos de difusión nacional. En 1896 fue contratado como redactor por el diario El Globo para hacerse cargo de comentarios políticos, literarios y sociales con el estilo jocoserio de lo que hacía en Gedeón y de la crítica artística y teatral, si bien la libertad de que disponía le permitió tratar con mayor seriedad temas de actualidad. Al tiempo, necesitado de ganar dinero, además de publicar artículos en otras varias cabeceras, se ocupó de la sección bibliográfica y de la actualidad teatral en las revistas Apuntes y La Revista Moderna, donde también hizo seguimiento, con gran repercusión, de la guerra en Cuba y Filipinas.
Anheloso, sin embargo, de abordar proyectos más personales, sin conexión con la actualidad inmediata a la que le ligaba la prensa, en 1898 ganó con brillantez la oposición a la cátedra de Retórica y Poética en el Instituto San Isidro de la capital y abandonó la mal pagada tarea de archivero, aunque siguió dentro del consejo de redacción de la revista profesional del Cuerpo. Hasta entonces no había intentado publicar en libro nada de lo escrito, fuera cuanto correspondía a la intimidad de su prolongada correspondencia con Ganivet, fueran los poemas y cuentos escritos en Toledo o sus artículos de prensa. Su labor docente daría, por el contrario, origen a los primeros títulos de su obra. Entre 1898 y 1902 dio a la imprenta siete volúmenes, destinados a sus alumnos, de gramática, preceptiva e historia literaria y una magnífica antología de textos, que fue enriqueciendo en sucesivas ediciones al hilo de sus múltiples lecturas. De manera simultánea, continuó con el trabajo periodístico e incluso lo amplió en las páginas de El Imparcial, donde comenzó a publicar artículos y buen número de cuentos, y en las de otros periódicos.
Su salud se resintió gravemente por el enorme esfuerzo de compaginar todo ello y en 1899, agotado, hubo de interrumpir toda actividad durante varios meses, pero una vez recuperado, después de que su relato “Raza de héroes” fuera premiado en Blanco y Negro en 1901, entró como redactor de la revista. Un año después fue nombrado jefe de redacción. Allí siguió publicando cuentos, poemas, crónicas de actualidad y crítica de arte y literatura y en 1903 fue incorporado a la redacción de ABC cuando el periódico apareció como semanario. En él, convertido en diario a partir de junio de 1905, escribiría un artículo de fondo cada día.
A tales alturas, estaba dando comienzo a su producción más personal. A principios de ese 1905 hizo con su cuñado José Cubas una traducción del Otelo de Shakespeare, representada con éxito el 18 de febrero en el teatro de la Princesa, y a mediados de año, publicaba El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, biografía que fue su última obra. El 21 de septiembre fallecía de modo repentino, con 36 años recién cumplidos. En ciernes dejaba proyectos como un curso de literatura de la Edad Media, una historia de la literatura femenina española y una biografía de Lope de Vega. De su obra narrativa, solo una pequeña selección se editó después de su muerte, pero nunca sus poemas.
Su fallecimiento, reconocido ya como maestro de las jóvenes generaciones intelectuales del país, dio lugar en Madrid a una enorme manifestación de duelo durante la que se le rindieron honores reservados al alcalde. En Toledo, a su vez, ciudad donde sus gestiones habían contribuido decisivamente a que se pusiera en funcionamiento la Escuela de Artes Industriales, con cuyas gentes siempre mantuvo el contacto y por cuyo distrito electoral había pretendido sin éxito ser presentado candidato a diputado algunos meses antes de fallecer, el Ayuntamiento decidió dar su nombre a una de las calles céntricas, pero los repetidos intentos ciudadanos de rendirle homenaje público se frustraron por falta de apoyos institucionales a cualquier enaltecimiento de quien había de ser considerado, según Félix Urabayen, “el fruto más sazonado que ha producido Toledo”.
Bibliografía:
- AGUDIEZ, Juan Ventura, “Ángel Ganivet y su correspondencia inédita con Francisco Navarro Ledesma”. En Nueva Revista de Filología Hispánica, vol. XXI, nº 2. Ciudad de México (México), julio de 1972. Págs. 338-362.
- CALVO, Mariano, “El ingenioso hidalgo Francisco Navarro Ledesma”. En Cuatro calles, nº 1. Toledo, 2017. Págs. 33-44.
- CERRO MALAGÓN, Rafael del, “Cervantes y Toledo: la aportación del periodista Francisco Navarro Ledesma”. En ABC. Toledo, 15-29 de noviembre de 2016.
- MARTÍN RODRÍGUEZ, Mariano, “Introducción” a NAVARRO LEDESMA, Francisco: Los nidos de antaño. Ficciones. Toledo: Ledoria, 2020. Págs. 9-101.
- PÉREZ GALDÓS, Benito, “Navarro Ledesma”. En Los lunes de El Imparcial. Madrid, 4 de junio de 1906.
- ZULUETA CEBRIÁN, Carmen de, “Navarro Ledesma y Galdós. (Notas para una biografía galdosiana)”. En Revista hispánica moderna, año 33. Nº 1/2. University of Pennsylvania Press, 1967. Págs. 55-65.
- ZULUETA CEBRIÁN, Carmen de, Navarro Ledesma, el hombre y su tiempo. Madrid: Alfaguara, 1968.