Galería

Juan Mauricio Sanguino Otero
Puente del Arzobispo (Toledo),.
1913 -
Toledo.
1972.
Ceramista.

En su libro sobre la historia de la cerámica de Puente, Bienvenido Maquedano constata: “El primer Sanguino vinculado al barro aparece reflejado en la documentación en el año 1829 como propietario de un horno valorado en mil reales”.

Mauricio y su hermano Pablo (1914 o 1915 – 1955 o 1956) eran hijos de Aquilino Sanguino Peccis, “… buen alfarero que trabajó en la afamada fábrica Francisco Nebot, hasta que sufrió un accidente en 1933 que le impidió seguir trabajando” (las dos citas se encuentran en la p. 59 de su libro). Seguro que con su padre se iniciaron los dos en trabajar el barro.

Cuenta Pradillo que con once años Mauricio entró en el taller de Ignacia del Mazo Cajo y con el tiempo se hizo un barrero notable (literalmente dice: “… manejaba [la rueda] con maestría” – tomo I; p.384). Sugiere que quizás cogiera el gusto luego a decorar piezas al observar pintar a las hijas de la dueña del taller.

Del hermano de Mauricio, Pradillo sólo dice que “hacía cobijas” (tomo I, p.385). Me parece bastante probable que los hermanos Sanguino trabajaban allí juntos por estar muy unidos siempre que podían.

Sin embargo, hacia mediados de los años treinta les tocó ser llamados a filas (Imagen 2), con suerte sobrevivieron la guerra y regresaron al taller. Se casaron y tuvieron hijos: Mauricio dos chicos y Pablo dos chicas más un chico, nacido en 1949 y nombrado “Aquilino” por su abuelo paterno, pero su madre siempre prefería llamarle “Pablo” y con este nombre se quedó.

En 1945 Mauricio y Pablo fundaron su propio taller en El Puente (Imagen 3); era allí donde cuatro años más tarde nació Pablo Sanguino Arellano a quien vemos trabajando de joven en el taller toledano de su tío en la imagen 5, de los años sesenta.

Durante unos ocho o nueve años la fábrica de Puente del Arzobispo estaba produciendo todo tipo de género al estilo “Puente”, cuando Mauricio entró en contacto con Lluis María Llubià Munné. Este se había hecho un nombre entre los ceramólogos por sus excavaciones en los testares de Muel, Murcia, Teruel, Villafeliche y después había venido a Puente para estudiar los restos de los testares locales del “Cerrillo” y del “Matadero” (para más detalles se puede ver el libro Barros y Colores).

El caso es que Llubià empezó a invitar algunos amigos suyos, pintores de vanguardia, que vivían en Madrid, a visitar el taller de los Sanguino en Puente los fines de semana para pasar un buen rato. Mauricio los escuchó hablar de Picasso en Francia y les proporcionó y preparó juguetes para que pudieran decorarlo, cada uno a su manera (Imagen 5).

Ellos, en cambio, le dejaron diseños suyos, y una vez establecida cierta confianza, le sugirieron salir de Puente y establecer su taller en Toledo capital, donde el turismo estaba creciendo más cada año y sus productos podrían tener mucha mejor salida.

Sin embargo, hacia mediados de los años cincuenta enfermó gravemente el hermano de Mauricio y falleció al poco tiempo, dejando detrás a su mujer, Manuela Arellano, y los tres hijos.

Es difícil saber si Mauricio tomó la decisión antes o después, pero lo cierto es que por estas fechas compró una fábrica en la carretera del Valle a Julián Corral Balmaseda y Fausto de León (como cuenta Pradillo en la p. 617 del tomo II) y después se marchó a Toledo con su propia familia y la de su hermano (Imagen 6). Dejó el taller de Puente en manos de Arturo de la Cal (1926), hijo de Galo de la Cal Rubio y Trinidad Fernández Carrasco (siempre según Pradillo, p.338, tomo I) y pintor de cerámica, que luego continuaría al mando hasta 1972.

Los comienzos en Toledo fueron complicados: Mauricio y sus cinco empleados se toparon con serios problemas porque el barro que se usaba en Toledo tiene propiedades muy distintas de las del barro de El Puente y el juguete se les rompió una y otra vez. Así que Mauricio no tuvo más remedio que traer tierra de Alcolea del Tajo, prepararla un verano tras otro y almacenar el barro resultante durante los inviernos para poder disponer de suficiente material el año siguiente. Las cocciones solían hacerse durante las noches para evitar que los turistas vieran el humo, según me comentó Pablo Sanguino Arrellano.

