Su nombre verdadero era Juan Jiménez Cano y vivió entre 1876 y 1947. Profesor, periodista, escritor, político y masón son algunas de las facetas en las que sobresalió en su larga y fructífera vida este conquense nacido el 20 de enero de 1876 en el seno de una familia acomodada, que había dado varios miembros a la política y la milicia. “Don Juanito” (apodo cariñoso con el que se le conocía en su Cuenca natal) fue no sólo un humanista –en toda la extensión del término– sino también un adelantado a su tiempo. Admirador de Juan Valdés (heterodoxo conquense, del que adoptó su nombre simbólico para su militancia masónica), cultivó un saber enciclopédico, más propio del Renacimiento que del siglo XX. Por otra parte, como intelectual comprometido, anticipó planteamientos que se podrían considerar actualmente como “ecologistas”.
Su defensa de la naturaleza tuvo también una vertiente pragmática. Junto a su amigo, camarada y “hermano” Rodolfo Llopis, supo prever la importancia de la promoción turística como recurso económico privilegiado para sacar a la provincia de Cuenca de su postración secular; ambos firmaron en 1923 la primera y luego plagiada Guía de Cuenca (en la que colaboraron también Pío Baroja y Odón de Buen) y se convirtieron, junto a éste último, en los mejores divulgadores de la Ciudad Encantada. Y este cronista oficial honorífico de la provincia (desde 1911) se convirtió en guía privilegiado de ilustres visitantes (como Lorca, Baroja, Sorolla, Ortega y Gasset o Ramón y Cajal).
Las riquezas naturales de Cuenca no las consideraba al margen de las artísticas. Si desde su nombramiento como Delegado Provincial de Bellas Artes (1931) se dedicó a catalogar buena parte del tesoro artístico conquense, al estallar la Guerra Civil, Giménez de Aguilar puso todo su empeño en su conservación; como vocal de la Junta Delegada de Protección, Incautación y Salvamento del Tesoro Artístico de Cuenca tuvo una labor tan impecable como peligrosa e ingrata, pues, pese a jugarse su integridad física para evitar males mayores, durante la posguerra le cayó una verdadera “leyenda negra” al respecto.
Entramos así en su vertiente política y, con ella, en la periodística. Giménez de Aguilar evolucionó desde el conservadurismo (en cuyas filas militó y obtuvo el acta de concejal de Cuenca a principios del siglo XX) hasta el socialismo, coincidiendo con la Guerra del Catorce; algo parecido le ocurrió a intelectuales y profesores de la talla de Fernando de los Ríos o Julián Besteiro, representantes de un socialismo humanista que apostaba por la ética como seña de identidad de la política.
Con su impulso inicial, desde 1916, y la inestimable ayuda de Rodolfo Llopis, pocos años después, puso en marcha el incipiente asociacionismo obrero en la “levítica” y casi preindustrial Cuenca. Su apuesta por la defensa de los sectores más deprimidos, con los que se solidarizó, le supuso abandonar un trasnochado paternalismo del que, por educación, había hecho gala hasta entonces. La Sociedad Obrera “La Aurora” y el semanario La Lucha (1918-1929) serán los referentes del progresivo avance del socialismo conquense.
En el ámbito periodístico volcó buena parte de su actividad intelectual, tanto en la prensa local como en revistas de varias sociedades científicas. Desde joven colaboró en El Huécar (1894), Juventud (1902), Las Noticias (1905), Vida Moderna y El Liberal (ambos en 1910). Entre 1911 y 1912 fue redactor-jefe del diario El Mundo y colaboró también en Vida Manchega, un periódico de vocación regional en el que participó enviando crónicas desde Cuenca. Tras abandonar el diario regionalista por motivos políticos mantuvo una relativa inactividad periodística durante los años más duros de su trayectoria vital; sólo de manera puntual colaboró en efímeros periódicos y revistas locales como La Tralla (fines de 1912), Plumas Noveles (1917), La Tierra (1918-19) y Juventud (en 1919). Tras su conversión al socialismo, reemprendió una fecunda actividad periodística. Fruto de una personalidad compleja y un pensamiento político ecléctico participó en periódicos socialistas La Lucha (durante toda la década de los años veinte), Electra (1930-31) y Vida Nueva (1938), el liberal El Día de Cuenca (1921-24), el reformista La Voz de Cuenca (1929-31) o los republicanos República (1931-32) y Heraldo de Cuenca (1935).
