Fotografía de Alfonso.

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José Serrano Batanero
Cifuentes (Guadalajara).
1879 -
Madrid, .
1940.
Abogado, Periodista, Político.

Nació José Serrano Batanero en Cifuentes (Guadalajara) en 1879, en el seno de una familia conservadora y de gran relevancia cultural en la provincia de Guadalajara; su padre, Félix Serrano Sanz (nacido en Ruguilla, Guadalajara), fue uno de los médicos más prestigiosos de la provincia en aquel tiempo; y su tío, Manuel Serrano Sanz, además de catedrático en las Universidades de Madrid y Zaragoza, historiador de reconocida trayectoria, así como Cronista Oficial de la Provincia de Guadalajara, en cuyo cargo le sucedería su sobrino, Francisco Layna Serrano, a su vez, primo hermano de Serrano Batanero, siendo D. José testigo de la boda de Layna Serrano, muy a pesar de que, pasado el tiempo, las ideas políticas de ambos los enfrentarían. Su madre, Epifania Batanero Palafox, natural de Cifuentes, fue hija de otro de los médicos de aquella población.

Llevó a cabo sus primeros estudios en Cifuentes, de donde pasaría a Zaragoza, en cuya Universidad se iniciaría en los estudios de Derecho, que abandonaría para llevar una vida bohemia, recorriendo gran parte de Hispano-América, como el propio Serrano Batanero reconocería tiempo adelante, al dar cuenta de que había visitado: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Méjico, República del Ecuador, toda la América, en fin, del Sur y gran parte de la del Norte.  Por supuesto, Europa, también.

Regresó a su localidad natal, procedente de Argentina, en el mes de abril de 1904, año que quedaría marcado en su memoria, pues en el mes de diciembre de ese año llegaría a Cifuentes un extraño personaje, Bibiano Gil, para encargarse de una de las ermitas de la población, pasando a ser conocido como “el ermitaño de Cifuentes”; personaje que desaparecería en el mes de febrero de 1905. De la amistad que Bibiano Gil mantuvo con Serrano Batanero, este llegaría a la conclusión de que el ermitaño había sido asesinado, como así fue; encargándose Serrano Batanero de contar a la prensa, provincial y nacional, todos los pormenores del caso, dándose a conocer como periodista y fotógrafo, al tiempo que fue nombrado corresponsal de algunos medios de prensa, en Guadalajara y Cifuentes.

Reanudaría en este tiempo sus estudios de Derecho, licenciándose en la Universidad de Zaragoza en 1909, en cuya Universidad demostró tener capacidad de líder, ya que comandó las milicias estudiantiles en los congresos escolares que tuvieron lugar en aquellos años en Zaragoza, Valencia y Barcelona.

Regresó a su Cifuentes natal, donde se establecería como abogado, antes de marchar en 1910 a Madrid, en donde ingresaría en el Círculo de la Juventud Liberal, en cuya sociedad ejercería como vocal. Al tiempo que comenzaba a destacar como abogado penalista.

Su fama de buen orador lo lanzó al estrellato mediático de los abogados de prestigio. Sus primeros casos fueron seguidos por la prensa, que ensalzó sus alegatos en defensa de sus patrocinados, y si comenzó con el simple crimen de un pinche de cocina, poco a poco fue ascendiendo en el escalafón legislativo hasta llegar a intervenir en casos tan mediáticos como “El crimen del Capitán Sánchez”; el no menos famoso del “Café de Fornos”, el crimen de Cabanillas, o el no menos mediático de la actriz Concha Robles, asesinada sobre el escenario del teatro, etc. Don José Serrano Batanero protagonizó una de aquellas escenas que ha traspasado la frontera del tiempo, al presentarse con los hijos de su condenado capitán Sánchez ante las puertas del palacio real para, cuando saliese el rey, Alfonso XIII, pedir clemencia para su condenado a muerte. Que no la obtuvo.

