Nacido con el cambio de siglo, su formación transcurre entre la primera y la segunda década del siglo XX; son los años fascinantes y de efervescencia artística de las vanguardias europeas. Desde pequeño manifestó una vocación temprana e innata pues se entretenía haciendo recortables en papel de figuras de animales en las que ya introducía el espacio tridimensional.
En el taller de Modesto Cabildo, un buen escultor local, tuvo su primer contacto con el mármol. Más tarde, ya en el instituto, el profesor de Dibujo Feliciano Martín Cañamero, viendo sus destrezas, le permitió modelar en el aula. Allí, en 1911, con apenas 12 años, realizaría su primera obra relevante: El Divino Maestro. En 1911, asistió al curso inaugural de la Escuela de Artes de Ciudad Real, en el que obtuvo tres premios. El director del centro, Enrique Navas Escuriet, artista valenciano de prestigio, le aconsejó que se trasladase a la Escuela de Artes de Valencia. Allí permaneció durante dos años y obtuvo el premio de honor del alumnado en el curso 1913-1914.
En septiembre de 1914, se trasladó a Madrid para preparar el difícil examen de ingreso en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Por la mañana, dibujaba en el Museo de Reproducciones Artísticas y por la tarde en el Casón del Buen Retiro. A partir de 1915 cursó estudios de Bellas Artes. El ambiente era inmejorable, con profesores de la talla de Miguel Blay y Fábrega, Julio Romero de Torres, Joaquín Sorolla o José María del Valle Inclán quien impartía sus clases en el Museo del Prado. En 1918, fue seleccionado por el Estado para realizar un viaje por Andalucía y Murcia para estudiar la escultura barroca. Durante sus años de estudio en Bellas Artes, obtuvo varios diplomas y premios como las medallas de Modelado del Antiguo y Ropajes y Modelado del Natural y Composición.
En 1917, ante sus necesidades económicas, Miguel Blay, director de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, escribió una carta pública al afamado pintor Carlos Vázquez para que mediara con los representantes de la Diputación de Ciudad Real a fin de que concedieran una pensión al joven alumno. En ella, Blay le define como: “un muchacho que, a sus dotes naturales de seriedad y honradez, posee cualidades de escultor poco comunes”. Y afirma: “estoy seguro de que pondrá su valiosa influencia a favor de su joven e interesante paisano”.
Durante estos años de formación, su estilo fue evolucionando. Gracias a las enseñanzas de Miguel Blay abandonó el academicismo inicial y evolucionó hacia un impresionismo reflejado en El busto de Aurora (1916). Esta obra representa la cabeza y el cuello de una niña que surge de la masa interior del barro, en el que, incluso, se ven marcados los dedos del escultor. Más tarde, cuando viaje a París, perfeccionará su estilo gracias a la influencia de Rodin y de los esclavos Miguel Ángel. Durante toda su vida continuará realizando bustos que reflejan la evolución de su estilo desde el academicismo, pasando por el impresionismo, al realismo –manifiesto en el busto del pintor Ángel Andrade o del poeta almeriense Álvarez de Sotomayor– para terminar en el retrato idealizado de las décadas finales.
Asimismo, López-Salazar refleja la influencia del realismo ibérico de Julio Antonio, al que conoció en Ciudad Real y cuyo estudio de Madrid solía frecuentar. El espíritu del movimiento ibérico está presente en varias de sus obras como El Filósofo Místico premiada en la Exposición Nacional de 1920. Pero es, sobre todo, La mujer de Caracuel (1924) la obra que mejor refleja la filosofía de esta tendencia que busca tipos veraces en los pueblos perdidos de la Meseta. El Quijote proporcionó a estos autores ibéricos gran variedad de modelos de la Castilla interior. Realizaron, asimismo, representaciones del propio Cervantes como los tres bustos que modeló López-Salazar. Además, realizó un proyecto para el Monumento a Cervantes.
Como muchos de sus contemporáneos, cultivó el polémico tema del desnudo. En algunas ocasiones se trataba de desnudo puro, como en Forma y Ropaje (1936). En otras, recurría al denudo como alegoría, como en La Primavera (1925). Esta obra es la obra más conocida del autor porque se encuentra en un espacio público, el parque de Gasset de Ciudad Real, y ha sido admirada durante sus 100 años de existencia.
Mención especial merece un bajorrelieve muy impactante que se halla en el cementerio de Ciudad Real: El Triunfo de la Muerte (1924). Esta obra llegó a aparecer en la selectiva Gaceta de Bellas Artes (nº 245). López Salazar desarrolla una escena grupal muy potente en pocos planos, que otorgan contemporaneidad a la obra. En el relieve se funden varios movimientos: el modernismo, reflejado en el interminable alargamiento de la figura central; el expresionismo, porque produce en el espectador desasosiego y angustia ante la inquietante escena; el simbolismo, por el espacio claustrofóbico y cerrado, pues de la muerte nadie escapa y a todos iguala, como reflejan los cuerpos desnudos; el impresionismo, al combinar la suavidad del modelado con la dureza del granito y del mármol con los que consigue calidades pictóricas de forma que la iluminación se diluye entre las sombras difuminadas para penetrar en el plano. Las piedras duras ayudan a la brillantez del acabado final y recuerdan la frialdad de la muerte. El relieve presenta incluso algunas connotaciones del art decó en los surcos geométricos y esquemáticos de la larguísima capa de la Muerte. Ésta, así como la perspectiva jerárquica de su figura, reflejan en una fecha temprana la influencia del mundo egipcio que tanto alabó el art decó, presentado oficialmente en París en 1925.
