Nació Justo Juberías Pérez en la localidad de Palazuelos (Guadalajara), el 19 de diciembre de 1878; en Palazuelos dio sus primeros pasos y se comenzó a formar hasta que pasó a Sigüenza para seguir la vida del sacerdocio, estudiando en el seminario de San Bartolomé.
En Sigüenza se ordenó sacerdote en 1904, pasando dos años después, en 1906, a la iglesia de Santa María de Huerta (Soria), de la que fue nombrado ecónomo, y en donde la casualidad le hizo conocer a don Enrique de Aguilera, Marqués de Cerralbo quien, en Santa María de Huerta tenía su finca de recreo: “El Castillo”.
Don Justo llegó a Santa María de Huerta a mediados de noviembre de aquel año, el día 14. Un destino que marcaría su vida, y una población que ya conocía, al menos de referencia, puesto que uno de sus hermanos, Segundo, ejercía allí como administrador de Cerralbo.
No es difícil imaginar que don Enrique de Aguilera, como uno de los eminentes arqueólogos de los inicios del siglo XX y finales del XIX, reuniese en su finca, en más de una ocasión, a los poderes, civiles y eclesiásticos, del lugar; y que en más de una ocasión nuestro don Justo Juberías escuchase los razonamientos arqueológicos de nuestro entonces aficionado marqués, y que, de escuchar las charlas, surgiese primero la curiosidad y posteriormente la afición por los descubrimientos.
Unos descubrimientos que comenzaron a tomar carta de naturaleza a mediados del siglo XIX, cuando se elaboró la primera carta arqueológica provincial de Guadalajara y comenzó a indagarse en un mundo hasta entonces desconocido, el de la prehistoria, con las famosas “antigüedades de Hijes”, descubiertas en los primeros años de la década de 1840; excavadas por el entonces Delegado provincial del Gobierno de la provincia de Guadalajara, don Francisco de Nicolau, y terminadas de descubrir por el propio marqués de Cerralbo y compañía, en la que, por supuesto, se encontraba don Justo Juberías, a la sazón, párroco de Torrevicente (Soria), antes de serlo de Membrillera (Guadalajara), población a la que llegaría en 1927 y en donde se mantuvo por espacio de casi veinticinco años, hasta 1951 en que pasó de nuevo a Sigüenza hasta que la enfermedad, y la edad del arcipreste de Atienza, hizo que el obispo diocesano lo enviase a aquella villa para servirle de sustituto en los oficios religiosos, hecho que acaecería en 1956, y en donde permaneció hasta poco después de la muerte del arcipreste atencino. Regresando a Sigüenza en 1958.
En Membrillera, con muchos de los objetos que logró reunir en aquellas interminables jornadas de investigación arqueológica, montó su primera colección de piedras antiguas, y de fósiles, provenientes la mayoría de ellos de las serranías de Guadalajara en sus límites con las provincias de Soria y Segovia, por donde don Justo investigó.
Sus trabajos de campo, de inspección para Cerralbo primero y Juan Cabré después, se documentan a partir de los primeros años del segundo decenio del siglo XX.
Entre 1913 y 1914 trabajó en las excavaciones arqueológicas de Hijes (Guadalajara), y poco después en las de Valdenovillos, en Alcolea de las Peñas, pasando por las de Palazuelos, Tordelrábano, Hortezuela, Maranchón, Anguita, Luzaga, todas ellas igualmente en la provincia de Guadalajara, con alguna incursión en las vecinas de Segovia y Soria, siendo quizá la del Altillo de Cerropozo, en Atienza, descubierta en los últimos años del decenio de 1920, la que mayores satisfacciones produjo, tanto a Justo Juberías como a su entonces director de trabajos, Juan Cabré Aguiló, quien como discípulo del marqués de Cerralbo, a su muerte continuó la labor emprendida por aquel. En los pueblos limítrofes de Soria trabajó en numerosos yacimientos, como los de Carrascosa de Arriba o Retortillo de Medinaceli, desde donde llevó a Sigüenza el conocimiento de pasadas culturas.
La enorme obra llevada a cabo, y a veces poco reconocida, por Justo Juberías, se materializó en una gran colección de arte rupestre, así como de fósiles, con la que ideó la formación de lo que había de ser Museo de Arqueología Provincial de Guadalajara. Pues a pesar de que la gran mayoría de las piezas descubiertas en las necrópolis excavadas pasaron a pertenecer al Museo Arqueológico Nacional, muchas de las piezas menores quedaron en su poder, con ese fin; otras le fueron donadas al efecto. Un fin que se truncó cuando, en los desastrosos días que acompañaron los años de la Guerra Civil (1936-39), su colección fue expoliada y el resultado de treinta años de investigación, quedó perdido para siempre.
Sus trabajos en pro de la arqueología le dieron el nombramiento, en 1941, de Comisario Local de Excavaciones de la comarca de Sigüenza, llevando a cabo a partir de entonces algunos trabajos de menor entidad, al tiempo que trató de recomponer su colección perdida, que en parte logró, y con la que se fundaría el Museo Diocesano de Arqueología de Sigüenza, al que donó las piezas, y del que fue su primer director.
Fue un apreciable conferenciante. Se relacionó con los científicos y arqueólogos más eminentes de su época, y dejó para la provincia de Guadalajara el recuerdo de su trabajo y el estudio de sus investigaciones a través de incontables estudios sobre la época prehistórica. Estudios, la mayoría de ellos perdidos en el tiempo, o reseñados a través de las obras de los hombres para los que mayoritariamente trabajo, Enrique de Aguilera y Juan Cabré.
Su huella de arqueólogo, de gran conocedor de la prehistoria de nuestra tierra se puede seguir por la Cueva de Santa María del Espino (Segovia); de Torralba (Soria); de Numancia (Soria); de Aguilar de Anguita, de Ures; de Medranda, de Riba de Saelices, de su Palazuelos natal… etcétera.
Falleció en Sigüenza (Guadalajara), el 15 de febrero de 1966.