Nació Julián Sainz Martínez en Romanones (Guadalajara) el 18 de julio de 1890, hijo de Eustaquio Sainz y Valentina Martínez, familia de labradores que hubo de emigrar a la capital de España en busca de nueva vida; despertándose en el joven Julián Sainz una temprana afición al toreo. Con sus compañeros de escuela solía dedicarse a torear en los alrededores de su casa de Madrid, a donde la familia se trasladó a vivir desde Renera, el pueblo del padre, cuando Julián contaba con ocho o nueve años de edad. A los quince se empleó como dependiente en una carnicería de la calle Infantas, propiedad de un tal Manuel Moncó, aficionado también; el oficio le obligaba a visitar el matadero con cierta frecuencia, y allí, en el matadero madrileño, se conocía a más aficionados que, llegando el tiempo de las ferias, hablaban de toreros.
Le llegó su oportunidad como maletilla, paso previo a hacerse novillero, en la población alcarreña de Fuentes de la Alcarria (Guadalajara), donde los días 2 y 3 de septiembre de 1908 mató un novillo cada tarde.
A partir de ahí le surgirían los contratos en pueblos de la provincia, acompañado por su cuadrilla. Hasta que llegó el mes de marzo de 1912 y logró que el empresario de la plaza de Tetuán de las Victorias, hoy barrio de Madrid, le brindase una oportunidad, toreando junto a Copao y Gordet. Siendo el triunfador de la tarde.
El día 29 de agosto de 1912 llegó a un pequeño pueblo de Salamanca en el que le permitieron estoquear a un toro perteneciente al hierro de Angoso; y cuentan los cronistas de su tiempo que sorprendieron tan gratamente la facilidad y el arrojo que “Saleri II” derrochó en aquella estocada, que a partir de entonces empezó a tomarse en serio la posibilidad de aprender el oficio de torero. Comenzando a cobrar modestas cantidades por intervenir en varios festejos de las provincias de Ávila, Salamanca y Zamora, festejos en los que, a la par que iba difundiendo su nombre, fue cobrando seguridad y destreza en el manejo de los engaños y el acero, y aquilatando su cada vez más acreditado valor. A partir de entonces comenzaría a torear con más frecuencia como novillero.
El 15 de agosto de 1913, en Madrid, mató cuatro toros de la ganadería de Antonio Sánchez, de Añover de Tajo, por haber sido cogido Ballestero y ser más antiguo que Herrerín, sus compañeros de terna. Desde entonces sus éxitos fueron en aumento, hasta ser figura nacional del toreo, llegando a estar en los primeros puestos del escalafón taurino, tanto en España como en América, por donde realizó innumerables giras.
De regreso a España, en la temporada de 1914, el 13 de septiembre se paseó por la arena la plaza de Madrid, con Vicente Pastor y Durán (El Chico de la Blusa), y acompañados ambos por el sevillano Francisco Martín Gómez (Curro Vázquez).
Aquel fue el día de su doctorado, su toma de alternativa, dando lidia y muerte a estoque al toro “Manguero”, marcado con la divisa de Pérez Tabernero. Anduvo templado y lucido en la lidia, lo que vino a confirmar los buenos presagios que tenían quienes le vieron triunfar como novillero. Éste y otros triunfos similares le valieron para anunciarse en los carteles de Madrid durante casi todas las temporadas en que permaneció en activo, lo que tampoco le impidió acrecentar su fama en Hispanoamérica.
En 1916 cumplió cincuenta contratos; sesenta y dos en la campaña siguiente; y setenta y dos en la de 1918. Estaba entonces en el momento culminante de su carrera, cuando lidió en Bilbao el día 18 de agosto de aquel año un toro de Parladé, al que mató recibiendo después de una faena considerada de histórica.
Sin embargo, a partir de entonces comenzó a ver mermadas sus facultades físicas por culpa de ciertos problemas de salud, razón por la que firmó varios contratos en tierras de Ultramar, a sabiendas de que allí el público era menos exigente y el ganado más templado y manejable. Allí, además, a partir de 1922, comenzó a desarrollar su nueva faceta como empresario taurino.
En la temporada de 1923 intervino en treinta festejos, los mismos que lidió durante la campaña siguiente. Pero sus actividades en Hispanoamérica le absorbían todo su tiempo, por lo que no volvió a pisar los ruedos españoles hasta diez años después cuando, en 1934, anunció que volvía a vestirse de luces ante sus paisanos. Sin embargo, sólo cumplió dos ajustes en aquella campaña, y uno en la de 1935, en Almagro (Ciudad Real), el día 25 de agosto. Fue ésta la última ocasión en que hizo el paseíllo. Los buenos aficionados del primer tercio del siglo XX lamentaron la retirada de uno de los toreros más completos que habían conocido, largo en su repertorio y valiente, que sabía manejar muy lucidamente el capote, poner banderillas con riesgo y soltura, muletear de forma soberbia y ejecutar recibiendo la suerte suprema.
Según todos los cronistas de su tiempo fue un torero muy estimable. El más señalado, sin duda, que ha dado la provincia de Guadalajara.
El maestro, director de la Banda Provincial y Municipal de Guadalajara, don Román García Sanz le compuso el pasodoble, que tituló con su nombre.
Falleció en Madrid, el 7 de octubre de 1958, en la plaza de toros de Vista Alegre, donde enseñaba a torear a jóvenes maletillas, a consecuencia de un fulminante infarto de miocardio.