Gabriel, nacido en Toledo capital en 1840, era hijo de Juan Bueno García, uno de los primeros libreros instalados en la ciudad, y de Josefa García Sáenz de Langarica. Venía interviniendo en asuntos públicos desde que, en febrero de 1859, contribuyera al igual que su progenitor, años antes vocal de la junta de gobierno provincial instituida tras la revolución que dio paso al bienio progresista, a la colecta de fondos en favor de las huérfanas del diputado demócrata Tomás Bru asesinado en Sagunto.
Meses después, en agosto, lanzaba uno de los primeros periódicos editados en la Región, La Ribera del Tajo, junto a Julián Castellanos y otros amigos. Lo presentaban como “Álbum de ciencias y literatura”, pero su propósito, expuesto en el primer número, era “contribuir eficazmente a la obra regeneradora de la humanidad” y sacar Toledo del sueño en que se encontraba dormido. Con tal objeto publicaban, además de composiciones poéticas suyas o de otros, artículos de costumbres o fantasías literarias que pretendían estudiar “el cáncer que mina Toledo”. El semanario apoyaría también la aventura bélica africana emprendida por Leopoldo O’Donnell, a la vez que él, Castellanos y Francisco Velázquez Lorente, escribían España y África, obra teatral en un acto y en verso representada con éxito a fines de noviembre para recaudar fondos en ayuda de los combatientes.
El semanario hubo de echar el cierre cuatro meses después de su aparición acaso porque la crítica social contenida en sus páginas molestaba a quienes manejaban los hilos de la provincia. Así lo deja pensar la multa que el gobernador civil impuso a sus principales redactores: Julián Castellanos, Francisco Velázquez y el propio Gabriel Bueno. Éste prosiguió la actividad periodística como corresponsal del diario progresista-democrático El Pueblo, editado en Madrid. Los comentarios críticos o jocosos en él publicados volverían a causarle problemas. En agosto de 1861 fue condenado por ironizar acerca del dirigente neocatólico Manuel María Herreros y de las sentencias absolutorias dictadas para algunos de los culpables del secuestro del industrial toledano Ildefonso Hernández-Delgado, cuñado de Herreros. Pese a ello, siguió publicando versos, además de crónicas taurinas, en El Tajo, periódico editado por Antonio Martín Gamero entre 1866 y 1867 en Toledo.
Su aportación al periodismo consistió sobre todo en poemas que trataban todo tipo de temas con intención a veces lírica y otras, satírica, humorística o puramente anecdótica. Se servirá del verso incluso para celebrar la inauguración de la plaza de toros en 1866. También editó poemas en publicaciones madrileñas como la revista literaria y de espectáculos La Violeta, en la que igualmente colaboró Castellanos. Conjuntamente con este publicó asimismo un tomo de “poesías serias y jocosas” en 1865 con el título de Flores y espinas.
Interesado, por otra parte, en la vida societaria, se incorporó al grupo de liberales y demócratas que puso en pie, entre 1861 y 1863, la primera sociedad de socorros mutuos en la ciudad, “La protectora”. Unos años después, en 1866, participaba en el acto fundacional del Centro de Artistas e Industriales de Toledo leyendo un romance en el que celebraba el acontecimiento y rendía homenaje a los “nobles hijos del trabajo” que se habían asociado para, “sin amparo de nadie”, dar origen a la nueva entidad. Participó, asimismo, tras obtener el título de maestro en 1863, en tareas educativas, que veía como base de la formación moral del individuo y fundamento de “la moderna civilización”. Ejemplo fue su colaboración con los periódicos de temas educativos La Conciliación y La Constancia, editados entre 1866 y 1868, así como la creación de una escuela de adultos, donde ejerció de profesor, inaugurada en 1867 en Los Navalucillos, municipio de cuyo Ayuntamiento era secretario.
En paralelo, acometía tareas políticas con el objetivo de poner fin al régimen borbónico. En octubre de 1865 fue nombrado vicesecretario del comité local del partido demócrata. Formó parte también, siendo todavía secretario municipal de Los Navalucillos, de una junta organizada en el pueblo en agosto de 1868 para propiciar la lucha armada contra los Borbones. Poco después se incorporó a una columna revolucionaria de los Montes de Toledo, al mando del coronel Ramón Sola Barrón. Fue designado ayudante de su segundo jefe y elogiado por su valentía y el riesgo asumido en los combates triunfales librados a fines de septiembre contra las fuerzas gubernamentales. Derrocada Isabel II, su militancia activa en el partido demócrata le llevó, por un lado, a constituir una junta del profesorado de instrucción primaria, de la que fue designado secretario, con el fin de promover la elección de un candidato liberal de los profesores como diputado; por otro, a incorporarse a la redacción del periódico, dirigido por su amigo Julián Castellanos, ¡Adelante! Crónica revolucionaria de la provincia de Toledo, portavoz local de su partido. En él publicó poemas de contenido socio-político y, sustituyendo a Castellanos, se hizo cargo de la dirección desde el 21 de enero de 1869 hasta el 25 de febrero.
