Guillermo García-Saúco Rodríguez, hasta ahora es un artista escasamente conocido en la ciudad que le vio nacer: Albacete; ya que su trayectoria profesional, dedicada a la enseñanza, primero en Ávila y después en Madrid, aparentemente lo alejó de Albacete, aunque siempre mantuvo un fuerte vínculo familiar con su ciudad, especialmente con sus hermanos y sobrinos.
“Guillermo Saúco”, como habitualmente se le conoció, era hijo de Antonio García Saúco, propietario de una conocida tienda de tejidos en el número 5 – 7 de la albaceteña calle Mayor y de Feliciana Rodríguez López. El apellido “García-Saúco” terminó haciéndose compuesto en 1943, ya que, en principio, pese a ser conocidos los hermanos como “Saúco” este ya no lo llevaban, resolviéndose la unión de los mismos por orden del Ministerio de Justicia. Guillermo era el penúltimo de ocho hermanos (llegaron a adultos seis). Desde pequeño tuvo una especial inclinación por las artes, quizá por la influencia que ejerció en él su prima Magdalena Castelló, aficionada a la pintura y quizá por el arcipreste de San Juan Bautista, don Paulino Bustinza, también aficionado y que le mostró algunas obras artísticas que antes de la desagraciada Guerra Civil guardaba la parroquia de Albacete. Personalmente y en tono jocoso, llegaba a decir en su vejez que su estilo era “magdaleniense – arciprestal”.
Los años de infancia y juventud los pasa en su ciudad natal. Primero, estudió en el Colegio de Escolapios, para pasar después al Instituto de Segunda Enseñanza en 1927. En estos años primeros de Bachillerato sería alumno del profesor de dibujo Julio Carrilero Gutiérrez, ya reconocido pintor en la ciudad. En 1934, inició sus estudios en la Escuela de Magisterio, donde, sin duda, coincidió con el escultor Ignacio Pinazo Martínez, profesor de dibujo en dicha escuela que en esos años había realizado ya importantes obras en la Ciudad (Colegio Notarial). Después vino la Guerra Civil en el momento que también tendría que iniciar el Servicio Militar. Años difíciles en los que en palabras de nuestro personaje tuvo el honor de no disparar ni un solo tiro en la frente. En aquellos momentos fue designado por su batallón como “Miliciano de Cultura”, impartiendo algunas conferencias entre la tropa, incluso enseñando a leer a numerosos soldados. Finalizada la contienda, en 1939, fue llevado por el ejército vencedor a un campo de concentración a la ciudad de Ávila, que le cautivará para siempre. Ahora, ya en 1940, de nuevo, tuvo que repetir su servicio militar, siendo destinado a Barcelona. Si bien, con anterioridad, de los años 30 se conservan algunas pequeñas obras, ahora su pasión por la pintura y el dibujo se hace más que notorio.
Desde Barcelona su largo servicio militar se prolonga, ahora al Protectorado español de Marruecos, a la zona de Larache que se verán reflejados en diversos apuntes de dibujos a tinta, lápiz o acuarela (Museo de Albacete). Entre los años 1941 a 1943 fue alumno de la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona.
En 1943, ya vuelto a Albacete, ingresa como alumno oficial en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, a la vez que obtendría becas para sus estudios por parte de la Diputación de Albacete que le ayudarían en una formación que, en buena medida, le sufragaba su hermano mayor, Antonio. Esos años finales de los 40 ya son de estancia en Madrid, donde frecuenta el Museo del Prado, donde hace copias oficiales de los grandes maestros (Velázquez, Ribera…), algunas encargadas, expresamente, por Rumeu de Armas o el marqués de Lozoya. Previamente, y antes de su ingreso en la Escuela de Bellas Artes, en 1943, participó en Albacete en la Exposición de Arte Provincial, de la “Obra Social de Educación y Descanso”, con algunas obras como su autorretrato (Museo de Albacete) o el retrato de su cuñada Pilar, entre otros.