Su fama como abogado penalista creció con el paso de los años, siendo uno de los tres o cuatro abogados imprescindibles en la prensa diaria. A lo que contribuyó en gran manera el fotógrafo Alfonso, autor de numerosos de los fotogramas judiciales en los que Serrano Batanero intervino, y con quien mantendría una profunda amistad llegando, Serrano Batanero, a ser testigo en las bodas de los hijos de Alfonso. Traspasando los límites de Madrid o Guadalajara, siendo constantemente invitado a dar charlas o conferencias en diversas provincias. A nada se negó, y menos aún a entrar en política cuando de resultas de sus actuaciones fue propuesto para tomar parte de la provincial, en un principio, desde la que dar el salto a la nacional. Participando en numerosas sociedades, como el Instituto Español Criminológico, del que sería vicepresidente. Todo ello, sin dejar su dedicación al periodismo, llegando a ser, a lo largo de la década de 1910 a 1920, director del semanario de Guadalajara La Crónica. Siendo miembro de la Asociación de la Prensa de Guadalajara. Al tiempo, pertenecería a otras numerosas entidades, significadas por la lucha de la clase obrera, como la Federación de Entidades Ciudadanas de España; y otras de carácter jurídico o social, como la Asociación Jurídica Internacional en su sección española, o la Sociedad Económica de Amigos del País; e incluso formó parte de alguna de las logias masónicas de Madrid.

Continuando la carrera que ya habían seguido algunos miembros de la familia Serrano Sanz, entre ellos su padre, optó a un puesto de diputado por Guadalajara en 1919, después de su ingreso en el Partido Liberal, enfrentándose al todopoderoso D. Manuel Brocas, secretario del Conde de Romanones en la provincia, por lo que fue derrotado. Compaginando estos primeros flirteos políticos con su imparable ascenso como abogado penalista que lo llevaron a que el Ayuntamiento de Madrid pusiese calle a su nombre, descubierta a modo de homenaje en aquel decenio, en el distrito de Vallecas.

A aquellos casos que intrigaban al pueblo se unieron otros de no menor interés político, llegando a actuar en el proceso sobre el asesinato del presidente del Consejo de Ministros, D. Eduardo Dato, defendiendo a Luis Nicolau, quien sería condenado a la última pena. Años después, en 1935, sería igualmente uno de los abogados defensores de los encausados en el llamado “proceso del octubre rojo” que tuvo lugar en el cuartel del Conde-Duque de Madrid, donde se juzgó a las milicias socialistas que desencadenaron los sucesos de la llamada revolución de octubre de 1934. Significándose después en el juicio sobre los sucesos de la calle de Magallanes, por terrorismo, contra algunos tranviarios madrileños. Más adelante sería uno de los juristas que hubo de verificar la legalidad del proceso llevado a cabo contra los capitanes Galán y García Hernández en el levantamiento de Jaca. Igualmente fue el abogado defensor de Pablo Iglesias en los procesos que se le siguieron a lo largo de estos años.

Diputado en el Congreso.

En las primeras elecciones legislativas que tuvieron lugar tras la proclamación de la República, en 1931, Serrano Batanero obtuvo un acta de diputado por Guadalajara, presentándose en las listas del Partido Socialista, si bien dentro de Alianza Republicana, de la que entonces formaba parte. Fue Serrano Batanero el primer diputado en presentar el acta de elección en el Congreso, correspondiéndole por ello abrir la primera sesión legislativa de las primeras cortes republicanas, en la que fue elegido presidente D. Julián Besteiro.

El enfrentamiento político familiar llegaría a que su primo, el historiador y cronista provincial Francisco Layna Serrano, lo definiese desde el lado políticamente opuesto:

…abogado, brillante orador, de gran talento; comenzó la carrera de Medicina dando a su padre no pocos disgustos por su carácter atolondrado, abandonó luego esos estudios empeñándose en irse a América con Eduardo Zamacois y otros bohemios como él, allí no sabemos lo que hizo; se hizo abogado en poco tiempo, pues según he dicho su talento y facultades asimilativas de toda clase de conocimientos son extraordinarios; ha leído mucho, tiene gran memoria, saca partido de lo que sabe con la ayuda de su imaginación. No sé qué mala idea le ha llevado a ser diputado en las Cortes Constituyentes de esta Segunda República que tan inesperada y pacíficamente advino y tan mal enfocan; y mucho me temo que mi primo Pepe Serrano Batanero se hunda como político teniendo dotes envidiables para destacar sobre todo entre la cáfila de ignorantes que forman el Congreso, y lo que es más triste, fracase como alcarreño que no acierta a interpretar el modo de sentir de nuestra provincia de Guadalajara.

