Imagen 1

Galería

José Aguado Villalba
Toledo.
1919 -
Toledo.
2007.
Ceramista.

Nació en Toledo como tercer y último hijo de Sebastián Aguado y María Luisa Villalba, eminentes ceramistas los dos. De niño se crio en este ambiente artístico del palacio de la Cava que había dejado detrás el pintor Matías Moreno, último propietario y padrastro de su madre, María Luisa, que lo heredó.

Muy temprano mostró gran interés por el taller de sus padres y ellos lo fomentaron, introduciéndole paso a paso en el mundo de la cerámica y procurándole clases particulares de personas de su confianza. Hay una foto en la que se le ve pintando en el taller (Imagen 2).

Según Mario Arellano, entró, después de obtener el grado de segunda enseñanza, en la Escuela de Artes y Oficios de Toledo para estudiar las asignaturas de Cerámica y Vidriera Artística, Dibujo Artístico y Esmaltes sobre Metales con profesores de renombre, entre ellos Julio Pascual (p.248).

Comprensiblemente, constan pocos datos oficiales de aquellos años sobre José Aguado, hasta que en 1943 recibió una Mención Honorífica en la Exposición Provincial Artesanal o cuando en 1945 ganó el Premio extraordinario de Cerámica de la Escuela de Artes de Toledo. Hoy día es difícil imaginarse qué huellas habrá dejado en este joven la década que seguía la muerte de su padre en 1933.

Al terminar sus estudios en la Escuela de Artes, José Aguado siguió a su madre en el puesto al frente del taller familiar con los cinco trabajadores de entonces y ella se dedicó plenamente a sus clases de cerámica en dicho centro. Luego Agudo compaginó su labor en el taller con el puesto de ayudante meritorio cuando se juntó a su madre en la Escuela a partir de 1953.

En 1959 se casó con Mᵃ Matilde Gómez Rojas; las dos hijas de este matrimonio, Rosalina y Matilde, iban a aprender tanto en el taller de su padre para convertirse en sus fieles colaboradoras en cuanto fuera necesario, aparte de emprender sus propios estudios académicos: Rosalina llegó a ser licenciada y doctora en Historia de Arte, mientras que Matilde optó por hacerse Maestra Nacional y Profesora de Música, además de dar clases de cerámica después de graduarse en Artes Aplicadas.

En su libro El Tesón de un artista Rosalina y su padre hablan de que a principios de los sesenta, “…la producción [del taller] empieza a cambiar paulatinamente, llegando a una nueva concepción estética y decorativa. Su esposa [Matilde Gómez], mujer emprendedora, es el empujón que el artista necesitaba…” (p.115).

En 1963 José Aguado ganó el título de profesor de Cerámica y Vidrieras Artísticas por oposición y ejerció como tal donde antes habían dado clases ya sus padres.

Por sus investigaciones arqueológicas acerca de la historia de la cerámica toledana y por sus diversas publicaciones sobre todo aquello fue nombrado académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo en 1975, seguido por la designación como académico correspondiente de la Real Academia Lusitana y como consejero del IPIET, de la Diputación de Toledo.

Tres años después de su jubilación en 1990, le llegó otro reconocimiento de su contribución substanciosa a la vida cultural toledana con el Premio de la Real Fundación de Toledo, que le fue entregado por la reina Sofía en persona.

Casi nada de todo esto sabía yo cuando a principios de los noventa conocí a don José y su familia. En mi libro El Renacer de la Cerámica Toledana hablé de mi primer encuentro con él y cómo me impactó (p. 22). Como será difícil hallar uno de esos 20 ejemplares repartidos por Toledo, me permito citarme a mí mismo aquí:

“Le recuerdo como una persona muy culta, dedicada sin cesar a estudiar en el ámbito académico y, al mismo tiempo, superarse a sí mismo en la creación de piezas de cerámica, sea un azulejo en loza dorada, sea un panel de azulejos en mayólica o cuerda seca, sean unas vasijas con una decoración muy elaborada… En mi memoria lo tengo como un hombre muy discreto que pasaría desapercibido por la calle; pero en cuanto empezaba a hablar, con una voz muy fina, no siempre fácilmente audible, con una sonrisa algo tímida, digo: cuando empezaba a hablar de sus aficiones se le notaba enseguida su calidad de experto y como profesional de la cerámica. Y todo sin que le hubiera hecho falta darse un aire garboso para impresionar a su interlocutor. Impresionaba por sus conocimientos, por sus obras, por su humildad” (pp. 22-23).