Entre 1950 y 1960, será la etapa de su plenitud artística, ya que concluidos sus estudios oficiales, en 1950, obtendría por oposición la plaza de “Profesor Especial Numerario de Dibujo de Institutos Nacionales de Enseñanza Media” (después Catedrático de la misma), con plaza en el Instituto de Ávila y años después, en el Instituto “Ramiro de Maetzu” de Madrid. Es evidente que su pasión por la docencia y la huella que marcó en Guillermo Saúco el pensamiento de Giner de los Ríos, al que tanto admiró, tuvo un reflejo en la influencia ejercida sobre sus alumnos de Bachillerato y Magisterio tanto en Ávila como en Madrid.
En estos primeros años de la década de los 50, nuestro biografiado va a coincidir en Ávila con su paisano Benjamín Palencia y hay que destacar el hecho, ya conocido, de la influencia que Palencia recibió del estilo expresivo y luminoso del uno en el otro. En 1954 en la Bienal Hispanoamericana celebrada en La Habana, Guillermo Saúco obtendría el importante premio de pintura que dos años antes consagró en Barcelona, a Benjamín Palencia. El cuadro premiado en La Habana, “Tierras” hoy se conserva en Albacete.
En esta década de los años 50 el vínculo de Guillermo Sauco con Albacete se hace más fuerte en ambientes artísticos y literarios, ahora alrededor de la figura de Victoria Gotor, mujer adelantada a su tiempo en cuyo ambiente cultural coincidirá de forma habitual con otros artistas, como el propio Benjamín Palencia, Godofredo Giménez u Ortiz Saráchaga. También en estos años participa en las exposiciones de Artes Plásticas de Valdepeñas y en 1956 obtiene el Molino de Honor, aunque nuestro artista no fue dado a participar en estos certámenes (la obra premiada hoy forma parte de la Colección Pictórica de la Diputación de Albacete).
Un detalle importante es que en 1957, Guillermo viajó a México (DF) a visitar a su hermana que, con su familia vivían desde 1939 en aquel país a causa del exilio. En aquella ciudad de México su obra artística fue muy valorada en ciertos ambientes intelectuales. Vuelto ya a España su vida artística y laboral se repartirá entre Ávila, Madrid y Albacete, con viajes puntuales a diversas ciudades europeas. Su cátedra de dibujo en Ávila o en Madrid también la compatibilizó con el ejercicio de la misma en las Escuelas de Magisterio, ya que también fue catedrático de este nivel educativo. Son años en los que la pintura es su placer, a la vez que el dibujo, verdaderamente perfecto y expresivo, alcanza su máxima expresión (Cuadernos de viaje, algunos ya en el Museo de Albacete).Ya en los años 70, adquiere en Albacete un piso propio (“en un edificio terrible, pero con unas vistas maravillosas”). Ahora su pintura, manteniendo su colorido, se hace perfeccionista y muchas de sus obras quedan inconclusas; hace retratos de amigos, a veces por mantener largas conversaciones y, por otra parte, va a realizar, para sí mismo obras de clara crítica social (drogadictos) o de fuerte dramatismo (retrato de la niña Omaira, ahogada en Colombia). Dibuja y pinta constantemente, ya había alcanzado su jubilación y sus estancias en Albacete se hacen habituales, que se repiten por sus revisiones médicas. Sus viajes en tren los convierte en un placer del propio viaje, con escalas en diversas estaciones que refleja en los abundantes apuntes de sus cuadernos. En 2005, realiza un último viaje a Albacete, a una revisión médica y a su vuelta a Madrid, un nuevo infarto terminará con su vida. Por su deseo, sus cenizas quedaron en Ávila y en la pedanía de La Felipa, localidad en la que estuvo temporadas por razones familiares. Fue un intelectual, de difícil carácter y un magnífico dibujante que dedicó su vida a la enseñanza, pero, ante todo un perfecto dibujante.