Haber nacido en la España profunda en el siglo XIX, en una familia humilde y siendo mujer parecía decantar el destino de Juliana Izquierdo que así vio la luz: en 1888, en Las Pedroñeras (Cuenca) y en una familia muy modesta. Sin embargo, las tempranas muestras de inteligencia, sensibilidad y constancia, unidas a la existencia de un novedoso y refrescante ambiente intelectual en la España de los primeros años del siglo XX orientarán su vida hacia otro rumbo.
Con solo 17, en 1905, años editaría su primer libro en Campo de Criptana, titulado Colección de cuentos morales para niños y niñas, donde se había trasladado su familia y donde ella terminará el bachillerato. En ese pueblo manchego se encerraría en largas horas de estudio para superar a distancia todos los retos académicos que se le fueron presentando: en 1910 obtiene el premio extraordinario en el bachillerato de letras, otorgado por el Instituto Cardenal Cisneros, en 1912 aprobó la reválida de maestra de 1ª enseñanza superior y dos años después conseguiría licenciarse en Filosofía en la Universidad Central. Sus estudios de licenciatura en esa situación de especial dificultad, al hacerlos como autodidacta, le reportaron la atención de figuras como Bonilla San Martín y Ortega y Gasset. El padre del filósofo, Ortega Munilla, publicaría en El Calatravo (Ciudad Real, 8 de julio de 1917) un elogioso artículo sobre Juliana y quizá de esa primera relación provenga la posterior con su hijo.
Su tenacidad le permitió aprender varios idiomas también en esos años, pero lo que parecía imposible ya era continuar los estudios de doctorado a distancia. Las dificultades para residir en Madrid y emprender estudios presenciales de doctorado se solventarán parcialmente en 1916 gracias a una ayuda de la Diputación de Ciudad Real. Sería justamente José Castillejo quien daba la buena nueva a Juliana en una carta fechada el 29 de diciembre de 1915:
“Muy señora mía: El Presidente de la Diputación Provincial se ha enterado de los estudios que Vd. ha hecho y del esfuerzo extraordinario que ellos representan. Y ha creído que deben facilitársele a Vd. medios para continuarlos haciéndolos fecundos para el país.
Creo que, a instancia suya, la Diputación va a conceder a Vd. una pensión para que pueda vivir en Madrid.
Al mismo tiempo, el Presidente de la Diputación me habló de cuál sería el lugar de ambiente y de oportunidades más favorables para el trabajo de Vd. en Madrid.
Me preguntó esto, él que es antiguo amigo mío, por dos razones: una porque yo había conocido a Vd. el verano pasado, un día que yo hacía mi examen doctoral en la Universidad, y sabía que yo había hablado de Vd. con Ortega Gasset y otros profesores; otra porque yo soy Secretario de la Junta para ampliación de estudios y he intervenido algo y la vida social de aquella casa se refiere a la casa de señoritas de la Residencia de Estudiantes], la abundancia de libros, las clases gratuitas de idiomas, etc., etc., eran condiciones excepcionales para esta etapa de orientación que Vd. necesita… He escrito a María de Maeztu para que mande a Vd. un programa de la Residencia. Creo que la Junta concedería a Vd. un suplemento de pensión, de modo que le quedase algo para sus vestidos y gastos…”
(Archivo Juliana Izquierdo, AJI).
Según la propia Juliana, “…por haber realizado brillantemente todos sus estudios sin maestro hasta el doctorado inclusive en Campo de Criptana, fue pensionada por la Excma. Diputación de Ciudad Real, durante tres cursos en la residencia de señoritas que dirigía María de Maeztu” (Memoria del curso 1957-58. Instituto del Cardenal Cisneros, Madrid, 1958, p. 10). En su hoja de servicios (AGA, al 23 de noviembre de 1931) se dice que la pensión que concedió la Diputación fue de 150 pesetas mensuales “para ampliar en la Corte sus conocimientos y horizontes, y con fondos del altruista legado instituido por el ilustre filántropo manchego Excelentísimo señor D. José Patricio Clemente (q. g. h.)” .
Con esos apoyos Juliana se traslada a Madrid, donde residirá durante tres cursos en la Residencia de Señoritas, en la calle Fortuny, dirigida por María de Maeztu. No perderá el tiempo ni en su proyección intelectual ni en su integración social: en 1917, a partir del magisterio impartido por Bonilla y San Martín, escribe una obra titulada El espacio y el tiempo. Clave del problema magno de la Filosofía: Resumen de Cursos Universitarios y Lecciones profesadas, 1916-1917 por el maestro Bonilla y San Martín. (inédito). Parece que las consideró como una Memoria para oposiciones a Cátedras de Filosofía, aunque después ella misma consideró que tenían “cierto saborcillo a puerilidad y titubeo” (AJI) y en 1918 comienza a realizar su tesis doctoral, Historia de la asociación de las ideas, dirigida por José Ortega y Gasset. Además, desde ese año colabora en el “Archivo de la palabra” del Laboratorio de Fonética dentro de la Junta de Ampliación de Estudios; en 1920 se integra en la Federación Española de Mujeres Universitarias; en 1921 se publica su traducción del libro de Nicolás de Malebranche titulado Conversaciones sobre la metafísica y la religión (Madrid, Reus, 1921) un año antes habría traducido del italiano el libro Filosofia del Diritto, de Icilio Vanni aunque no se publicaría.