Hablando con algunos que le conocían como profesor en la Escuela escuché algunas voces críticas: unos le reprocharon su carácter retraído, otros que no estaba dispuesto a revelarles todos los secretos del oficio, ni a abrirse al panorama mundial de la cerámica contemporánea.

Por su formación singular, sin duda, tenía un concepto tradicional y más bien conservador de la cerámica, lo que en la década de los sesenta, como tarde, iba necesariamente a chocar con las nuevas tendencias en boga, que estaban ganando terreno en el ámbito nacional.

Quizás él soportara mal que alumnos rebeldes con experiencia profesional infinitamente menor que la suya intentaran imponerle un currículo en que él no veía suficiente sentido. Por otro lado, los productos de su taller seguían teniendo tanto éxito, incluso más allá de Toledo, que antiguos alumnos copiaban sus motivos y su estilo personal.

El caso era que “Aguado, Toledo” era, y todavía es, toda una marca codiciada y no creo que me equivoque diciendo que a su esposa, doña Matilde, no le gustaba nada aquella competencia, a sus ojos, desleal. Ella estaba claramente al timón de la empresa familiar, procurando que su marido pudiera dedicarse plenamente a sus quehaceres investigativos, artísticos o lectivos. Se sentía muy orgullosa de contar entre sus mejores clientes a la reina doña Sofía, como me dio a entender al contarme la anécdota graciosa que cuando un día acudió a la puerta con el cabello en rulos, se topó con la reina, que, en su visita a la Feria de Artesanía de Castilla-La Mancha (FARCAMA), había echado de menos el puesto de don José.

En 1986, un año antes de su jubilación, José Aguado hizo el mural de 300 azulejos en cuerda seca para la oficina principal de la antigua Caja Castilla-La Mancha en la plaza de Zocodover, titulado “Un Toledo Soñado” (Imagen 4). Este cuadro impresionante me parece todo un manifiesto de su toledanidad; representa el panorama sur desde la legendaria Peña del Rey Moro, enmarcado por las dos aves fantásticas contemplándolo, por elementos vegetales como aquel árbol cuyas ramas sinuosas se extienden a través de casi todo el cielo y por diversos motivos florales. A mí me recuerdan el “Júgendstil” (i.e. modernismo en español, pero más explícito “stile floreale” en italiano).

Componentes como estos, igual que otros de origen islámico, sefardí o renacentista vemos también en muchas placas suyas decorando las calles del casco toledano (Imagen 6).

Además, exposiciones en Panamá, París, Munich y La Habana como su participación en numerosos congresos ceramológicos y en jurados de varios concursos atestiguan su categoría profesional.

Equivalente a la apreciada marca “Ruiz de Luna”, la marca «Aguado» no sólo debe su éxito a la perfección célebre de sus productos, sino también a su fortísimo arraigo local. Salvando las diferencias en el tamaño de los dos talleres, hay que constatar que la marca “Aguado” se fabricó durante más o menos un siglo, mientras que la correspondiente de Ruiz de Luna terminó de producirse después de poco más de cincuenta años. Gran parte de este fenómeno, me parece, radica en lo que Juan Manuel Pradillo confirmó en los noventa: “… la familia forma un todo (…), haciendo una excepción en la ciudad de Toledo” (p. 617).

José Aguado no solo continuaba la tradición familiar, sino que, quizás debido a un empujón de su mujer, creó un estilo singular y fácilmente reconocible, que gustaba mucho a sus clientes, pero que fue considerado anacrónico por muchos ceramistas de la postguerra, que se propusieron dejar los regionalismos atrás y acoplarse a las tendencias internacionales.

Pero él, fiel a sí mismo, siguió creando letreros exquisitos como este (Imagen 7), cuando ya cumplía 86 años. En 2013 el Ayuntamiento le concedió el título de Hijo Predilecto de la Ciudad de Toledo.

En total conté 41 publicaciones suyas en la revista Toletum y 27 otras, ¡entre ellas un cursillo de apicultura!

Fuentes:

  • Aguado Gómez, Rosalina y José Aguado Villalba, Sebastián Aguado – El tesón de un artista, Toledo, Artes Gráficas Toledo, 1995.
  • Arellano García, Mario, “Necrológica del Ilmo. Sr. D. José Aguado Villalba”, Toletum, Toledo, nº 54 de (2007), pp. 247-254.
  • Lach, Karl, El renacer de la cerámica toledana en el siglo XX, Bad Marienberg, 2020, 2ᵃ edición.
  • Pradillo, J. M., Alfareros Toledanos, Toledo, Junta de Castilla-La Mancha, 1997, tomo II.

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