 Había iniciado con aquello un ascenso imparable dentro del partido, y de la sociedad política española. Poco tiempo después sería nombrado presidente del Consejo de Administración del Monte de Piedad, futura Caja de Ahorros de Madrid, en donde se distinguió, a juicio de la prensa, en su persecución para acabar con el chalaneo de los prestamistas, desbancando de los cargos a la nobleza, para ser del pueblo y para el servicio del pueblo.

En esta misma época se distinguirá como defensor de los derechos de la mujer, dando charlas y conferencias en favor del voto femenino y la igualdad, en unión de Victoria Kent. De la misma forma que será un acérrimo defensor del idioma español, hasta hacer que durante la Conferencia Interparlamentaria celebrada en aquellos años por diputados de todo el mundo, uno de los idiomas oficiales fuese el español. Logro personal que explicaría con palabras sencillas: Hasta ahora por convenio internacional los únicos idiomas reglamentarios eran el francés, el inglés y el alemán, los españoles se negaron a hablar en aquellos idiomas y en consecuencia el español tuvo que ser aceptado. Quien se negó a hablar en aquellos idiomas fue el propio Serrano Batanero, representante español, junto a Clara Campoamor, y algunos senadores más.

El golpe militar del 18 de julio de 1936, originario de la Guerra Civil, llevó a Serrano Batanero a significarse más profundamente con el pueblo. A comienzos de 1936 había sido nombrado consejero permanente de Estado, y tras aquel vendrían otros nombramientos, entre los que figuraron el de presidente del Comité Directivo de la Confederación Española y del Instituto de Crédito de las cajas generales de Ahorro, cargo del que dimitió a comienzos de 1937 para pasar a ocupar un cargo de concejal en el Ayuntamiento de Madrid, presidido entonces por D. Rafael Henche de la Plata.

En meses sucesivos sería consejero delegado de Tranvías; consejero de Cultura; consejero del Monte de Piedad, etc. En función de tales cargos, así como por sus indudables dotes oratorias, recorrió los frentes madrileños de la guerra dando charlas a fin de levantar el ánimo de las tropas republicanas, rechazando, cuantas veces se le propuso, ocupar ministerios. Formando parte junto a otros conocidos abogados, entre ellos Victoria Kent, del comité de “Abogados Antifascistas”, entre otras muchas asociaciones siendo, desde su cargo en el Ayuntamiento de Madrid, uno de los responsables de la protección y evacuación del Museo del Prado, como delegado de Cultura, al tiempo que ejerció de anfitrión de las delegaciones extranjeras que por aquellos días visitaron Madrid.

En ningún momento, ni antes ni después de la guerra, mostró deseos de abandonar Madrid. Tampoco quiso marchar al exilio cuando la guerra estuvo perdida para los republicanos, no oponiendo ninguna resistencia a su detención, al término de aquella, el 27 de abril de 1939.

Fue juzgado en consejo de guerra acusado de “auxilio a la rebelión”, puesto que no se le pudieron probar otro tipo de delitos, encargándose de su propia defensa y dirigiéndose en todo momento a los miembros del tribunal que lo juzgaba como “señores rebeldes”, haciendo una alocución en la que con los códigos militares en la mano demostró a sus juzgadores que ellos eran quienes debieran enfrentarse al tribunal. Y entendiendo que aquellos habían cambiado las leyes para juzgar a sus adversarios, y sintiéndose por tanto él mismo adversario de quienes lo juzgaban, solicitó su propia pena de muerte, para vergüenza de quienes habían jurado defender las leyes por su honor de militares, convirtiéndose en traidores de su propio juramento. Admitiendo haber cometido el delito de ser leal a la legitimidad republicana que ustedes como golpistas han mancillado.

En ningún momento consintió que se dirigiesen a él sin anteponer el “don”, como le correspondía por sus estudios, nombramientos y títulos.

El tribunal militar que lo juzgó lo condenó a muerte: “Por garrote vil, como castigo a sus reiterados desacatos”. Siéndole conmutada esta pena por la de fusilamiento, que sería ejecutada en la madrugada del 24 de febrero de 1940, junto a las tapias del cementerio de la Almudena, de Madrid, sin permitir que le faltasen al respeto, ni le vendasen los ojos.

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