Su pluma abarcó temas muy variados. El paisaje, los viajes y las riquezas naturales de Cuenca, su patrimonio histórico-artístico, la historia local y sus personajes “ilustres”; en sus columnas sobre política local y nacional se despachó agusto contra los gobernantes del momento; también contra la Iglesia. Su afilada pluma le provocó una verdadera marginación política durante la dictadura de Primo de Rivera. De poco le sirvió su labor de guía privilegiado o la difusión del turismo conquense y de sus bellezas artísticas o naturales (primero a través de la prensa o de revistas especializadas y luego en su Vademecum del visitante de la catedral de Cuenca en 1922 o en la citada Guía de Cuenca).
Su ostracismo político le abrió las puertas de la masonería, captado por Rodolfo Llopis. El “hermano Juan Valdés”, iniciado en la logia madrileña “Ibérica número 7”, fue uno de los iniciadores del taller masónico conquense “Electra” (triángulo en 1925 y logia en torno a 1928). Aunque su vinculación masónica se fue diluyendo con los años, fue utilizado de “cabeza de turco” de la represión antimasónica de Cuenca en la posguerra.
El régimen republicano le ofreció una oportunidad de oro para desarrollar su carrera política. Sin embargo, su único cargo durante el primer bienio fue como Delegado Provincial de Bellas Artes. Su relativa decepción con la política del bienio reformista –aunque no con la República– le hizo volcarse en la gestión cultural y en la dirección del Instituto de Cuenca, cargo que asumió a primeros de septiembre de 1932. Mientras tanto, su alejamiento de las labores periodísticas las suplirá con la publicación de algunos opúsculos, tres de ellos en 1932 (Turismo dominguero por tierras de Cuenca, La Semana Santa en Cuenca y Cercanías de Cuenca: Palomera y los molinos) y otro en 1933 (Tierra Fragosa).
Prueba de su versatilidad, en 1935 asumió la presidencia de una asociación cultural de carácter apolítico y aconfesional (la Agrupación de Amigos de Cuenca) y la provincial de la ugetista Federación de Trabajadores de la Enseñanza. Su acceso a la presidencia de la Comisión Gestora de la Diputación el 12 de marzo de 1936, tras el triunfo del Frente Popular, rompió su tradicional alejamiento de los cargos de carácter marcadamente político en el momento más delicado. Curiosamente, dos días antes de estallar la misma, la Gaceta comunicaba la concesión de una pensión de la JAE por dos meses, para viajar a Italia y Francia y estudiar Geología del secundario. Apenas había salido de España hasta entonces y las nuevas circunstancias sangrientas se lo impidieron.
La Geología, en particular, y las Ciencias Naturales, en general, eran su gran pasión. Pese a desempeñar múltiples ocupaciones durante toda su vida, su única profesión fue la docencia. Las demás actividades eran complementarias para un espíritu inquieto como él que consideraba que la enseñanza no se debía limitar a las cuatro paredes del aula. Desde marzo de 1906 era catedrático de Ciencias Naturales, primero en el instituto de la cordobesa localidad de Cabra y, a partir del curso siguiente, por permuta, en el de Cuenca. Su pasión por la enseñanza le hizo proyectar en el ámbito educativo sus más profundas convicciones y ansias de cambio, en sintonía con los postulados pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza. De acuerdo con las orientaciones institucionistas, puso en práctica las “excursiones escolares” y las “conferencias escolares” sobre temas diversos. Siempre se sintió orgulloso de haber puesto en marcha un tipo de enseñanza que, más que transmitir conocimientos, ponía el énfasis en el aprendizaje del alumno, al tiempo que llevaba a cabo iniciativas propagandísticas y turísticas. Compaginó la docencia, en su más amplio concepto, con la gestión académica durante algunos años. Primero como vicedirector, entre 1908 y 1916 y, desde 1932, como director del Instituto de Cuenca, cargo en el que permaneció hasta su depuración y detención el 29 de marzo de 1939.
Tras ser detenido en su despacho del Instituto, ingresó en la Prisión Provincial el 29 de marzo. Condenado a muerte, en 1940 le fue conmutada la pena capital por la de treinta años. Pasó por varias cárceles, entre ellas la de Alcalá de Henares. En la ciudad complutense vivió sus últimos años y allí murió el 17 de febrero de 1947.