Nació en Cerecinos de Campos, provincia de Zamora, el 2 de octubre de 1903 y murió en Madrid el 14 de septiembre de 1968. Su familia paterna era de Ciudad Real y por parte materna procedían de Daimiel. Su padre Francisco Molina Arias y su madre Pilar García Díaz tienen que marchar a Zamora por motivos laborales. Allí nacerá Jesús, siendo el mayor de los siete hermanos.
Su familia deja las tierras zamoranas en 1909 por quedarse su padre sin trabajo y se trasladan a Ciudad Real. Sus familiares los reciben, acogen y ayudan económicamente, especialmente sus tíos José, Lorenzo, Ángel, Soledad y Miguel Pérez Molina. Su tío Manuel García Barba, tipógrafo de El Pueblo Manchego también está a su lado. Durante sus años de estancia en Ciudad Real viven en la calle Toledo número 60. Don Miguel se encarga de encauzarle y aconsejarle en el tema de los estudios y en el curso 1916-1917 está matriculado en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de la capital en la materia de Dibujo Artístico, obteniendo un premio en esa asignatura. En la actualidad conservan un cuadro pintado por Molina a los trece años. Mientras estudia en dicha Escuela da clases particulares con Ángel Andrade.
Su familia se traslada a Madrid por motivos de trabajo en 1917 y Jesús continúa sus estudios en el Museo de Reproducciones Artísticas, donde hace numerosas copias de pintores clásicos. En 1919 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a la vez que cursaba clases particulares con Fernando Álvarez de Sotomayor. Su espectacular evolución y sus dotes para la pintura y dibujo hacen que sus profesores Álvarez de Sotomayor, Julio Romero de Torres, Mariano Benlliure y Victorio Macho le recomienden para que sea becado, pero la Diputación de Zamora no se la concede. Será Miguel Pérez Molina el que se haga cargo del tema económico para que pueda continuar sus estudios formativos en Madrid. En este periodo realiza copias de cuadros clásicos (El Divino Pastor y La Dolorosa, de Murillo, y el San Andrés, de Rivera) obteniendo una gran admiración por parte de los pintores y críticos de arte. Durante estos años coincide en las clases con Luis Berdejo, Salvador Dalí, César Prieto y Gregorio Prieto.
La revista Vida Manchega recoge sus progresos en Madrid y le dedica un magnífico reportaje en noviembre de 1919. Tanto esta revista como el periódico El Pueblo Manchego se hacen eco durante los años veinte y treinta de los progresos de Molina. A la familia Pérez Molina les realizó numerosas obras, varias son magníficas copias de obras famosas como Los borrachos de Velázquez, otras son retratos al óleo, entre ellos uno bellísimo titulado La gitana y el retrato de su mecenas y tío, D. Miguel Pérez Molina. Durante los años veinte Molina venía a Ciudad Real a visitar a sus tíos y les traía cuadros que hacía en Madrid, recibiendo por ello una ayuda económica que le permitía seguir su formación pictórica. Nunca se olvidó de su primer maestro, Ángel Andrade, al cual le hizo un retrato al óleo.
En 1932 le fue concedida una beca, tras duras oposiciones, para la Academia de España en Roma con un sueldo de 6.000 pesetas anuales. Estuvo viajando varios meses por Francia, Holanda y Bélgica. En los años que dura su estancia en la Academia coincide con Luis Berdejo, Pérez Comendador, José Ignacio Hervada, Honorio García Condoy y Manuel Escribano, entre otros. Durante su periodo en Italia se dedica al estudio del desnudo y a aprender la técnica del fresco visitando pinturas del Renacimiento.
Participó en la exposición de arte español contemporáneo que se celebró en la Exposición Internacional de París en 1937 junto a otros artistas como Picasso (que obtuvo la medalla de oro con el Guernica), Juan Gris, Sorolla, Zuloaga, Miró y Dalí. Molina presentó dos óleos y seis acuarelas a dicha exposición, obras que hoy están expuestas en el Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid gracias a la donación generosa de sus hijos Rafael y María.
Durante la Guerra Civil permaneció en Madrid y se mantuvo en el bando republicano, aunque no fue a la guerra por tener enfermedad, sin embargo, estuvo ayudando en los Hospitales de Sangre y otras actividades humanitarias. En estos momentos conoce a Enrique Tierno Galván con el cual establece una gran amistad que durará toda la vida. Formó parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y colaboró haciendo carteles y dibujos de propaganda republicana. En el Álbum que realizaron numerosos artistas e intelectuales en 1937 participó con una lámina titulada Cada uno en su puesto.
