Nació en Ciudad Real el 30 de octubre de 1877. Su padre, Daniel Castillejo, era abogado de la red de ferrocarriles y procedía de Extremadura. Su madre, Mariana Duarte Pérez de Madrid, era natural de Alcolea de Calatrava (emparentada con la familia del poeta Ángel Crespo). José era el mayor de cuatro hermanos y estudió bachillerato en el Instituto de Ciudad Real, que terminó en 1893.
Formación.
El padre, preocupado quizá por su insuficiente rendimiento, decidió enviarlo al colegio de los agustinos en El Escorial (donde coincidiría, entre otros, con Manuel Argüelles –ministro de Alfonso XIII– y con Manuel Azaña). Estuvo allí durante tres años, en los que estudió los tres primeros cursos de Derecho. Concluyó en la Universidad Central de Madrid en 1898, con la calificación de sobresaliente. En 1899-1900 realizó el doctorado y su tesis trató la codificación del Derecho Civil en Alemania. En este último año concluyó también sus estudios de Filosofía y Letras y en 1919 defendió su tesis en esta última Facultad sobre la situación de la educación en Inglaterra, país que le atrajo siempre.
Al terminar sus estudios de Derecho, entre 1900 y 1901, conoció a Francisco Giner de los Ríos, quien le recomendó vivamente el estudio del francés, (y seguidamente, el alemán) cosa que el joven abogado manchego hizo en los meses siguientes. Posteriormente frecuentó a personas y entornos de la Institución Libre de Enseñanza y les acompañó en sus excursiones por la sierra madrileña.
Durante 1903 y 1904 Castillejo disfrutó de una pensión en Alemania, costeada por la Universidad de Oviedo tras los ejercicios correspondientes, para continuar sus estudios sobre Derecho Civil y después tuvo también una estancia en Londres. En su viaje por distintos países de Europa, que marcaría su posterior trayectoria, hizo un contraste de sociedades con cierto deslumbramiento. Por ejemplo, el 14 de abril está fechada una carta, enviada desde Berlín a su padre en Ciudad Real, que comenzaba así: “Querido papá:… Me disgustan las calamidades que por ésa tenéis. La sequía será un azote perpetuo de esa región que no encuentra su remedio sino en un grado de civilización y adelanto agrícola y espíritu de asociación que ahí no puede soñarse. Y la langosta será la plaga cuasi eterna porque ahí opinan que Dios sólo puede acabar con ella, y Dios no se apresura a realizar lo que es tarea de los hombres. Creo que por aquí duraría poco. Nosotros con quejarnos arreglamos el negocio (…) Yo no me canso nunca de andar por estas calles y jardines. ¡Qué limpieza, qué orden y qué ventilación! ¡Ni un mal olor, ni una basura, ni un atropello, ni una voz destemplada! Aquí no se venden periódicos ni ninguna clase de mercancías por las calles, ni nadie pregona ni anuncia ni vocea. El que quiere comerciar tiene su tienda o su kiosco. La circulación se hace con una regularidad pasmosa. En cada bocacalle hay un municipal, en el centro de la calle, cuadrado y rígido, con su casco negro de acero. Aquel es el jefe a cuya más pequeña señal todo el mundo obedece. Los coches que van pasan a la izquierda, los que vienen a la derecha; todos se detienen si él alza la mano. A su voz los transeúntes se paran, se alinean y evolucionan como un ejército” (Los intelectuales reformadores de España. Epistolario de José Castillejo. I Un puente hacia Europa 1896-1909. Madrid, 1997, pág. 146).
La cita es larga, pero merece la pena su lectura. Con la ventaja de la distancia, Castillejo incidía con agudeza en algunos problemas estructurales que, según pensaba, afectaban a la sociedad española de principios del siglo XX. El agua era uno de esos problemas constantes y, según el análisis del viajero, lo que importaban no eran tanto las carencias hídricas, sino su aprovechamiento. Junto a la falta de agua estaba el azote de las plagas, como la langosta, y su efecto históricamente demoledor sobre las cosechas. De nuevo, el contraste entre la sociedad alemana y la española volvía a ser importante, al plantear respuestas bien diferentes. Efectivamente, la fe religiosa no suministraría soluciones, como tampoco hacían llover las rogativas en tiempo de sequía, a pesar de las creencias. Por su parte, las instituciones públicas venían demostrando durante el XIX una actitud cicatera a la hora de financiar los medios para combatir la plaga que consistían, generalmente, en métodos tradicionales como la recogida manual de los insectos, la introducción de ganado en los campos infestados o las roturaciones de los mismos.
