Si a todos los jóvenes se les pudiera poner en condiciones de exteriorizar sus aptitudes, el progreso de las actividades sería extraordinario, porque a cada manifestación del trabajo irían los indicados por su vocación, y sabido es como los esfuerzos bien aplicados ganan en intensidad y perfección. Desgraciadamente la lucha por la vida obliga a las familias a dar colocación a sus hijos acomodándose a las circunstancias, y por esto son los más, los que invierten su estudio y trabajo en labores que no corresponden a sus aptitudes, y que contradicen por lo mismo su vocación.
Hijo Espartero del dueño de un taller de carretería era lógico que para excusarse el padre el pago de un oficial utilizara el concurso de su hijo, La endeblez física de Espartero movió a lástima a su familia, y solo vio solución para el conflicto en la carrera eclesiástica.
La vocación de Espartero a pesar de las circunstancias que le rodeaban no dejó de ofrecer manifestaciones curiosas, pues se cuenta, que cuando era muy joven trabajó en el taller de su padre un pequeño cañón de madera, que le permitía lanzar piedras a bastante distancia. El tiempo se encargo de confirmar que estos indicios guerreros estaban más de acuerdo con las aptitudes de Espartero, que la sotana que sus padres habían visto como aspiración suprema.
Aprovechó Espartero la primera ocasión que se le presentó para vestir el uniforme militar alistándose en 1808 como voluntario en el cuerpo de estudiantes denominado Batallón sagrado.
A los tres años de estar en la milicia fue nombrado teniente de ingenieros, hecho que demuestra con qué fe y nobles anhelos había empezado su brillante carrera aquel modesto manchego para quien la historia reservaba páginas tan gloriosas.
En 1815 embarcó para América como capitán de infantería, donde durante ocho años luchó con una bravura por nadie superada, regando con su sangre aquellos campos en diferentes batallas.
Tres veces fue herido luchando contra el prestigioso caudillo americano Lamadrid en el centro del Perú, y sobre el campo de batalla ganó el grado de comandante y en la memorable jornada de Sapachuí otro acto de heroísmo le conquistó el grado de Teniente Coronel. El ascenso inmediato le costó verter la sangre nuevamente en lucha muy porfiada en la batalla de Torata donde tuvo dos graves heridas. Como se ve, el bizarro militar manchego, no perteneció al grupo de aquellos militares de salón que en pasados tiempos hicieron brillantes carreras sin pagar el tributo de la sangre al uniforme.
Después de la derrota de Allacucho, Espartero ingresó con el grado de brigadier en el ejército peninsular, y aquí encontró escenario adecuado para poner de manifiesto sus grandes talentos militares, y sus disposiciones excepcionales como político y estadista.
La guerra civil le llevó al campo de batalla y sus memorables hechos de armas son los que siempre se recordarán para enaltecer al gran caudillo manchego.
A pesar de los muchos años trascurridos, aun se conmemora la fecha en que consiguió librar a Bilbao del asedio del ejército carlista.
Las fuerzas liberales miraban a Espartero como el genio de la guerra, porque en cien combates había demostrado que a su arrojo y valor indomables sumaba el dominio de todos los recursos de la estrategia. El título de Conde de Luchana concedido a Espartero como premio a sus grandes triunfos contra los carlistas en los alrededores de Bilbao, fue un homenaje que la opinión liberal acogió con grandes entusiasmos.
La acción de Guernica es de las que mejor caracterizan el temple de alma de aquel gran caudillo. Rodeadas las fuerzas que mandaba por un ejército carlista muy superior en número, ordenó a sus soldados, que solo disponían de veinte cartuchos por plaza, atacar al enemigo hasta conseguir abrir brecha en sus filas y ponerse a salvo. El éxito más completo coronó este acto de arrojo.
Para hablar de sus hazañas en Oñate, Mendigorría y otros cien combates más, habría que escribir un libro de muchas páginas.
Sus triunfos, que eran constantes, le dieron el mando como general en fefe de los ejércitos del Norte, en 17 de Septiembre de 1836 y los hechos confirmaron más tarde el acierto con que se había procedido, pues la terminación de la guerra se debió tanto a sus grandes dotes militares, como a las condiciones de diplomático consumado, que tuvo que poner en juego.