En 1921 ganaría su primera oposición a Cátedra de Filosofía en instituto aunque sin plaza, eso la obligó a trasladarse a Toledo donde ocupó entre 1922 y 1925 la plaza Ayudante interina del Instituto Nacional de esa ciudad. No dejaría, sin embargo, de trabajar en sus intereses por la Filología, la Filosofía y la Psicología. En 1925 Se publica su traducción del libro de Descartes Los principios de filosofía (Madrid, Reus, 1925) sobre la base de la edición latina y una antigua versión francesa. Además, en esos años toledanos consigue ser doctora (1925) aunque no hemos podido dilucidar cómo, cuándo y qué tesis habría podido defender.
En 1926 retorna a Madrid y hasta 1931 permanecerá como ayudante interina del Instituto Nacional del Cardenal Cisneros, adscrita a las asignaturas de Filosofía y Psicología e idiomas en diferentes años. La versatilidad de Juliana Izquierdo y su valor enciclopédico se advierte, por ejemplo, en el hecho de que en 1932 es profesora suplente adscrita a la Cátedra de Dibujo del Instituto Cervantes de Madrid.
En 1930 comenzará la época más fructífera e intensa de su vida. Ese año es nombrada Ayudante interina de Lengua Griega en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central de Madrid, donde permanecerá hasta el estallido de la guerra, y también ese año comienza a trabajar como profesora de las clases prácticas en los Cursos de Extranjeros organizados anualmente por la JAE y que dirigía Rafael Salinas.
También será en esos años cuando cobra énfasis su activismo pro-Quijote con su nombramiento de secretaria de la Sociedad de Amigos Dulcinea del Toboso incluso, según se desprende de una información de El Castellano (13-11-1930), ella misma se encargaría de organizar excursiones de estudiantes extranjeras a El Toboso donde, entre otras cosas, visitaban la biblioteca cervantina que ella misma había contribuido a mejorar con una donación de un Quijote en árabe. Pero quizá el acontecimiento más importante desde el punto de vista no sólo intelectual sino también social fue su participación, en 1933, en otra excursión imponente: en el crucero por el Mediterráneo organizado por la Facultad de Filosofía y Letras y dirigido por los doctores Morente y Tormo. Ella será una de las dos únicas profesoras que viajaron en ese crucero donde iban, entre otros sobresalientes profesores e investigadores, Martín Almagro, Carlos Alonso del Real, Fernando Chueca Goitia, Guillermo Díaz Plaja, Luis Díez del Corral, Antonio García y Bellido, Salvador Espriu, Gregorio Marañón, Julián Marías, Hugo Obermaier, Soledad Ortega, Luis Pericot, Antonio Tovar, Jaime Vicens Vives… Su diario del viaje permanece inédito así como el romance en verso que compuso sobre en mismo en plena guerra (1937) y que según Ángel Carrasco Sotos intentó publicar en 1964.
Como en tantos otros casos, la Guerra Civil truncará la carrera de Juliana. Al estallar se traslada a Pedroñeras y pasa allí esos años como cuenta ella misma: “Como no podíamos calcular la duración de nuestra contienda y más bien pensábamos que sería cuestión de días, a lo más de meses, yo creí aprovechar el tiempo y me marché al pueblo con mis sobrinos, lejos del estruendo de los cañones y de las bombas de la aviación«(Juliana Izquierdo Moya, Homenaje Nacional al pintor José Ordóñez Valdés. Ochenta años de vida, de obra y de historia, Madrid, 1959, p. 373).
Tras el expediente de depuración retornaría a su docencia, no en la Universidad sino en el instituto Cardenal Cisneros. Allí volvería a encontrase con el pintor y profesor de dibujo José Ordoñez Valdés que retornó también, tras ser depurado, después de pintar un cuadro de Franco con una pequeña marca de rebeldía pintó al revés las flechas del emblema que el general lucía en su guerrera. En 1943 Ordoñez ilustraría con dibujos su Florecillas de mi vergel (Madrid, Ibarra, 1943) y un año después se casaría con él. Ambos saldrían del Instituto unos años después para recalar en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid donde Juliana terminó su vida docente como profesora de Gramática y Caligrafía.
Su matrimonio sería breve pues su marido fallece en 1955, el mismo año que su valedor Ortega. Ella publicaría una necrología sobre su maestro y en 1959 publicaría el libro homenaje a su difunto marido, Homenaje nacional al pintor José Ordóñez Valdés: Ochenta años de vida, obra y de historia (Madrid, 1959).
No creemos que sea injusto decir que, después de la guerra, la producción de Julia fue menor al tiempo que su lugar entre la dirigencia intelectual quedó abortado. Como tantos otros excluidos se concentrará más en cuestiones pequeñas, íntimas, familiares y locales: publicará entre 1943 y 1950 tres artículos en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, sobre cantos religiosos, oraciones y cofradías de Las Pedroñeras; en 1959 escribe y publica en Madrid la biografía de su difunto marido Homenaje nacional al pintor José Ordóñez Valdés: Ochenta años de vida, obra y de historia; en 1964 aparece en Madrid su libro Cuentos morales, una ampliación de su primer librito de 1905 con ilustraciones de su marido; y en 1965, también en Madrid, su última obra también como tributo a su marido La ornamentación de manuscritos. En 1966, ocho años después de su jubilación, fallece en Madrid.