Nació en Malagón, el 17 de enero de 1882, y falleció en Dana Point (California) el 25 de mayo de 1964. Comenzó el bachillerato en Valencia, pero lo terminó en Ciudad Real, donde fue condiscípulo del famoso musicólogo José Subirá (quien, por cierto, trabajó un tiempo como administrativo de la JAE); con este sostuvo una larga y fructífera amistad (Subirá lo introducirá como corresponsal en EE UU de El Imparcial y La Voz). Colaboró en Vida Manchega, donde entre otros textos (por ejemplo, las Cartas americanas) y poemas publicó un artículo sobre el becario de la JAE José María Lozano (15-5-1913).
Fue lector de español en Francia, desde enero de 1913 hasta agosto de 1914, en la famosa École des Roches, en la comuna de Verneuil-sur-Abre (Eure), Alta Normandía, experiencia que se refleja en algunos libros suyos. Fue número dos en las oposiciones para cubrir plazas de profesores de historia de la literatura y lengua castellana. La JAE le concedió una beca (14-11-1916) de assistant professor en la Universidad de Chicago. Tras asistir al curso para la enseñanza del español en el extranjeros del Centro de Estudios Históricos y aprobar el examen, Castillejo firma el 13 de diciembre de 1916 la aprobación del pensionado y los gastos de viaje, y permaneció en Chicago de enero a septiembre de 1917 impartiendo cursos de conversación, composición y correspondencia comercial, pero también de teatro, poesía y literatura española moderna y contemporánea.
En 24 de septiembre de 1918 cursa la carrera de letras; preside la sección de Artes del Ateneo de Ciudad Real (El Sol, 15-2-1919, p. 4) y vuelve intermitentemente a España y a los Estados Unidos, donde estuvo más de diez años dando clases en distintas universidades, en especial en la de Minnesota en Minneapolis (donde conoció al ilustre poeta y profesor Arturo Torres Rioseco (1897-1971), quien dedicó a su amigo un estudio en La Gaceta Literaria) e Iowa City antes de establecerse en la Universidad del Sur de California desde 1925 hasta su jubilación en 1949, primero como asociado y luego como catedrático del Departamento de Español. Allí volvió a encontrarse con Arturo Torres en 1928 y durante ese periodo de su vida se casó con la bibliotecaria Evelyn Harwood (1932).
Dictó cursos en Los Ángeles, Berkeley, Stanford y México, así como en Toronto, donde enseñaba también un ciudadrealeño vinculado a las Misiones Pedagógicas y a La Barraca de García Lorca, el también filólogo Diego Marín (Ciudad Real, 1914 – Toronto, 1997), de quien habría mucho que escribir también. Además de Torres y de Subirá, fue amigo de Felipe Morales Setién, también becario de la JAE, y del profesor Harry Kurz. Su efigie fotográfica aparece un par de veces en las páginas de Vida Manchega, y ya maduro y canoso en Mundo Gráfico (nº 1.107, 18-1-1933).
Publicó poemas en la Revista Contemporánea de Madrid (1906 y 1907), poemas y artículos en Vida Manchega de Ciudad Real, en la granadina La Alhambra (1923) y en la barcelonesa Los Estados Unidos (en su núms. 2, 4, y 7, por ejemplo, sobre pedagogía del idioma español como lengua extranjera en los Estados Unidos, según La Vanguardia, 8-7-1919, p. 13; 14-10-1919, p. 16; y 30-3-1920, p. 14, respectivamente); fue corresponsal en Norteamérica de los diarios madrileños El Imparcial de Ricardo Gasset (10-12-1920 a 30-8-1925) y La Voz de Enrique Fajardo (3-4-1928 a 26-9-1932), con diversos artículos de costumbres sobre la vida norteamericana, alguno incluso sobre el crack del 29 y la recesión (“Los nuevos tiempos difíciles», La Voz, 12-8-1930). Luego refundió estos escritos periodísticos en sus libros de viajes De la vida norteamericana: impresiones frívolas (1924) y De Nueva York a California (1953) respectivamente. Además colaboró en revistas norteamericanas de su especialidad publicando en especial reseñas: Modern Language Forum e Hispania (en esta, entre 1926 y 1957, destaca su artículo “Galdós en el Nuevo Mundo”, vol. 24, nº 1, febrero 1941).
Casi todas sus obras literarias fueron reseñadas por el ilustre y unamuniano crítico barcelonés Pascual Santacruz Revuelta en la revista Nuestro Tiempo. Este crítico destaca el influjo que sobre su prosa ejerce el Azorín de Los pueblos, aunque admite que no es un imitador vulgar, porque muchas de sus páginas las podría firmar el propio Martínez Ruiz; huye como él de la retórica y siente apego por las vidas humildes y los “primores de lo vulgar”; diseña buenos personajes, pero sus novelas son, como afirma Torres, algo “inorgánicas” de estructura, y tan melancólicas como las del Baroja de Camino de Perfección, si bien con menor acritud; se le dan mejor los relatos cortos como los catorce incluidos en Desfile de sombras. Su narrativa analiza y critica los efectos desmoralizadores de la abulia a que conducen las miserias afectivas, materiales y culturales sobre los jóvenes de las indolentes y pequeñas ciudades manchegas (que aparecen en sus obras con los significativos nombres de Villaplana o Villatediosa). Su visión de estas es triste: la de “un hórrido poblachón manchego, al que conducen siempre malos caminos”, y las contrapone a una España litoral, luminosa y alegre, pero siempre se muestra respetuoso con los humildes.