Entre 1927 y 1931, regresó a Ciudad Real, donde el pintor Ángel Andrade le solicitó que colaborase en la remodelación del Casino. También llevó a cabo los relieves de la imprenta de Enrique Pérez. Ya anteriormente había entrado en contacto con el arte decorativo cuando se acometieron las reformas del Casino de Madrid, entre 1918 y 1920, en las que intervinieron sus profesores Blay y Romero de Torres. López-Salazar dibujó entonces una serie de detalladísimas láminas con mediciones de las diversas estancias de la prestigiosa entidad lúdica madrileña, su mobiliario y su decoración.
En 1932, se incorporó al instituto de Cuevas del Almanzora (Almería) como profesor de Dibujo. De su paso por la localidad, dejó un recuerdo imborrable: el busto del poeta Álvarez de Sotomayor, que preside la entrada al museo dedicado al escritor en su villa natal. En los primeros días del mes de julio de 1936, regresó a Ciudad Real para pasar las vacaciones estivales y allí le sorprendió la guerra civil. En 1937 fue contratado como profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Ciudad Real.
En la década de 1940, ante la destrucción que había supuesto la guerra, fue necesario recuperar la imaginería religiosa en buena parte de España. En el caso de Ciudad Real, quienes estaban tenían que evaluar los distintos proyectos, carentes de visión estética, se inclinaron sobre todo por los autores levantinos y conquenses, relegando a algunos escultores locales de gran relevancia. Entre ellos, el propio López-Salazar, como queda relejado, por ejemplo, en el hecho de que la Hermandad de la Virgen del Prado decidiese no aceptar su proyecto para una nueva imagen que sustituyese a la destruida durante la guerra. También fueron rechazados unos bellísimos proyectos de pasos procesionales para la Semana Santa. Probablemente estaban aún muy recientes sus Dibujos de Guerra, publicados en Pueblo Manchego en 1937, o el monumento al alcalde socialista José Maestro, que siempre fue atribuido a López-Salazar.
No obstante, la década de 1940 no fue estéril. En ella hizo la Virgen del Prado de la Casa de la Iglesia (1941) y el Cristo de la Merced (1944). También cultivó la temática animalística y, con El último desarme, ganó el premio de escultura de la Exposición de Valdepeñas en 1946.
Ante la indiferencia de sus paisanos, López-Salazar se fue encerrando cada vez más en su estudio de la calle de Toledo. Allí, en su taller, se desarrollaban unas tertulias artísticas que describió con acierto el periodista Juan de la Mancha. Se refería a López-Salazar como “un escultor con tantos méritos como modestia”. El catedrático don Julián Alonso, ante el desánimo del escultor, le escribió: “Jerónimo no te dejes vencer por el excesivo ruralismo de nuestros paisanos gobernantes”. Pero ya nada será ya igual: el escultor va cediendo terreno al profesor y, sobre todo, al pintor de paisajes en acuarela. En 1950 aprobó la oposición de profesor de término (catedrático) de Modelado y Vaciado y, en 1953, fue nombrado director de la Escuela de Artes de Ciudad Real. En 1961, logró hacer realidad el anhelo de sus antecesores: un nuevo edificio dedicado al Arte. Cuando se jubiló, el Ministerio de Educación le nombró director honorario de dicha Escuela.
En 1976, falleció su esposa Isabel Pérez Valera, directora de la Biblioteca Pública del Estado de Ciudad Real. Dos años después, López-Salazar terminó el busto de Cervantes para dicha biblioteca que ahora lleva el nombre de Isabel. En 1979, publicó el Catálogo de las obras artísticas de la Diputación de Ciudad Real, en el que llevó a cabo el inventario de los fondos artísticos de la entidad provincial. El 10 de mayo de 1979, Jerónimo López-Salazar Martínez falleció en Ciudad Real a los 80 años de edad.
Bibliografía
- LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, C.: El escultor López-Salazar. Ciudad Real: BAM, 2020.
- LÓPEZ-SALAZAR PÉREZ, C. y HERRERO GÓMEZ, J.: 100 años de Escuela de Artes. Ciudad Real, 1911-2011. Ciudad Real: BAM, 2011.
- MANCHA, J. de la: “El escultor Jerónimo López-Salazar”, Albores de Espíritu, nº 16. 1948. Tomelloso.
- SERRANO DE LA CRUZ, A.: Las Artes Plásticas en Castilla-La Mancha: de la Restauración a la II República (1895-1936). Toledo, Junta de Castilla-La Mancha, 1999.