Desde 1935 a 1939 escribe unos Diarios de incalculable valor histórico y testimonial del momento en los que nos describe sus dificultades, sensaciones, angustia, su vivir incierto de cada día y la vida en un Madrid asediado.
La Guerra Civil supuso un duro revés a su trayectoria pictórica y realiza varias obras pictóricas con motivos de la guerra. Deja los retratos, la naturaleza, los desnudos y pasa a una pintura expresionista donde refleja el dolor, la impotencia, el sufrimiento, la tragedia, el miedo y los horrores de la guerra.
Acabada la Guerra Civil su situación personal, familiar y económica es muy delicada, murió su hermano Ramón y otros dos se exilian a Méjico. Solicita que se le paguen los meses de la Academia en Roma que le adeudaban y se atiende su petición, con ello puede subsistir de momento. Ese impulso que tuvo siempre para seguir adelante hace que en 1941 presente su primera exposición en el Salón Cano de Madrid. En ella presenta óleos, aguatintas, dibujos en ceras y pastel.
Esa pasión por el dibujo y la pintura le lleva a presentar una gran obra al óleo titulada La Bella en la Exposición Nacional de Pintura de 1943, obteniendo una medalla de primera clase.
En la década de los cuarenta hizo numerosos retratos, bodegones, composiciones donde destaca la figura humana y representa a la mujer en diferentes momentos y situaciones de la vida, obteniendo en 1944 el Gran Premio Nacional de Pintura por su obra Mujer en amarillo y en 1948 la medalla de oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su obra Músicos Populares. Vivía de los premios que obtenía, de los retratos que hacía a la burguesía madrileña y de la venta en las exposiciones. Fue un bohemio que no buscó un beneficio económico con la pintura, nunca tuvo marchante.
A Molina no le era ajena la realidad social de la gente de la calle y por ello realiza numerosas obras pictóricas en las que recoge escenas de la vida real, de la calle (mendigos, marginados, gitanos, músicos populares…) y oficios de la gente trabajadora (anzueleros, costureras, mineros, encajeras, bailarinas, trapecistas y payasos). Durante la década de los años 50 su producción artística no cesa y hace numerosas exposiciones y participa en gran cantidad de certámenes pictóricos. Entre ellos cabe destacar la Bienal de Venecia, Pintores de África, Exposiciones Nacionales e Internacionales.
Jesús Molina vuelve a su tierra con su pintura y durante los años sesenta participa en varias ocasiones en la Exposición de Artes Plásticas de Valdepeñas obteniendo varios premios con sus obras, entre ellas Al filo del Alba y Naturaleza muerta.
Un año antes de fallecer consigue la Cátedra de Colorido y Composición en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Jorge en Barcelona.
Desde 1939 hasta su muerte, en 1968, realizó doce exposiciones individuales y treinta colectivas en las Salas de más prestigio de España. Su obra está extendida por toda España y el mundo. En Ciudad Real hemos localizado 17 obras inéditas y otra en el Museo Municipal de Valdepeñas. También tiene trece obras en el Museo de Arte Reina Sofia, Museo del Ejército, Ministerio de Asuntos Exteriores, Ministerio de Trabajo, varias embajadas y consulados de España, Universidad de Princeton, Nueva York, París, Bruselas, La Haya, Buenos Aires, Méjico, Academia de España en Roma, Diputaciones de Alicante y Zamora, etcétera.
Además de la pintura y el dibujo, Jesús Molina, tuvo otras pasiones. Era un enamorado de la música clásica y le faltaba tiempo para poner la radio y escucharla. También le encantaban las lecturas de filosofía del arte y mostraba su reflexión y su sabiduría en los escritos que realizó sobre arte. No podemos olvidar su dominio sobre los idiomas puesto que sabía hablar francés e italiano.
Su muerte nos la describe el crítico de Arte A. M. Campoy con este texto:
“Jesús Molina se nos ha muerto como vivió: Silenciosamente, sin avisar. Era un hombre retirado y de muy escasa compañía, hombre rumiador de sus sueños, nadie sabía por qué encrucijadas. Alto, distante, cortés, Jesús Molina nunca se reiteraba, nunca solicitaba nada, vivía de su pintura y de sus recuerdos, y, si juzgamos por su última exposición, también vivía para sus proyectos”.
Bibliografía:
- Caja España, Obra Social, Jesús Molina, vivir una idea (1903-1968), León, Gráficas Celaryn, 2006.
- Palomares García, Vicente; Francisco Alía Miranda; y Javier García-Luengo, Jesús Molina García (1903-1968). El impacto de la Guerra civil en un pintor republicano, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla la Mancha, 2024.