Su compromiso no supuso alteración alguna de su preferencia por los versos. Muy al contrario, siguió publicando poemas de carácter crítico o bufo. En unos, ajusta cuentas con carlistas y clericales, a los que contrapone su propia idea liberal del cristianismo, y ridiculiza a conservadores partidarios de la monarquía borbónica. En otros, celebra las virtudes y méritos del liberalismo, pero también expresa su inquietud ante la dificultad para consolidar su triunfo y manifiesta su desaprobación de conductas inaceptables de presuntos liberales, como la falsedad y la intolerancia, o la incoherencia de los autonombrados progresistas que no dudaban en aliarse, por interés partidista, con los partidarios del absolutismo.
Tampoco veía contradicción, por otra parte, entre la defensa de ideas democráticas y su participación habitual, como literato que dice ser, en cualquier acto de una vida social toledana sin relación con la política y de interés básico para la población. Así, por ejemplo, intervino en la celebración del tercer aniversario del casino, donde leyó, para regocijo de los presentes, una de sus poesías, juzgadas por él mismo “vivas y chispeantes”.
De Toledo se alejó entre fines de 1870 y 1875 por traslado profesional desde su puesto en la administración económica provincial a otro similar en la de Cuenca. No hay indicio de que se adhiriera a alguna opción partidista durante su estancia en esta ciudad, pero se hizo eco de los principales acontecimientos políticos que afectaban al país en poemas que publicó, junto a otros de contenido lírico, satírico o jocoso, bien en pliegos sueltos por cuenta propia, bien en el periódico progresista-democrático El Eco de Cuenca o en otros medios de prensa. Uno de los asuntos abordados de forma reiterada en sus composiciones fue la guerra civil sostenida por el carlismo entre 1872 y 1876, cuyas deplorables secuelas de destrucción y muerte le tocó en suerte vivir en persona durante su estancia en Cuenca, saqueada por las tropas carlistas en 1874.
Defendió, por otra parte, la concordia, la paz y la unidad nacional en versos dedicados a vituperar el movimiento cantonal desplegado entre julio de 1873 y enero de 1874 y a ironizar las actitudes “intransigentes” adoptadas por la fracción extrema de los republicanos federales. Finalizada la guerra y vuelto a Toledo, rindió homenaje con un poema a los componentes del batallón provincial organizado en defensa de las libertades traídas por la revolución de 1868 a su regreso a la ciudad, celebrado con pompa en marzo de 1876.
Su vuelta a Toledo se debió posiblemente al hecho de quedar cesante en el empleo de Cuenca. Coincidió, además, con el empeoramiento de la enfermedad pulmonar como consecuencia de la cual fallecería algunos años más tarde. A partir del verano de 1875, para curarla, pasaría temporadas en el sanatorio de Panticosa (Huesca) al cuidado del doctor Manuel Artús Ferrer, de cuya atención se manifiesta agradecido en varios de sus poemas. La grave afección no le impidió adquirir rápido protagonismo en la vida social y cultural de Toledo.
Las restricciones a las libertades impuestas por los primeros gobiernos canovistas proscribían toda actividad asociativa, salvo las religiosas o las “de puro recreo”. Su intervención quedó, por ello, limitada a la actividad societaria del Centro de Artistas e Industriales, del que fue elegido secretario a comienzos de 1877. Se integró, además, en febrero de 1878 en la asociación que, dentro de la entidad y en colaboración con el Instituto Provincial de Enseñanza, puso en marcha unas conferencias científico-literarias con el fin de “difundir la instrucción en todas las clases de la sociedad” y dar a conocer los adelantos precisos para sacar a Toledo “de la postración y el marasmo” en que se encontraba.
El grupo propició, asimismo, la publicación del semanario El Ateneo, portavoz de las conferencias, pero su tímida apertura a opiniones liberales provocó la disolución de la sociedad promotora y el cierre gubernativo del periódico. Formó entonces parte del equipo que, con un criterio más abierto, lanzó en febrero de 1879 la revista El Nuevo Ateneo. Sus nuevas colaboraciones abandonaron los asuntos políticos para ocuparse bien de temas morales, bien de las celebraciones y actos organizados por el Casino y en la ciudad, como de la conmemoración de Cervantes y Calderón, o de la inauguración del Teatro de Rojas en 1878. La notoriedad adquirida con sus intervenciones dio lugar a que el músico Tomás García Donas compusiera en su honor un nocturno para violín y piano, interpretado durante lacelebración del decimotercer aniversario de la fundación del centro asociativo.
No había perdido interés por la política, sin embargo. Con la consolidación paulatina del régimen de la Restauración, los partidos recuperaron poco a poco su funcionamiento. Por su parte, en julio de 1881 se incorporó como vocal a la directiva municipal del Partido Republicano Posibilista de Emilio Castelar, cuya intervención progresista moderada en 1874, al frente de la República, había elogiado con énfasis. También consiguió entonces estabilizar su situación profesional al ser nombrado, un año después, escribiente de la Diputación. Por desgracia, apenas pudo disfrutar de la nueva situación. Su enfermedad crónica se fue agravando fatalmente, sin que los cuidados médicos pudieran impedir su defunción el 11 de agosto de 1883 dejando a su viuda, Josefa Palomeque Peña, en un total desamparo.