En su segundo tomo Pradillo nos cuenta: “Por el alfar desfilaban intelectuales y artistas, entre estos últimos eran asiduos José Caballero (la mayor parte de lo que hacía iba al extranjero) y Javier Clavo (del cual hay unos murales -que recuerde su hijo Adrián Sanguino Mayorga- en la Hostería del Estudiante, en Santiago de Compostela). Para estos preparaba Mauricio juguete en azulejo, que ellos decoraban y cocían en el alfar; también acudía Rafael Zabaleta. El mejor auge de la fábrica fue entre 1960 y 1972 (Imagen 7), llegando a tener unos 60 empleados” (p. 616).

También menciona Pradillo al pintor Andrés Conejo por los bocetos de gatos y gallos que le suministró a Mauricio. (Imagen 8). Todavía me suena lo que me dijo Pablo en este contexto: “[Los amigos artistas de Mauricio] venían en coche de Madrid y los Sanguino no tenían ni agua [corriente, supongo]”. Ya a partir de 1958 empezaron a copiarle este estilo novedoso en Talavera, sobre todo la fábrica “El Carmen” (Imagen 9).

De este modo llegó la “edad moderna” de la cerámica toledana: los acabados rugosos, las texturas granuladas, los diseños inspirados en bocetos de pintores vanguardistas recordando a Picasso, los motivos de toros, aves o peces. Todo esto llamó mucho la atención, no solo la de los turistas.

Mauricio además puso una tercera fábrica en Rielves a cargo de Isidro Sánchez Corrales y mantenía una tienda regentada por su mujer. El Corte Inglés, igual que varios almacenes norteamericanos y japoneses le compraban todo tipo de género, según Pablo, que hasta los 19 años, siempre cuando podía, trabajaba en el taller de su tío.

Otro detalle interesante surge del libro de Brígido Sánchez Peña sobre el talaverano Miguel Gómez Díaz, un pintor autodidacta que se había formado primero en la fábrica “El Carmen” y luego durante largos años trabajaba en la de Ruiz de Luna hasta 1939, cuando junto a Francisco Arroyo Santamaría, se trasladó a Puente, donde los contrató Pedro de la Cal. En Puente, según Sánchez Peña, “…inician una formación artística que daría lugar en años posteriores a un notable número de pintores” (p. 9).

No se sabe si entre sus alumnos se encontraban los hermanos Sanguino, pero es más que probable que por lo menos se llegaron a conocer en aquel pueblo tan pequeño. El caso es que, según Sánchez Peña, durante los años cincuenta, cuando Gómez vivía en Toledo, solía cocer parte de su producción de cerámica en los hornos de su amigo Mauricio.

Otro amigo de Mauricio era Vicente Quismondo a pesar de hacerse competencia supuestamente uno al otro, pero en realidad las empresas de Mauricio producían piezas de cerámica de volumen en su gran mayoría mientras que la de Quismondo sobre todo decoraba azulejos (en técnica cuerda seca, arista o pintada).

A causa de enfermar su mujer Pilar en 1968 Mauricio se trasladó con ella a Villajoyosa (Alicante) y durante los dos años que pasaban allí fabricó los murales del Metro de Barcelona (estaciones Roma / Colón / Sagrada Familia) en colaboración con el pintor Pedro Delso. Volvió con su mujer a Toledo en 1970 donde Mauricio falleció en 1972.

La fábrica de Toledo quedó en manos de sus hijos Adrián (*1940) y Mauricio (*1947), pero por diversas razones el éxito de los tiempos anteriores desvaneció y tuvieron que cerrarla en 1980. Más tarde cada uno de los dos fundó un taller propio: Adrián primero uno junto a Baudilio Chico Velázquez y Francisco Espejel Brasero en el término de Argés, luego otro a solas en Camuñas y después el último, que todavía existe, cerca de Puerto Lápice, Ciudad Real.

Mauricio se quedó en Toledo y en los noventa tuvo su taller abajo del Puente San Martín, donde trabajaban su mujer Sagrario (*1953) y sus hijos Natalia (*1974) y Juan Mauricio Sanguino López (*1978).

Fuentes:

Bibliografía:

  • Maquedano Carrasco, Bienvenido: Barros y Colores – Historia de la cerámica de Puente del Arzobispo, Edita: Ayuntamiento de Puente del Arzobispo con la colaboración de la Diputación de Toledo, AGSM, 2006.
  • Pradillo, Juan Manuel, Alfareros Toledanos, edita: Junta de Castilla-La Mancha, Toledo, 1997, Tomos I-II.
  • Sánchez Peña, Brígido, Miguel Gómez Díaz – Semblanza de un artista desapercibido, Talavera de la Reina, 2015.
  • Conversaciones con Pablo Sanguino Arellano, que también me dejó sacar fotos de su álbum.

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