Sara Montiel fue la máxima estrella cinematográfica española del siglo XX. No fue la primera actriz que triunfó internacionalmente, porque antes que ella estuvo Imperio Argentina e incluso Conchita Montenegro (si bien en menor medida), pero sí la que tuvo mayor éxito, impacto y proyección. Fue la que mejor encarnó en España el concepto de mito artístico, similar a lo que en otras cinematografías representasen Ava Gardner, Elizabeth Taylor, Sofia Loren o María Félix. Y eso lo consiguió no solo sin olvidar su origen manchego, sino haciendo gala de ello en múltiples ocasiones.
Sara Montiel se llamaba en realidad María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández y nació el 10 de marzo de 1928 en Campo de Criptana, Ciudad Real, falleciendo el 8 de abril de 2013 en Madrid. Hasta poco antes del inicio de la Guerra Civil vivió en Criptana una infancia pobre típicamente rural que relató con entusiasmo en los primeros capítulos de sus memorias, Vivir es un placer, escritas junto al también manchego redactor de estas líneas. Pero a mediados de los años 30 la familia se desplazó a Orihuela y fue allí donde, al cantar una saeta, llamó la atención de la familia Ezcurra, editores de prensa. Con ayuda de los Ezcurra se presentó en 1942 a un concurso de jóvenes talentos realizado en el Parque del Retiro presentado por Bobby Deglané y al que asistió la joven y ya exitosa actriz Amparo Rivelles. María Antonia Abad ganó con la interpretación de “La morena de mi copla”.
Tras la victoria se instala en Madrid y toma clases de imagen y declamación. Unas fotografías realizadas por Gyenes para la revista Semana le permiten introducirse en el mundo del cine con un pequeño papel en Te quiero para mí (1944), de Ladislao Vajda, y otro mucho mayor en Empezó en boda (1944), de Rafaelo Matarazzo, junto a Fernando Fernán-Gómez. Si en la primera aparecía con el nombre de María Alejandra, en el segundo ya se llamaba Sara Montiel por indicación del representante Enrique Herreros: Sara por una de sus abuelas y el apellido por los campos de Montiel.
Durante el resto de la década de los cuarenta se convierte en una recurrente presencia secundaria con una media de dos películas al año. Así, coincide con su admirada Imperio Argentina en Bambú (1945) de José Luis Sáenz de Heredia, quien le da un papel de cupletista en Mariona Rebull (1946) y la incluye en el reparto de La mies es mucha (1948). Miguel Mihura, con quien inicia una primera relación sentimental, escribe dos guiones que dirige su hermano Jerónimo Mihura y que Sara interpreta: Confidencia (1947) y Vidas confusas (1947). Otro gran dramaturgo, José López Rubio, la dirige en Alhucemas (1947), y tiene un papel claramente manchego como sobrina en Don Quijote de la Mancha (1947), de Rafael Gil. Juan de Orduña, diez años antes de El último cuplé, le da dos destacados papeles secundarios en sendos grandes éxitos de la época: Locura de amor (1947) y Pequeñeces (1949). Este primer periodo en el cine español finaliza con El capitán Veneno (1950), de Luis Marquina, donde coincide por quinta vez con su amigo Fernando Fernán-Gómez, y con una primera coproducción estadounidense, Aquel hombre de Tánger (The Man From Tangiers, 1950), de Robert Elwyn, que la emparejó con la antigua estrella del cine mudo Nils Ashter.
