El dirigente socialista y reconocido pedagogo Rodolfo Llopis Ferrándiz, nació en 1895 en Callosa d´Ensarriá (Alicante), donde su padre, Manuel Llopis Sala, estaba al mando de un destacamento de la Guardia Civil.
Cursó estudios de Básica y Magisterio Elemental en Alicante, a donde se había trasladado su familia, y fue muy provechosa su estancia en la Escuela Nacional, al contar con excelentes profesores y un sistema de enseñanza basado en una metodología activa y dinámica. El ingreso en la Escuela Normal lo hizo en 1907 y tras superar los tres cursos y la reválida con notas excelentes, concluyó estos estudios a la edad de diecisiete años.
Se convirtió en redactor-jefe de la revista España Normalista en 1912, el mismo año que obtuvo una beca de lector de español en la Escuela Normal de Auch; de su aprovechamiento en esa estancia daría cuenta, de manera pormenorizada, en el informe que envió a José Castillejo. De vuelta a España, se propuso conseguir el título de la Escuela Superior de Magisterio destinada, precisa Rita Gradaille, a la ampliación de la formación de profesores de Escuelas Normales, así como de Inspectores de Primera Enseñanza. Obtuvo plaza por oposición, consiguiendo el número uno de la promoción y, además, entró en contacto con los postulados e ideología de la Institución Libre de Enseñanza, que le habían de ejercer una influencia duradera.
Rodolfo Llopis terminó sus estudios de Profesor de Escuela Normal en 1919 y se especializó en la rama de Letras. Sus buenas calificaciones le permitieron elegir destino, que recayó en Cuenca, como profesor numerario de la cátedra de Geografía, a la edad de 24 años. Su estancia en la capital del Júcar se prolongaría, de manera intermitente, durante once años, combinando sus tareas docentes con otras actividades sociales y culturales. Destacó como articulista de asuntos provinciales en El Día de Cuenca, dio muestras de su compromiso político en La Lucha y dirigió Electra desde 1930, deseoso de propagar el mensaje laico, progresista e intelectual de la masonería española, a la que Llopis pertenecía, matiza J. L. Muñoz, bajo el nombre de Antenor. El decenario Electra dejaría de publicarse en 1931, una semana después del nombramiento de Llopis como Director General de Primera Enseñanza. Su vocación periodística le conduciría a El Sol, de Madrid, y a la revista Estampa, donde daría muestras sobradas de su atractivo estilo y un interés creciente por las novedades pedagógicas en su condición de crítico de libros.
Su preocupación por Cuenca le llevó, en compañía de Juan Giménez Aguilar, a encabezar el movimiento ciudadano que presionó al Ayuntamiento para que adquiriese la última de las Casas Colgadas que todavía se mantenía en pie. Y a obtener la primera concejalía socialista que tuvo la ciudad. También daría comienzo ahora a una intensa actividad editorial. A esta época se adscribe su estudio sobre La escuela del porvenir, según Angelo Patri y el estudio que contribuyó a difundir el pensamiento del renovador pedagogo belga Ovide Decroly; pedagogo que defendía el respeto al niño y su personalidad con objeto de educarlo para vivir en libertad. Estudio que llevaría por título La pedagogía de Decroly, que vio la luz en 1927.
Seis años antes había solicitado a la Junta para Ampliación de Estudios una ayuda económica para “estudiar las Normales y concretamente la enseñanza de la Geografía en Francia y en Bélgica por la gran tradición que en este sentido tienen ambos países”. Aducía a su favor el apoyo por recibió por parte de la JAE en 1912 para ejercer como lector de español en la Normal de Auch-Gers, estancia que no le pudo resultar más provechosa en su interés por el mundo de la educación.
Pero fue en 1925 cuando obtuvo una beca de la JAE para estudiar durante un año las reformas pedagógicas que habían triunfado en Europa con el cambio de siglo; justificaba su petición, además, con su propósito de investigar en las Escuelas Normales “la moderna concepción geográfica, desde sus problemas de contenido hasta los aparentemente metodológicos”.