Mucho debieron lisonjear a Espartero los motivos que tuvieron el Gobierno y la Corona para concederle el título de Duque de la Victoria en 1839; pero más, muchos más que ésto debió alegrar su alma el ver que la nación entera le proclamaba el Pacificador a raíz del convenio de Vergara.
Su actuación en la política fue de una transcendencia extraordinaria, como lo muestra el hecho de haber sustituido en la Regencia del Reino a María Cristina, por renuncia de ésta en 1840.
Como Presidente del Consejo de Ministros orientó siempre su política hacia soluciones liberales, que estaban en consonancia con lo que en aquella época podía reclamarse de los hombres de tendencias progresivas.
La Revolución de Septiembre no tuvo el concurso de Espartero, porque éste llevaba muchos años en Logroño extraño por completo a las luchas de partido; para los hombres que dirigieron aquel transcendental movimiento apenas se posesionaron del poder le ofrecieron el homenaje de su admiración y respeto.
En una frase, que se hizo célebre, sintetizó siempre nuestro ilustre paisano su acatamiento a los principios democráticos. «Cúmplase la voluntad nacional», dijo Espartero a raíz de la Revolución de septiembre, y repitió cuando ocupó el trono el caballeroso Amadeo de Sabaya. Este concedió a Espartero el título de Príncipe de Vergara.
Tuvo Espartero muchos y entusiastas partidarios de su elevación al trono, y si la edad y los quebrantos de salud no le hubieran tenido incapacitado para una labor de Gobierno tan activa y azarosa como la que imponían aquellas graves circunstancias del país, está fuera de toda duda que hubiera llegado a ceñir la Corona de San Fernando.
Es inexplicable que una provincia que tiene un hijo tan preclaro no haga nada que ponga de manifiesto las grandes devociones que siente hacia él.
La circunstancia de casar Espartero en Logroño con la hija de un rico hacendado riojano, no daba motivos a los manchegos para hacerse extraños a las obligaciones anejas a los vínculos de paisanaje.
Hace 30 años fui a Granátula con el exclusivo objeto de visitar la casa donde nació el Príncipe de Vergara; y al penetrar en aquel hogar modestísimo, y ver las habitaciones donde estuvo el taller de carretería, la imaginación me representaba la labor de cultura y perseverancia que había tenido que realizar el manchego más prestigioso de los tiempos pasados y presentes para llegar en la escala de los merecimientos sociales desde el primer peldaño hasta el que está representado por la Regencia y la Candidatura al trono.
Yo echaba de menos en aquel edificio las obras de ampliación necesarias para instalar un Museo Provincial, donde estuvieran reunidas todas las obras que de Espartero se han ocupado: trofeos guerreros, retratos suyos y de la familia, y cuanto pudiera interesar a los que visitasen aquellas tradiciones del gran patricio.
A este propósito recordaba yo cómo en otros países se visitan y veneran estimando como reliquias de valor inapreciable, cuanto en vida tuvo relación con los hombres que más enaltecieron a su patria desde la Gobernación del Estado o cultivando algún ramo de la ciencia. El Ayuntamiento de Granátula debió iniciar una Suscripción pública para adquirir el inmueble donde nació el gran manchego, y ésto era tanto más llano, cuanto que no se hubieran precisado más de 2.000 o 3.000 pesetas.
Uno de mis primeros actos en la Diputación Provincial fue proponer que se erigieran en Ciudad Real dos estatuas: una a Espartero y otra a Monescillo.
Para la primera, me parecía de perlas la plaza del Pilar: y para la segunda, los jardines del Prado.
El hecho de tener Espartero una estatua en Madrid y otra en Logroño, no excusa a mis paisanos de pagar la deuda de cariño y admiración que con el ilustre caudillo tenemos sin saldar.
Francisco Rivas Moreno
En Los Grandes Hombres de mi Patria Chica (Imprenta del Real Monasterio de El Escorial, 1925)
Se ha actualizado la ortografía original
Imagen: Estatua ecuestre de Espartero, Príncipe de Vergara, en Madrid, confluencia de las calles Alcalá y Velázquez. Esculpida por Pablo Gibert y fundida en los talleres barceloneses de José Comas Blanc, 1886.