Desencantada por no haber conseguido buenos papeles protagonistas en estos años, y animada por Mihura y su amiga María Dolores Pradera, marcha a México, donde en breve tiempo alcanzará categoría estelar y además cantará en la orquesta de Agustín Lara. Ese periodo comienza con Furia roja (Stronghold, 1950), de Steve Sekely y Víctor Urruchua; es una película rodada a la vez en dos versiones: en español y en inglés. Algunos intérpretes están solo en una de las versiones y, así, el papel de Sara lo interpreta Veronica Lake en la versión para el público estadounidense. Mucho más interesante es la inmediata Cárcel de mujeres (1951), de Miguel M. Delgado, donde Sara ofrece una de sus mejores interpretaciones junto a Miroslava y Katy Jurado. A partir de ahí su estrellato se consolida haciendo pareja con Pedro Infante en Ahí viene Martín Corona (1951) y El enamorado (Vuelve Martín Corona, 1951), ambas de Miguel Zacarías. Tras Ella, Lucifer y yo (1952) de Miguel Morayta, Yo soy gallo donde quiera (Jimmy, 1952) de Roberto Rodríguez, y una colaboración en Reportaje (1953) del Indio Fernández, vuelve a los papeles dramáticos con la célebre Piel canela (1953) de Juan J. Ortega. Tras dos títulos de Chano Urueta, Porque ya no me quieres (1953) y Se necesitan modelos (1954), Ortega la dirige en otros dos intensos melodramas: Frente al pecado de ayer (Cuando se quiere de veras, 1954) y Yo no creo en los hombres (1954).
Si para entonces Sara Montiel es una referencia del cine mexicano, en los tres años siguientes su vida va a dar dos vuelcos más. El primero comienza al coprotagonizar junto a Gary Cooper y Burt Lancaster Veracruz (1954), de Robert Aldrich. Tras un último título mexicano, Donde el círculo termina (1955) de Alfredo B. Crevenna, repite en Estados Unidos con Dos pasiones y un amor (Serenade, 1956), de Anthony Mann. Si llamativa es su labor junto a Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price, la principal repercusión es su matrimonio con Anthony Mann. En los siete años siguientes, Sara Montiel será la esposa un importante director de Hollywood, responsable de míticos westerns como Winchester 73, Horizontes lejanos, El hombre de Laramie o El hombre del Oeste.
Su tercera película en Hollywood, Yuma (Run of the Arrow, 1957), la dirige Samuel Fuller, quien en lo sucesivo siempre tendrá buenas palabras hacia su protagonista. Pero en el ínterin, Sara viaja a España llamada por Juan de Orduña para protagonizar una película de bajo presupuesto llamada El último cuplé (1957).
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El multitudinario éxito de esta obra inicia para Sara un nuevo periodo que afianza con La violetera (1958), de Luis César Amadori, y Carmen la de Ronda (1959), de Tulio Demicheli. Sara se convierte en una verdadera creadora, que irá decidiendo acerca de repartos y equipos técnicos y artísticos, con especial atención a la iluminación y dirección. Tras una sucesión de éxitos internacionales en su mayoría con guion de Jesús Maria Arozamena como Mi último tango (1960) y Pecado de amor (1961) –ambas de Luis César Amadori-, La reina del Chantecler (1962) y Samba (1964) –las dos de Rafael Gil-, La bella Lola (1962), de Alfonso Balcázar, Noches de Casablanca (1963) de Henri Decoin, La dama de Beirut (1965) de Ladislao Vajda y Luis María Delgado y La mujer perdida (1966), Sara Montiel decide confiar en guionistas y directores de una generación más joven para dar un nuevo impulso a su carrera. Aunque Tuset Street (1968), con guión de Rafael Azcona, no termina de funcionar por disparidad con el director Jorge Grau –a quien se despide y es sustituido por Luis Marquina-, tanto Esa mujer (1969) de Mario Camus con guion de Antonio Gala, como Varietés (1971), en la que Juan Antonio Bardem recrea su propia Cómicos (1954), son trabajos magníficos muy bien recibidos. Sin embargo, Sara Montiel decide retirarse del cine tras Cinco almohadas para una noche (1973) de Pedro Lazaga, en la convicción de que la estética del destape que empezaba a dominar no era para ella.
Tras el cine (y tras un breve matrimonio con el industrial José Vicente Ramírez Acosta), encuentra la colaboración de su tercer esposo, el empresario Pepe Tous, para crear una larga serie de espectáculos y recitales en teatros, programas de televisión (Sara y punto y Ven al Paralelo) y grabaciones de discos que irán manteniendo una labor artística ininterrumpida hasta poco antes de su fallecimiento, en Madrid, el 8 de abril de 2013.