Castillejo llamaba también la atención sobre la conveniencia del asociacionismo como medio para alcanzar el progreso. Evidentemente, existían asociaciones en España, pero en gran número tenían una orientación volcada más al ámbito lúdico-recreativo (detrás de las que, no obstante, podían amagar tímidamente organizaciones políticas), que al de los intereses profesionales y/o reivindicativos.
El deslumbramiento de Castillejo, en suma, era tan poderoso que le llevaba a construir una imagen casi mítica del Berlín de principios de siglo. Sin negar las evidentes diferencias de desarrollo, conviene no olvidar que este contraste se acentuaba por el lógico impacto que la vida urbana producía entonces en un intelectual procedente, a fin de cuentas, de un medio notablemente ruralizado.
Otra cuestión que trataba Castillejo en sus cartas, en este caso desde Londres, era la religiosa (Los intelectuales reformadores de España. Epistolario de José Castillejo. I Un puente hacia Europa 1896-1909. Madrid, 1997, págs. 270-271). En Ciudad Real el tema en candelero era una propuesta de colocar una nueva estatua religiosa en un lugar público: “Lo que me cuenta Pilar del proyecto de estatua lo creo un error terrible y que (me alegraría equivocarme) les va a costar muchos disgustos. No pasará mucho tiempo sin que ocurran profanaciones, las unas de barbarie, las otras de malicia y cualquier día rodará por el suelo. Hay que esperar para hacer monumentos a que los pueblos estén en grado de cultura necesaria, y el medio educativo no son monumentos piadosos. A un niño no le darías objetos sagrados para jugar, no sólo porque los rompería sino porque perdería la reverencia. Es muy peligroso hacer a los dioses demasiado familiares. Bien que aquellas imágenes que en las calles nos legó la Edad Media hayan resistido (no todas) las injurias del tiempo y los hombres, pero querer resucitarlas y en estos momentos en que puede parecer una provocación, me parece una idea poco meditada. Un pueblo que no tiene ni agua debe ser modesto, sobrio, hasta pobre en la dotación de sus iglesias y su culto. A mí se me figura muy poco habilidosa la política de la Iglesia en los últimos tiempos en España y alguna parte tiene ella en los tristes días que la aguardan. Y advierto que digo esto creyéndolo lo mejor para la Iglesia. Lo mismo diría por ejemplo del partido republicano que en vez de hacer una labor honda de cultura juegue batallas con insultos de verdulera. Pero de ambas cosas no sé yo una palabra ni tengo motivos para hablar”.
A Castillejo le parecía “muy poco habilidosa la política de la Iglesia en los últimos tiempos en España”. Con esta frase aludía al proceso de penetración social que la Iglesia había acometido desde los orígenes de la Restauración alfonsina. Tras la quiebra que supuso la revolución liberal (problemas económicos debidos a las desamortizaciones, abandono de los principios teocráticos del poder, penetración del Estado en ámbitos como la educación o la beneficencia, etcétera), el regreso de la monarquía selló un nuevo marco de relaciones entre el poder político y la Iglesia, claramente favorable a ésta, para la recuperación de su protagonismo en la vida social. El incremento de congregaciones religiosas o de publicaciones católicas, las orquestadas demostraciones públicas de piedad o la aplastante presencia en la educación son buena muestras del avance católico que, por otra parte, encontró también su reverso en la resurrección del anticlericalismo desde los años finiseculares, que tuvieron, por ejemplo, una importante representación con los conflictos en torno a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la imaginería que la rodeaba.
A su regreso de los viajes, en 1905, obtuvo una cátedra de Derecho Romano en la Universidad de Sevilla. En enero de 1906 fue nombrado agregado en el servicio de información técnica y de relaciones con el extranjero, del Ministerio de Instrucción Pública, cargo que le sería de gran utilidad para adquirir experiencia en su próximo trabajo en la Junta para Ampliación de Estudios e investigaciones (JAE). En ese puesto administrativo Castillejo realizó su trabajo en estrecho contacto con Giner de los Ríos, como inspirador intelectual de los nuevos proyectos, y con el conde de Romanones, muy sensibilizado asimismo por los problemas educativos.