La mejor novela es sin duda la última, Vorágine sin fondo (Madrid: Espasa-Calpe, 1936), donde aparece apenas enmascarada una crítica demoledora de la apatía y degeneración de una pequeña ciudad de provincias, Ciudad Real, descrita en el texto con el sombrenombre asaz juicioso de Villaplana. Describe muy bien el mecanismo de marginación y ninguneo, formas de ignorancia, que esta ciudad opera sobre uno de los protagonistas, el progresista doctor Dalmiro Foncerrada, el clericalismo beato, la hipocresía moral, la mediocridad y orgullo, o señoritismo, por usar la palabra del contemporáneo Ortega y Gasset, de las clases medias o burguesas, y la propiamente esclava y sin salida situación de la mujer; en algunos personajes se reconocen seres reales, como el erudito Inocente Hervás y Buendía, etcétera. La fecha de publicación (1936) explica que esta novela no haya gozado la atención crítica que sin duda merecía: los españoles se dedicaban entonces a tareas sin duda más estúpidas que a leer libros.
En cuanto a los tres poemarios a que se reduce su lírica, en el primero se muestra como un modernista epigonal, un simbolista tardío que recuerda a Antonio Machado y J. R. Jiménez; Torres apreció una evolución estilística en su segundo libro hacia el formalismo del 27; seguramente se debió al influjo que ejerció el propio Torres, amigo del muy vanguardista Tablada; no he podido leer el tercero, publicado en México.
Sus textos tuvieron uso didáctico para la enseñanza del español como lengua extranjera a causa del casticismo y claridad azorinianos de que hizo gala su estilo; fueron adaptados por diversos profesores norteamericanos amigos suyos y recomendados, por ejemplo, por hispanistas como Maud Ethel Manfred, Clarence Edward Parmenter, William Hanssler y Cincinato G. B. Laguardia, autores de los dos vols. de su Spanish for first y second year, New York, C. Scribner’s Sons, 1931.
Su archivo se conserva en el Boeckmann Center de la Universidad del Sur de California; además, como se relacionó estrechamente con la Fundación Del Amo entre 1928 y 1956, existe una abundante documentación inédita que se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de California en Domínguez Hills, sección Archivos de cesionarios, tesis e informes 1927-1979, caja 45, carpeta 3. Por Cecilio Alonso, autor del estudio más completo sobre este autor, conocemos asimismo la existencia de una caudalosa correspondencia con un amigo valenciano, el escritor y musicólogo Eduardo Ranch Fuster, cuyo Epistolario 1933-1955 con Pío Baroja fue publicado por el mismo Alonso; el de Heras se halla también en el. Archivo-Biblioteca Eduardo Ranch de. Valencia.
Obras
- De las horas vividas: versos, Madrid, Imprenta Helénica, 1921.
- Andanzas y divagaciones, Madrid, Editorial Rivadeneyra, 1922.
- Desfile de sombras: historia de almas, Madrid, Imprenta Helénica, 1923.
- De la vida norteamericana: impresiones frívolas, Madrid, Hernando, 1924 (2.ª ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1929, y New-York, Charles Scribner’s Sons, 1929, con introd., notas y vocabulario de William F. Rice).
- La sombra de la ciudad. Novela, Madrid, Editorial Páez, 1925.
- Las huellas de los días: versos, Madrid, Editorial Páez, 1927.
- El laberinto de los espejos (Entretenimiento novelesco), Madrid, León Sánchez Cuesta, 1928.
- Antología: Horas vividas: selections from the verse and prose. Adaptación, introducción, vocabulario y notas por Solomon Leopold Millard Rosenberg y Homer Price Earle, Chicago, University of Chicago Press, 1931.
- Vorágine sin fondo. Novela, Madrid, Espasa-Calpe 1936.
- Las cumbres iluminadas, Versos, México, Imp. Grafos, 1946.
- De Nueva York a California, Madrid, Espasa-Calpe, 1953.
- A la luz de la lámpara (notas y comentarios de un lector frívolo), inédito.
- Indiscreciones (notas y divagaciones), inédito.
Algunos trabajos sobre su obra
- “Horas vididas, por Antonio Heras”, Mundo Gráfico, 1.107 (18-I-1933), 30.
- MALLO, J., “De Nueva York a California”, en Hispania, vol. XXXVII, 1 (marzo de 1954), 131-132.
- MILLARD ROSENBERG, S. L., “El laberinto de los espejos”, en Hispania, vol. XII, 1 (febrero de 1929), 107-108.
- RANCH FUSTER, E., “Un enamorado de Valencia. Don Antonio Heras profesor en Norteamérica”, Valencia-Atracción, 272 (septiembre de 1957).
- SANTACRUZ REVUELTA, P., “Andanzas y divagaciones, por Antonio Heras”, Nuestro Tiempo, 279 (marzo de 1922), 106.
- SANTACRUZ REVUELTA, P., “Desfile de Sombras. Historia de almas, por Antonio Heras”, en Nuestro Tiempo, 304 (marzo de 1924), 104.
- SANTACRUZ REVUELTA, P., “De la vida norteamericana (Impresiones frívolas), por Antonio Heras”, Nuestro Tiempo, 314 (febrero de 1925), 86.
- TORRES RIOSECO, A., “Antonio Heras, un español en USA”, en La Gaceta Literaria, 118 (15-11-1931), 12.
- “Vorágine sin fondo”, en El Sol (24-3-1936), 4.