Díaz Gómez, José

Galería

José Díaz Gómez
Campo de Criptana (Ciudad Real).
1930 -
Madrid.
2015.
Pintor.

Con pocos años la familia se traslada a Carrión de Calatrava. Pierde a su padre en la guerra civil, y tiene que comenzar a trabajar desde niño obligado por las circunstancias para mantener a sus tres hermanos y su madre, hecho que le impide asistir a la escuela. En todas sus biografías añade que la primera inclinación a la pintura se la debe a su padre, quien le facilitó un cuadernillo con consejos y viñetas, en las que cuenta cómo un niño llamado “Josillo”, triunfa como pintor, documento premonitorio que supuso para él, un incalculable valor.

Tras realizar el servicio militar en 1952, se instala en Madrid, como pintor-decorador, oficio que combina con su enorme afición por la pintura de brocha “fina” al tiempo que va introduciéndose en los ambientes artísticos de la época, adquiriendo una formación autodidacta. En 1956 presenta su primera exposición en Valladolid, y en 1957 se traslada a París.

El descubrimiento del pintor Stäel influye poderosamente en su estilo abstracto de la primera época. Participa en la Bienal Internacional de París de 1961, 1963 y 1965, quedando finalista en la primera y en la última. Su obra forma parte de la exposición “20 pintores de la Escuela de París”, itinerante por Estados Unidos, entre 1963-64. Participa varios años en el “Salón de la Jeune Peinture”. En 1964 presenta una exposición individual en la Dirección General de Bellas Artes de Madrid. Desde esta fecha hasta 1977, en que regresa definitivamente a España, pasa largas temporadas aquí, presentando exposiciones cada dos años en Madrid y otras ciudades españolas. Instala su estudio en la capital del Reino en 1966, y continua su actividad en París con exposiciones individuales y colectivas.

Su actitud de constante búsqueda y las frecuentes y prolongadas visitas a España, le llevan a estudiar los clásicos españoles y, con ello, a la figuración. El resultado es la serie de interpretaciones de temas velazqueños que llega hasta finales de los años setenta, con esa pincelada suelta y elegante, donde llena el cuadro de aire creando atmósferas de ritmos y reflexiones. Esta búsqueda pictórica de “lo español” le introduce en el mítico tema taurino, por otra parte, su vocación desde niño. En los ochenta, el paisaje -la gran constante de su obra- queda plasmada en las series de paisajes urbanos de grandes ciudades europeas. En 1977 realiza numerosas exposiciones entre las que destacan Venezuela y Moscú. Esta última, en 1987, tuvo una gran repercusión. A partir de 1990 vuelve a la abstracción y a los collages hechos con una rotundidad formidable y de un gran valor visual.

De él ha dicho Francisco Umbral que era “un manchego de París, rojo del Gijón, chico alicatador que un día decidiera alicatar su vida, su alma lo que iba por dentro, la vocación o sea, y se entregó al abstracto, a la materia, con vocación de genio y voz ce pueblo”.

“Un albañil en colores” le llamó Raúl del Pozo, “que un día descubrió el Louvre. Pinta en Madrid, en un estudio bellísimo donde vamos los amigos a jugar al póquer y donde anidan las palomas”.

Manuel Vicent describe a Pepe Díaz como “la elegancia de un instante intermedio captada como un humo dormido que se posa en el lienzo formando el alma de las figuras y lo paisajes”.

Jean Bouret consideraba a José Díaz como “uno de los mejores pintores españoles del momento. Es uno de los más inteligentes, de los más generosos también”.

Tomás Paredes nos describe su obra como “composiciones de rico empaste y amplia textura, donde las tierras se hacen cuerpo y dolor, y las rastrojeras se tiñen de tragedia, de calor o lejanía”.

Y el crítico Santiago Amón escribió sobre él, destacando su hondo y feliz sentimiento barroco. Motivo de la conferencia “Tauromaquia liturgia y sentimiento barroco” Santiago Amón y Antonio Bienvenida, con motivo de la exposición del autor “Tauromaquia” Galería Forma 2 (Madrid, 1975)

En la obra de Pepe Díaz se respira el aire de Velázquez y la rebeldía de Goya; admirador de la figura de Sancho más que la pura entelequia de don Quijote, que no se dio tregua en sus comienzos pensando que había llegado tarde, bebiendo del Prado y del Louvre del café Gijón, o de la cervecería de Correos, que conoció a Gaya Nuño, Ortega Muñoz, Paco Umbral, Raúl del Pozo, Manuel Vicent, los grandes del “pincel de la palabra” que insuflaron a este “campesino manchego” devorador de música clásica y flamenco puro, mejor cocinero a la vez”, como le definió Alfredo Mañas, en su texto “La fiesta de la vida”. Coinciden sus críticos en definir a José Díaz como “un producto de la ‘Ecole de París’ síntesis del arte internacional de momento”.

Ha llevado siempre ese porte castizo, airoso del mejor torero oculto por sus venas. Acostumbraba a citarse con el cuadro al retirarse para observarlo, tomando distancia y luego, como si arrastrase el capote con la mano izquierda, regresaba lentamente a él, mientras la mano derecha sujetaba su barbilla. El cuadro estaba terminado…

Pepe Díaz, nunca renunció al origen de su nacimiento y llevó el nombre de Campo de Criptana allende las fronteras. Los penúltimos agostos venía por este pueblo, a fallar los premios de pintura, que llegó a tener un certamen de dibujo que llevaba su nombre, y en 1996 celebró una exposición antológica en el Museo Municipal del Pósito, con motivo de la inauguración de este Museo, y en el 2015 se inauguró una sala de exposiciones en la Casa de Cultura, que lleva su nombre. Estar junto a él era una fiesta, un constante revuelo de capotes y fantasía, quiebros con frases para la memoria, que acentuaban sus ojos pícaros; como si estuviera apoyado desde la contrabarrera de la vida, sabiendo que ya lo ha visto todo.

Su obra figura en las siguientes instituciones:

  • Museo de Arte Moderno de París, Museo de Toulouse, Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Banco Hipotecario, Registro de la Propiedad y Ministerio de Justicia de Madrid. Y en colecciones particulares de Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Suiza, Bélgica, Venezuela y España.
  • Grande y manchego, la estrella de Pepe Díaz, no debe perder brillo porque el paso del tiempo haya sido ingrato con él.

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