Castillejo y la JAE.
La JAE se creó por real decreto del ministro de Instrucción Pública –el liberal Amalio Gimeno– en enero de 1907 y Castillejo asistió el 15 de enero a la reunión convocada por el Ministerio de Instrucción Pública para su constitución. Un real decreto nombraba presidente de la JAE al científico español de mayor prestigio en esos momentos, Santiago Ramón y Cajal, y una real orden designaba a Castillejo su primer secretario, puesto del que cesó el 5 de febrero de 1908.
Cuando era catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid solicitó pensión, que fue concedida, para estudiar problemas actuales de la educación con el análisis y orientaciones en los principales países europeos: Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, y Suecia. Pero hizo renuncia a la pensión.
En febrero de 1910 volvió a ser nombrado secretario de la JAE y ocuparía este puesto hasta enero de 1935. Como se sabe, el principal objetivo de la JAE fue enviar al extranjero a personas de muy diferentes disciplinas con el fin de que conocieran el desarrollo de sus respectivas áreas en otros países y pudiesen luego volcar sus experiencias adquiridas en España. En ese sentido Castillejo realizó una labor impresionante, buscando vías y centros para enviar a estudiantes o profesores al extranjero, tanto en Europa como en América. Por ejemplo, en el verano de 1919 aprovechó un viaje particular a los Estados Unidos para llevar una delegación honorífica del Ministerio (Real orden 29 marzo 1919), que facilitó su visita a instituciones muy diversas. Visitó centros docentes como las universidades de Columbia, Chicago, Cornell, Harvard, Johns Hopkins, Illinois, Michigan, Mínnesota, Pennsilvania, Princeton, Wisconsin o Yale; los Colegios de mujeres de Bryn Mawr, Radclife, Smith, Vassar y Wellesley; o la Escuela politécnica de Massachussets. Visitó también algunos de los Museos e Institutos científicos de las fundaciones Carnegie y Rockefeller, especialmente el Rockefeller Institute de Nueva York para investigaciones médicas; el Departamento de educación de Wáshington; las Escuelas Normales de Nueva York y de Chicago; y otros centros o laboratorios de menor importancia.
Pero la JAE no se limitó a esta política de becas (Junta de pensiones la llamaban sus denostadores) sino que bajo su impulso se crearon otros centros de primera importancia para el desarrollo o de la investigación en España: Centro de Estudios Históricos, Residencia de Estudiantes y de Señoritas, Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza, Instituto de Biología Ramón y Cajal o el Instituto de Física y Química.
En el curso 1908-09 se vio forzado a reincorporarse a sus tareas docentes y lo hizo como catedrático de Derecho en la Universidad de Valladolid. En 1920, mediante concurso de traslado, consiguió la cátedra de Derecho Romano de la Universidad Central de Madrid.
En 1922 contrajo matrimonio con la británica Irene Claremont, a la que había conocido a través de la familia Cossío, y en 1927 fue nombrado, a título personal, miembro del Comisión Internacional de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. Al margen de la JAE, Castillejo puso en marcha la Escuela plurilingüe que, según algunas opiniones, fue su idea más renovadora en el ámbito educativo. Era una escuela experimental de naturaleza privada. Los profesores, de distintas nacionalidades, enseñaban en su propia lengua, con lo que los alumnos terminaban con un excelente nivel en una segunda o tercera lengua. En un momento determinado surgieron desavenencias entre un sector del profesorado por motivos laborales y la Escuela se escindió.
Volviendo a la actividad de la JAE cabe destacar que su principal peculiaridad era la independencia, pues si bien se sufragaba con fondos públicos (aunque también había donaciones de españoles que habían hecho fortuna en América) lo cierto es que la Junta exigió y puede decirse que consiguió casi siempre una muy amplia independencia de los sucesivos gobiernos a la hora de conceder o rechazar las becas. En este sentido hay que destacar la habilidad de Castillejo que conocía muy bien el funcionamiento de la Administración española y cultivaba a fondo sus inmejorables relaciones con todo el espectro político. Esta cita de Alberto Jiménez Fraud en su Historia de la Universidad española, resume bien la labor de Castillejo en este terreno: “trabajaba incesantemente en su oficina, visitaba los centros de la Junta, frecuentaba diariamente el Ministerio para contrarrestar los continuos entorpecimientos que la rutina administrativa la incomprensión del intento o la mala fe de sus enemigos creaba, atendía la complicada y minuciosa administración de los fondos, buscaba fórmulas jurídicas que facilitasen el funcionamiento de las nuevas creaciones, mantenía contacto directo con pensionados, profesores, directores y alumnos de los centros, desenredando las infinitas dificultades que la novedad del intento, la falta de recursos y la inseguridad de la continuación suscitaban, viajaba a costa propia y establecía contacto con centros y personas extranjeras, estudiaba, se informaba…”.
