Juez, alcalde de Manzanares, presidente de la Diputación de Ciudad Real. Conocí a este ilustre magistrado en la Diputación Provincial. El representaba el distrito de Manzanares, y yo el de Ciudad Real.
Su carácter afable, su cultura extraordinaria y su austeridad de costumbres, eran estímulos poderosos para ganar el respeto y el cariño de cuantos le trataban.
En las Universidades de Valencia y Madrid, que fue donde hizo los estudios de la carrera de Leyes, dejó este prestigioso manchego recuerdo de su aplicación y saber, y un núcleo de amistades que no se extinguieron hasta su muerte, pues. D. Juan Caballero tenía el don de gentes en tal forma, que tratarle y quedar sujetos al imán irresistible de su amistad era obra del momento.
Antes de ser elegido diputado provincial, había desempeñado los juzgados de La Roda (Albacete) y Alcalá de Henares, cesando en este último por un rasgo de su carácter, que basta para dar los quilates de honorabilidad de aquel ciudadano modelo.
Habiendo ingresado en la carrera judicial con el beneplácito y ayuda de personas de la Real familia, cuando ésta fue a la emigración, como resultado del triunfo de la revolución de septiembre, él se consideró obligado a renunciar el juzgado y a no admitir ningún cargo hasta que triunfara la restauración de la Monarquía.
El presidente de la Audiencia y el ministro de Gracia y Justicia hicieron supremos esfuerzos para conseguir que Caballero retirara la renuncia, pues le tenían entre todos los jueces de España por uno de los más competentes y dignos, y era lógico que vieran con pena que la magistratura se privaba de los servicios de un funcionario de méritos tan relevantes.
Todo fue inútil, pues Caballero meditaba bien sus resoluciones, y en su ejecución ponía una voluntad recia y perseverante.
Retirado a Manzanares, abrió el bufete de abogado con gran contento de sus convecinos, que bien pronto le demostraron el aprecio y confianza que tenían en su dirección y consejo.
Convocadas en aquella oportunidad elecciones generales para diputados provinciales, los electores de Manzanares colocaron a Caballero en el primer lugar de la candidatura, y para su nombre no faltó ningún sufragio de los que se llevaron a las urnas.
Tenía 20 años más que yo, y también aventajaba en edad a muchos de nuestros compañeros de Corporación.
Avezado al estudio de los asuntos de bufete y de Juzgado, era natural que en la Diputación se destacase su notoria competencia sobre el buen deseo de los que empezábamos nuestra carrera política y administrativa.
Merecía Caballero la Presidencia de aquella Corporación, y por voto unánime de los diputados se le elevó a dicho cargo.
De cómo desempeñó su cometido, poco hay que decir, dejando ya consignado cuánto era su saber y cuán admirablemente se acomodaba a las disciplinas del compañerismo y a los vínculos de la amistad.
Hecha la Restauración, a Caballero se le ofreció su reingreso en la carrera judicial y fue nombrado Juez de Albacete.
Los años que estuvo en esta capital sirvieron para que se perpetuase su nombre como juez modelo; y al ser destinado a la fiscalía de la Audiencia de Benavente, Zamora, hubo en Albacete un sentimiento unánime de pesar, porque en todas las clases sociales Caballero había conseguido muy sinceros y profundos afectos.
Fue más tarde magistrado de la Territorial de Valencia y Cáceres, y terminó su carrera siendo fiscal de la de Jaén, porque sus dolencias le obligaron a pedir la jubilación.
Murió el 16 de agosto de 1900, en Manzanares, donde había nacido en abril de 1831.
En Albacete todos conocían a Caballero por el sobrenombre del buen juez y en todas partes donde ejerció la judicatura, los políticos encontraron en la austeridad y rigidez de aquella autoridad modelo un dique infranqueable a sus bastardas aspiraciones de pandillaje.
A las pocas semanas de encargarse Caballero de un Juzgado, las recomendaciones habían terminado, porque todos estaban convencidos de que no pondría su firma al pie de un fallo sin que éste se acomodara a los dictados de la justicia y a los cánones de su conciencia.
He oído referir en Manzanares casos del carácter de Caballero, que demuestran que no había en la vida ningún estímulo interesado capaz de doblegar su voluntad, cuando en su fuero interno sentía repugnancia moral hacia el asunto que se le recomendaba.
Una persona acaudalada, que cultivaba la amistad de Caballero y era su más devoto admirador, no teniendo herederos forzosos, pensó disponer de sus bienes en favor de Caballero; pero advertido éste de lo que se proyectaba, hizo constar que todo lo que viniera a sus manos por aquel camino, lo enviaría en el acto a los parientes más cercanos del amigo aludido.
Esta resolución fue tan firme, que hubo necesidad de anular el proyectado testamento.
Para corresponder a las desinteresadas atenciones que Caballero había dispensado a una persona de su intimidad que le utilizó como abogado, le envió una cesta con algunas chucherías, y un soberbio par de mulas para el coche. Las chucherías quedaron en casa de Caballero, pero las mulas volvieron a casa de su dueño con el mismo criado que las llevó.
Francisco Rivas Moreno
en Los Grandes Hombres de mi Patria Chica (Imprenta del Real Monasterio de El Escorial, 1925).