Salió de España con destino a París, el 25 de octubre y prolongó su estancia durante más de nueve meses en Francia, Bélgica y Suiza. Gracias a los informes que mandaba periódicamente a la JAE, sabemos que asistió en la Sorbona a las clases de los maestros de la geografía francesa; en Saint-Cloud se interesó por la formación del profesorado de geografía e historia; en Auteil visitó la Sociedad Geográfica y en Bruselas recorrió los Jardines de Infancia y comprobó la aplicación del método Decroly, que le causó una notable impresión: sin olvidar a sus colegas universitarios. Aprovechó las vacaciones de Pascua de 1926 para asistir en Estrasburgo a un “Congreso de Educación Nueva” y continuó su recorrido hasta Ginebra. A su vuelta a París y antes de dar por terminada su beca de estudios que concluía el 25 de julio, se acercó a Surennes para observar la respuesta educativa dada a los “problemas que produce la concentración de la población” en los alrededores de la gran capital francesa.
Llopis aprovecharía su estancia europea, puntualiza B. Vargas, para estrechar lazos con los dirigentes del poderoso Syndicat Nacional des Instituteurs francés. Estas relaciones le empujarían en 1947 a la presidencia de la Liga Internacional de la Enseñanza, de la que sería uno de sus fundadores. Conviene tener en cuenta, de todos modos que, tras disfrutar de la ayuda de la JAE, a su vuelta a España, sería elegido director de la Asociación Nacional del Profesorado Numerario y de la Revista de Escuelas Normales. Su febril actividad y sus numerosos viajes le obligarían a renunciar a la dirección de la Revista -1929-, a pesar de su compromiso sin reservas con la difusión de las nuevas aportaciones pedagógicas y su afán por resolver los grandes problemas que arrastraba la enseñanza primaria en España.
Ese mismo año de 1929, invitado por el Congreso panruso de Enseñanza Primaria, el pedagogo alicantino se trasladó a Moscú. Durante seis semanas tuvo oportunidad de asistir a las sesiones y actividades del Congreso y estudiar de cerca el sistema educativo ruso, de las casas cuna a la Universidad. Advirtió, al poco tiempo, en su peregrinaje por las instituciones soviéticas, que la pedagogía jugaba un papel fundamental en la formación de los nuevos revolucionarios y que la vida cultural, con atención a la herencia española, estaba por completo al servicio del comunismo.
A su regreso, calificaría la experiencia de los soviets de “dolorosa y profunda” y dio a conocer sus impresiones en un libro que tuvo notable difusión, muy bien ilustrado con fotografías recientes y cuidados pies de foto; como el correspondiente al segundo capítulo –p. 48-, que reza como sigue: “Cuando hay ganas de saber, cualquier es bueno para estudiar”. Su recuerdo de la experiencia rusa llevaría por título: Cómo se forja un pueblo. La Rusia que yo he visto. Y aunque el autor se mostró entusiasmado por los logros sociales de la Revolución, como la emancipación de la mujer o la lucha contra el analfabetismo, no dudó en llamar la atención sobre sus sombras, sobre el hecho que los beneficios de la Revolución no alcanzaban a todos por igual.
Los años que siguieron encumbraron a Rodolfo Llopis como embajador en América Latina de la pedagogía progresista española. Alentado por el krausismo, la Institución Libre de Enseñanza y el socialismo, se declaró ferviente admirador de la República y luchó activamente por el triunfo de ese ideal que empezaría a tomar carta de naturaleza en 1931. Su compromiso político le hizo asumir entonces el cargo de Director General de Primera Enseñanza, hasta convertirse en el gran impulsor de la Escuela Pública Nacional. Y ser admirado por haber propiciado la construcción y equipamiento de un gran número de escuelas primarias en toda España, impulsar la laicización y mejorar y renovar la formación de los maestros mediante el llamado Plan Profesional.
Hizo balance de su gestión en La revolución en la escuela. Dos años en la Dirección General de Primera Enseñanza -1933-; y maduró su ideario en Hacia una escuela más humana, que publicó al año siguiente. Pero su compromiso político fue cada vez más directo: fue diputado en Cortes por el Partido Socialista Obrero Español, por Alicante, con la II República, colaboró estrechamente con Largo Caballero durante la Guerra Civil y en 1939 se exilió a Francia: murió en Albi a la edad de ochenta y ocho años.