Un buen balance de la dimensión de la JAE puede ser éste que aporta Buenaventura Delgado: “La JAE fue el principal órgano de la renovación educativa del país. La estrategia fue diseñada pacientemente por Giner de los Ríos y tuvo en Castillejo su fiel ejecutor, tanto en la prudencia como en la eficacia y acierto en escoger a la persona idónea en cada misión”.
El 13 julio de 1931 la República creó por decreto la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas. Al frente del mismo estuvo el médico Teófilo Hernando y para la dirección administrativa fue nombrado José Castillejo. Se confirmaba así la larga trayectoria de Castillejo en las cuestiones relacionadas con la investigación.
Al comenzar la Guerra Civil Castillejo no se sentía seguro en el Madrid republicano y a través del ministerio de Exteriores británico consigue salir de España, junto con su familia. Obtuvo la dirección de la International Students Union, en Ginebra, ciudad en la que permaneció dos años. En 1939 se reunía con toda su familia en Londres. En 1937 publicó su libro Guerra de ideas en España y comenzó a colaborar con unas charlas radiofónicas en La Voz de Londres (BBC), en las que abordaba temas de actualidad política internacional. Los últimos años de su vida fue profesor de español en la Universidad de Liverpool. José Castillejo murió en Londres el 30 de mayo de 1945.
Tres visiones.
Tres citas más pueden servirnos para acercarnos al perfil personal de Castillejo. La primera es de Antonio Jiménez-Landi, uno de los principales historiadores de la ILE, que escribía lo siguiente: “…la secretaría de la JAE se entregó a don JCD, discípulo de don Francisco (Giner), austero, eficaz, hábil y constante…”. La esposa de Castillejo, Irene Claremont, por su parte recogía en su autobiografía, Respaldada por el viento, esta otra opinión sobre su marido: “Madariaga ya dijo que en José Castillejo confluían la inocencia de la paloma con la astucia de la serpiente”. Y, por último, José García-Velasco, analizando las memorias de la JAE y la correspondencia de Castillejo, destacaba su austeridad, su obsesión por el ahorro en el gasto público, su actividad en el seguimiento de los centros o su discreción, y trazaba el siguiente perfil: “Castillejo era el encargado de que las decisiones (siguiendo la norma no escrita y al parecer impuesta por Cajal) se tomaran por unanimidad en el órgano directivo de la Junta, y de procurar el necesario apoyo de los ministros. Todo ello requería mucha habilidad, mano izquierda, tacto, capacidad de persuasión, flexibilidad y también abundante energía y terquedad, pero aún más, claridad de juicio y autoridad”.
Obras:
- La forma contractual en el Derecho de sucesiones, Madrid, Imp. Hijos de M. G. Hernández, 1902.
- La educación en Inglaterra, Madrid, Ed. La lectura, 1919.
- Las universidades, la enseñanza superior y las profesiones en Inglaterra, Madrid, Museo Pedagógico Nacional, 1919.
- Ejercicios y casos de Derecho Romano, Madrid, Ed. Aldecoa, 1930.
- Historia del Derecho Romano, Librería general de Victoriano Suárez, Madrid, 1931.
- La Escuela Internacional española. Orientaciones y proyectos. Madrid, 1933.
- Wars of Ideas in Spain. London, John Murray, 1937.
- Guerra de ideas en España: Filosofía, política y educación, Madrid, Revista de Occidente, 1937. Primera edición.
- Epistolario. Editado por su hijo David Castillejo Claremont en tres volúmenes: Los intelectuales reformadores de España: I- Un puente hacia Europa (1896-1909); II- El espíritu de una época (1910-12) y III- Fatalidad y Porvenir (1913-1937). Epílogo, 1945-1998′, Madrid, Castalia, 1997-1999.
- José Castillejo en la BBC (Londres, 1943).